Tata Güines, Premio Nacional de Música 2006, fue maestro de maestros de la percusión cubana. Su muerte representa una notable pérdida para la cultura cubana. Nadie como él en esta Cuba —por no decir en el mundo— para hacer de la percusión un arte. Frente a Tata Güines, el cuero del tambor parecía la más delicada y costosa seda. Él colocaba su ágil mano sobre la curtida piel estirada por el fuego, y con sus uñas conseguía, lo mismo el más triste de los lamentos que la sonrisa más contagiosa. Pocos lo conocían como Federico Arístides Soto Alejo, pero todos sabían que había modernizado las tumbadoras, que era un maestro en eso de colocar los golpes «sueltos» en un tema, como «al descuido», pero que hacían que la pieza no pudiese sobrevivir si le faltaba aquella impronta de quien se dejaba llevar por el ritmo de las claves, por su finísimo oído y por las exigencias de un cuerpo acostumbrado, desde que era casi un crío, a la música.
Sí, porque Tata, Premio Nacional de la Música 2006, nació con los ritmos cubanos guiando los pulsos de su corazón. No podía ser de otro modo, si en la casa familiar, en su Güines habanero de la niñez (de ahí su popular sobrenombre), la música campeaba por su respeto: su padre, José Alejo, más conocido como Joseíto, tocaba el tres; su tío Ángel, el bajo; Jorge Eladio, la guitarra. También Dionisio, otro tío, hacía la suyo... Entre las cuatro paredes que lo vieron crecer, Tata Güines presenciaba fascinado los ensayos del Sexteto Partagás, que dirigía su papá, mientras se agenciaba dos laticas que transformaba en sonoros bongoes. También estaba el bullicioso barrio, donde la gente más que caminar bailaba al compás de la rumba.
En ese entorno se fue haciendo un hombre Tata, pero sobre todo un músico de ley que comenzó su carrera como bongosero del Sexteto Partagás. Luego vendría el gran salto, tras hacerse notar en agrupaciones como la orquesta Estrellas Nacientes, Arcaño y sus Maravillas —con la que dio el paso de trasladarse a la capital en 1946—; en el primer grupo de música campesina que existió en La Habana creado por Guillermo Portabales, en Fajardo y sus Estrellas, con la que invitaba al baile en el Cabaret Montmartre, espacio donde se le ocurrió tocar, por primera vez, con las uñas.
«No me costó tanto trabajo», contó en una entrevista. «Se trataba de sacar un sonido nuevo. Fue en un tema que se llamaba La chancleta, que hacía la clave con una chancleta de palo para que sonara a madera. Luego los hacía yo con las uñas, y la gente me pedía: ¡Tata, uña!».
Sin embargo, su alias empezó a andar de boca en boca después que grabó con Cachao y su Ritmo la descarga cubana. «Estaban Guillermo Barreto, Gustavo Tamayo, Niño Rivera, y cuando aquello cantó Rolito, cantó Laíto. Ya desde ese momento se hizo más famoso mi nombre, por los solos de tumbadora que interpretaba»; solos que dejaron su notable huella en álbumes como Lágrimas negras, La Rumba soy yo y Cuban Odyssey, tres flamantes ganadores de los codiciados Premios Grammy.
Su peculiar manera de atacar los cueros, su sonido único, inconfundible, lo convirtieron en modelo, aun cuando nunca negó haberse inspirado en las enseñanzas del gran Chano Pozo. Pero Tata Güines hizo lo suyo, al punto de establecer un estilo que perdurará en el tiempo, aunque este lunes Federico Arístides Soto Alejo haya dejado de respirar a los 77 años de edad, después de permanecer hospitalizado durante varios días por problemas renales y de hipertensión.
Zapatero de oficio, amante y defensor a ultranza de lo cubano, el poseedor del Diploma al Mérito Artístico del ISA y de múltiples condecoraciones, aseguraba que «primero hay que tener en cuenta tu música, tu palma y tu bandera, después que venga lo demás, pero hay que tener principios y respeto a todo lo que huela a Cuba». Hoy Cuba y los cubanos nos quitamos el sombrero ante una obra que inevitablemente trascenderá.