Los que me conocen saben que las muletillas son desesperantes para mí; he escrito y hablado mucho de ello. En una ocasión apelé al tremendo poder de convocatoria del inolvidable Guillermo Cabrera, para proponerle una campaña «antimuletillera». Las cosas fueron quedándose de un día para otro, y ya ves que no pudimos concretar la idea.
Las que más me sacan de quicio son esas que dudan de la capacidad de comprensión del interlocutor: «¿me entiendes?», «¿te das cuenta», «no sé si me podrás entender», «¿comprendes?», y la peor, la insultante: «Deja ver qué hago para que me entiendas». Inmediatamente te dicen una bobería, algo que se captaría de inmediato con media circunvolución cerebral, como, por ejemplo: Tengo reunión de padres esta noche en la escuela del niño.
La Doctora Rosario Novoa dijo, cuando cumplió 90 años: «He llegado a la edad de la insolencia». Yo arribé, hace dos, a los 70, y parodiando a la admirada profesora, declaré: «Acabo de alcanzar la edad de la intolerancia». Por tanto, me niego a aceptarle a nadie, que con cara de desesperación —porque así lo hacen, sí, ese es su modus operandi—, me espete el consabido: «A ver si logro explicarte para que puedas comprenderme».
A una muchacha, que quiero mucho desde pequeñita, ya no tengo palabras con qué pedirle que, al menos hablando conmigo, nunca diga cosas como esas; pero nada, no le entra ni por un oído. Lo peor es que en ocasiones le cuento algo y —¿puedes creer?— cuando termino, ella me pregunta feliz: «¿Entiendes?». Así es que ni siquiera me cree capaz, por lo que se ve, de asimilar mis propias ideas. ¡Madre mía!, ¿adónde han llegado las cosas?
¿Qué te parecería organizar una campaña, como esa de no fumar, de no consumir drogas, o de usar condón, para evitar las muletillas? En este caso, igual que el daño lo recibimos los fumadores pasivos, la agonía la sufrimos los oyentes.
Es cierto que, como he dicho a veces, quien no puede caminar con facilidad apela a las muletas, y quien tiene dificultades para hablar, pues, adopta las muletillas. Lo comprobé en carne propia el otro día —¡qué vergüenza! Ya mi inglés es muy deficiente, solo practico de tarde en tarde, a tal punto que me sorprendí utilizando mil veces el: You know, versión de nuestro «Sabes».