Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Macho Tumbacoco

Damos a conocer el trabajo ganador del Premio Enrique Núñez Rodríguez de Crónica 2007, convocado por el Instituto Cubano del Libro, Juventud Rebelde y la Dirección Provincial de Cultura de Villa Clara Premios Enrique Núñez Rodríguez de Crónica 2007

Autor:

Juventud Rebelde

Vicente llevaba muchos años trabajando en el Banco. Había transitado por las sucursales de varios pueblos villaclareños hasta que le fue encomendada la dirección de una importante oficina bancaria en la ciudad de La Habana. Acababa de cumplir 40 años. Siempre buscaba lugar para darle atención, además del trabajo, a la familia, la literatura y el béisbol.

Una tarde, casi a punto de cerrar el Banco habanero, se presentó un ahorrista joven, de buena presencia, a extraer el dinero que le quedaba en su cuenta, que por cierto no era mucho. En el bolsillo de su camisa un telegrama procedente de Quemado de Güines, le anunciaba un grave problema familiar y debía viajar de inmediato a ese pueblo donde —según expresó— residía toda su familia. El Banco daba facilidades para poder extraer y depositar efectivo en cualquier sucursal del país, bajo ciertos requisitos.

Llenó su modelo de extracción y se presentó con la libreta y el Carné de Identidad en la ventanilla, pero una simple revisión realizada por el cajero, detecta que la foto estaba despegada, lo que le impedía llevar a cabo la operación. Explicó la gravedad del caso al cliente, pero la decisión final vino a parar al despacho de Vicente, el único que podía autorizar el pago en tales circunstancias.

El director escuchó pacientemente al ahorrista; tomó el carné y la libreta del Banco quemadense en sus manos y le reiteró las directivas bancarias al respecto, dándole toda la razón al cajero que había rechazado el pago. No obstante, al dirigente bancario le dolía no poder acceder a la solicitud teniendo en cuenta el telegrama mostrado; lo pensó varias veces, el saldo de la cuenta no era realmente grande como para no poder asumir una eventualidad. De pronto se le ocurrió hacerle algunas preguntas al reclamante:

—¿Qué día naciste? ¿Cómo se llaman tus padres? ¿Cuál es tu dirección?

Vicente se sorprendió con las respuestas rápidas y acertadas, pero casualmente él también era villaclareño y había laborado algunos años en Quemado, donde por lógica conocía todos sus detalles, algo que ignoraba su cliente. Seguidamente continuó haciéndole otras preguntas de rutina, disimuladamente:

—Así que tú vives en Quemado...

—Sí.

—¿Dónde queda el cine?

—... Cerca del parque.

Era cierto.

—¿... Y el estadio?

—... En las afueras del pueblo.

Cierto también.

No parecía un impostor. Recordó el viejo estadio, los peloteros del patio, sus ídolos locales, no pudo evitar que sus pensamientos se llenaran de nostalgia. Pero comprendía que las preguntas eran demasiado sencillas, casi tontas, cualquiera se aprende los datos de un carné, los cines casi siempre están cerca del parque y los estadios en las afueras del pueblo.

En esos momentos entró Chuchi, su secretaria; en sus manos el periódico Juventud Rebelde de ese día, donde resalta el titular de una crónica de Eddy Martin, acerca del enorme jonrón conectado por Omar Linares la noche anterior en el Capitán San Luis, solo comparable al que dio Muñoz en el 5 de Septiembre de Cienfuegos años atrás. La situación se hizo menos tensa y el joven ahorrista quiso comentar sobre otro jonrón conectado por Lázaro Junco, donde la bola pasó sobre el techo del Victoria de Girón de Matanzas. Vicente miró al joven con más simpatía. Se veía que estaba al tanto de la pelota. De pronto, le dijo en un impulso:

—Pues mira, yo discrepo de ti y hasta del propio Eddy Martin. Yo considero que en Cuba nadie ha dado un batazo más largo que el de Macho Tumbacoco...

El joven lo miró extrañado como pensando: ¿De dónde sacó el director a ese personaje? Se sonrió y le preguntó si estaba bromeando... ¿Quién era ese Macho Tumbacoco del que él no había escuchado hablar nunca?

Vicente lo miró fijamente y le pidió disculpas para ausentarse unos minutos. Al regresar preguntó de qué estaban hablando. —¡Ah, sí, de la pelota! Fueron largos los minutos, hasta que tocaron a la puerta: —¡Adelante!

Dos agentes de la PNR uniformados irrumpieron en el despacho. El joven quedó pálido, retrocediendo hasta la pared, nervioso y excitado. Era inútil cualquier resistencia. Se dejó esposar y salió cabizbajo, escoltado por los policías. Había cometido un fallo en su plan aunque no lograba saber cuál.

En el juicio oral el joven confesó que había comprado la libreta y el carné a una auxiliar de limpieza de un hotel capitalino, le había cambiado la foto original por la suya y quiso aprovechar la oportunidad de hacerse de unos pesos a través de la fallida estafa al Banco.

La secretaria, que aún no salía de su asombro, le preguntó después a Vicente, cómo había detectado que era un fraude, si ella no encontró nada anormal en la conversación sobre los peloteros:

—Mira, Chuchi, Macho Tumbacoco, cuyo verdadero nombre es Ignacio Arredondo, es más conocido en Quemado de Güines que Linares, Muñoz y Junco. Imagínate que ese sobrenombre se lo pusieron cuando Macho tumbó un coco de agua de una mata que había detrás del jardín central, con uno de sus descomunales jonrones. El que no lo conozca, no puede ser de Quemado de Güines y ese fue el error que lo delató.

Quince días después, Vicente recibió una carta desde Quemado, suscrita por el propietario de la libreta y el carné perdido, donde le daba las gracias por su devolución y por haber evitado que perdiese sus ahorros.

Vicente le contestó que no era a él a quien debía darle las gracias, sino a Macho Tumbacoco, aunque al agradecido ahorrista siempre le quedó la duda sobre qué relación tendría aquel pelotero con su libreta y su Carné de Identidad.

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