Fotograma de A través del universo, película que será estrenada esta tarde en la televisión. Desde la primera imagen de Across the Universe (A través del universo), filme norteamericano de 2007, que pasa hoy en Arte Siete, con un joven sentado solo en una playa, contando (más bien cantando) aquello de Is there anybody going to listen to my story..., con música de los Beatles, queda claro que las siguientes dos horas del filme serán la reminiscencia del pasado y, presumiblemente, de una historia de amor.
De inmediato, entre las olas (el símbolo más socorrido de lo mutable y perecedero) aparece la imagen de la chica evocada, en medio del fragor del mar, de la música rock, de protestas estudiantiles, conflictos raciales, guerras y rumores de guerra. Así, expone su juego desde el principio este musical nostálgico de los años 60, donde la historia avanza, los conflictos se exponen y la atmósfera epocal se recrea, a través de la escenificación directa o indirecta de 30 canciones que hicieran celebérrimos al cuarteto de Liverpool.
Jude es un joven obrero portuario, que se va a Princeton (Estados Unidos) y allí encuentra a Max y a su hermana Lucy, de quien se enamora. Como ya sabemos que todo en la película ocurrirá escoltado por las obras maestras de los Beatles, pues de solo conocer el nombre de los protagonistas, ya estaremos esperando canciones como Hey Jude y Lucy in the Sky with Diamonds, solo que no siempre resulta orgánica ni sugerente, dentro del fluir de la historia, la incorporación de tantas canciones casi perfectas, a las que casi nada se les puede añadir o modificar.
Las letras de estas canciones refieren momentos culturales, símbolos, metáforas, inflexiones artísticas, de las cuales no siempre consigue apropiarse la película desde un esquema argumental típico: chico encuentra chica, se separan por algunos obstáculos de índole «pasajera» (como diferencias de actitud o de parecer) y, finalmente, se unen en una epifanía equivalente al «se casaron, fueron muy felices y tuvieron muchos hijos» de los cuentos de hadas, que en este caso equivale a All You Need is Love, cantado a toda garganta en una azotea.
Lo mejor del filme: varios fragmentos deshilvanados donde música e imagen alcanzan máxima expresividad. En las antologías del musical postmoderno —junto con Hair y Moulin Rouge— pueden estar momentos de esta película como la explosión de Bono —el U2—, cuando aparece cantando I Am the Walrus, como un líder contracultural, o aquel otro relámpago en que se versiona, de manera sicodélica y surrealista, Because, o el empaste antibelicista y delirante de Strawberry fields forever, o la coreografía masiva y arrolladora de Come together; y esos dos instantes supremos del I Want You saliendo de un afiche militarista, mientras Max es reclutado; o los soldados cargando la Estatua de la Libertad y entonando She’s So Heavy, entre muchos otros pasajes donde los portentos compositivos, y la inclinación pictórica de la directora Julie Taymor —probada en sus dos filmes anteriores Titus y Frida—, se desborda mediante la inaudita creatividad del fotógrafo francés Bruno Delbonnel, uno de los artífices principales de la recordada cinta francesa Amelie.
Si no del todo convincente debido a la debilidad estructural de su historia central, al mismo tiempo simplista e inflada, y en algunos momentos demasiado previsible y forzada, el filme funciona como antología de períodos musicales de excepción (a pesar de que a ciertas versiones se les pase la mano de azúcar y melaza respecto a los originales), y termina siendo una propuesta intensamente atractiva, con grandiosos lapsos de lucimiento visual, que aproximan al filme nada menos que al cine llamado «de vanguardia».
Rememoración plausible y enamorada de la Década Prodigiosa, cuando el mundo completo, y sobre todo los jóvenes, decidió cambiar para mejor, y plantearse ideales emancipatorios e igualitarios, de amor, paz y libertad, la nostalgia en positivo es un valor que se añade a esta película, pues existen decenas de similares, sobre todo en Hollywood (de Forrest Gump a Los soñadores), pero que solo banalizan aquellos ideales, los ridiculizan o los cuestionan, como si la rebelión y los cambios sociales no sirvieran de nada, como si no valiera la pena intentar que la imaginación gobierne en todas partes.
Y aunque este musical de lujo intenta sostenerse cumpliendo las reglas básicas del juego (final feliz, ligereza, colorido, romance y optimismo), no obstante el repetitivo y machista ardid del cine norteamericano, en cuanto a colocar a sus protagonistas femeninas en posición de elegir entre realización amorosa y vida profesional, social, A través del universo es contagiosa, transmite por ósmosis la nostalgia, antologa canciones y videoclips que son un lujazo para la vista y el oído, y te obliga a canturrear bajito por horas, después de haberla visto.
Lástima que el guión apostara por lo fútil, y la narración fallara en cuanto a conferirle coherencia a todos esos brillantes momentos de beatlemanía y recreación del pasado. Es una verdadera pena que la producción se torne tan rutinaria y común, cuando no están —en el fondo o en el centro de todo— las canciones de los Beatles. La vibrante visualidad de estos momentos no está respaldada por un diseño de personajes y conflictos que le haga justicia a tan fabulosas canciones. Pero con todo, solo se puede añadir que resulta sumamente difícil oponerle resistencia crítica al encanto ingenuo de este musical caótico, melancólico, enfático, absurdo, espectacular, pretencioso y totalmente fuera de serie.