Según Alfredo Zaldívar —con más de 20 años de experiencia como editor—, las revistas dinamizan con efectividad inigualable el panorama cultural, sobre todo porque resultan el cauce más inmediato a través del cual se desenvuelve el pensamiento intelectual y porque facilitan de manera extraordinaria el diálogo en todos los sentidos.
«Aunque tienen la ventaja de la inmediatez, el periódico y los otros medios de comunicación masiva no pueden sustituirlas (salvo algunas excepciones), al no ofrecer “amplitud” desde diversos puntos de vista, más concentrados como siempre están en lo cotidiano, en lo noticioso “descuidando” las verdaderas profundidades», asegura.
«Los libros cuentan con dicha amplitud, pero les falta algo que se pudiera llamar “agilidad”. Requieren de un proceso productivo más enrevesado, sujeto a otros requerimientos propios de la concepción de ese objeto cultural.
«Mientras llevan adelante sus proyectos, los escritores prácticamente se volverían invisibles para sus contemporáneos si no fuera por las revistas, en las que además se da espacio a un grupo de géneros literarios y periodísticos sin cabida en cualquier otro lugar, y de gran significado para el intercambio entre los mismos creadores y sus variados públicos».
Bohemia fue la primera revista que lo fascinó. Una foto personal amarillenta, la más antigua que posee, muestra a un Zaldívar niño con la apasionante Bohemia entre sus manos.
Era la única publicación de su tipo conocida en todo Sojo Tres, pueblito holguinero donde nació en 1956. Al padre (que lo enseñó a leer antes de iniciarse en la escuela) se la llevaban y, gustoso, luego de echarle un vistazo, la prestaba enseguida a su muchacho.
«Ocurría, por cierto, un fenómeno interesante: si alguien veía por ahí cualquier otra revista la llamaba Bohemia, se había convertido en un nombre genérico, es decir, en vez de revista allá se decía Bohemia», recuerda.
Pero a la que sería una intensa pasión de hacedor de revistas solo vino a decirle manos a la obra ya en la ciudad de Matanzas, adonde se trasladó en 1973 para convertirse nada más y nada menos que en técnico medio de ¡Topografía Agrícola! en el Instituto Politécnico Álvaro Reynoso.
«Lo primero fue un boletín. Lo concebí más o menos en 1976, en el Álvaro Reynoso. Parodiando el primer libro de Nicolás Guillén, se llamaba Al margen de mis libros de estudio. Es un momento más bien simbólico para mí, pues tuvo un solo número.
«Ahí mismo, trabajé un poco más adelante con Deletreando, que sí era ya una especie de revistica. Tenía ciertas ambiciones literarias, publicaba a buenos escritores matanceros, por los cuales sentía mucho respeto».
Tras graduarse de técnico medio empezó la licenciatura en Producción Vegetal y Geografía, pero qué va, ya no aguantaba más, así que la dejó, convencido por completo de que su vida debía girar en torno al arte. Durante seis meses estuvo en un curso de dramaturgia en el Instituto Superior de Arte, y al retornar se vinculó en cierto modo a la sección de Literatura de la Dirección Municipal de Cultura de Matanzas.
«A mediados de los 80 comencé a trabajar en La Tórtola, que inicialmente fue boletín y luego se convirtió en revista, etapa durante la cual yo fui su director, hasta que lamentablemente se perdió por diversas razones institucionales y dejó de hacerse.
«Después colaboré con Cartas de Matanzas, una especie de plegable en forma de sobre que facilitaba su envío por correo, ideado por José Artiles, al frente de la sección municipal de Literatura por entonces».
Al emprender en 1985 el exitoso proyecto editorial que ha resultado Ediciones Vigía, agregó otras dos publicaciones significativas a su labor de «revistero». Una fue Barquito del San Juan, dedicada a los niños, y la otra, la Revista del Vigía, concebidas ambas con la estética peculiar de esa casa editora.
Su propuesta más reciente es la Revista Matanzas que, en sus manos de eficaz e imaginativo editor, ha vivido una nueva era. Cada salida se convierte en un suceso cultural generador de expectativas en el panorama artístico cubano, debido a la inteligencia con que la ha sabido «armar» número tras número, y a la coherente visión gráfica desarrollada a partir del aprovechamiento de las posibilidades de la impresión en la Riso, hecho en el cual mucho ha tenido que ver también el diseñador Johann E. Trujillo.
Zaldívar opina que la realización de una revista, «una de las buenas, una de las de verdad», es para un editor el reto profesional más complejo, el cual, a su juicio, nunca termina, pues en cierta forma cada nuevo número implica un comenzar casi desde cero.
«Sin abandonar su personalidad, cada nuevo número debe ser distinto por completo al otro, debe sorprender a todo el mundo, y, por otra parte, una revista no alcanza la madurez en un año, en dos o en cinco, sino en un proceso a veces muy largo que la lleva a tener un perfil rotundo, inconfundible, bien plantado», dice.
Concebirla requiere «una dramaturgia rigurosa», donde textos («con pluralidad de visiones, temas y géneros») y diseño («con ideas contemporáneas y, sobre todo, los recursos gráficos más apropiados para cada caso») se compenetren, formen una corriente de pensamiento, un río que fluya por sí mismo, «como si nadie lo hubiera meditado».
Según cree, en las revistas cubanas los editores deben seguir impulsando las polémicas, los debates, puesto que aportan mucho al crecimiento intelectual y, sin embargo, con demasiada frecuencia, y por diversos motivos, suelen estar ausentes de sus páginas.
«Es, entre tantas otras cosas, algo que les debemos y que las harían más útiles, más efectivas en su intervención dinamizadora en el panorama cultural contemporáneo».