Los primeros bailarines Viengsay Valdés y Víctor Gilí en La flauta mágica. Foto: Calixto N. Llanes Cuando celebramos el Día de la Cultura Cubana, ¿de qué estamos hablando? ¿Qué entendemos por cultura cubana?
¿Un bello poema de Eliseo Diego? ¿Un gran ensayo de Fina García Marruz? ¿La alta tradición literaria que inserta a José Martí, Alejo Carpentier, José Lezama Lima? ¿Un precioso poema como La isla en peso, de Virgilio Piñera? ¿El teatro de Abelardo Estorino y de Eugenio Hernández Espinosa? ¿El cine de Gutiérrez Alea, Humberto Solás, Fernando Pérez? ¿Los aportes de Alicia Alonso al ballet mundial? ¿Una hermosa canción de Silvio Rodríguez, o de Amaury Pérez? ¿Lam y Antonia Eiriz, Carlos Enríquez y Pedro Pablo Oliva?
Claro que sí. Ellos, y todavía muchos otros más, han llevado la espiritualidad del cubano a cimas impensables. Ellos son el orgullo mayor de la Isla. Pero ni siquiera ellos bastarían para explicar qué es la cultura cubana.
Un toque de tambor en un solar habanero a las seis de la tarde. Un buen bolero rompecorazones. Una balada inspirada. Un poemazo dicho por el maestro Luis Carbonell. Un simpático reguetón. Una cultura auténtica, que se precie y que se quiera, no vive de exclusiones, sino de incluir, de presuponer. Los que piensan que el funcionamiento de una cultura depende de las crestas que marca esa «alta cultura», la que por cierto, no siempre es igual de pulcra ni de alta, están posiblemente en un error. Nada hay más sagrado que el nervio de la cultura popular. Sí que es alta la cultura popular; la auténtica cultura popular. No hay tema más sublime en el cancionero cubano que Tal vez, del maestro Juan Formell, donde, con finura y con donaire, se comparte el sentimiento de frustración por no haber estrechado unas manos, por no haberse aventurado, quien canta, en regalar un beso oportuno. Hay belleza, hay clase en Formell; la clase que viene de la honestidad del sentimiento y no de la impostura del artificio.
Esa misma cruzada actual contra el reguetón me parece, en tal sentido, otro error. No existe un solo reguetón. Cierto que abundan las baraturas como eso de que yo soy quien le pone a sudar su conejito blanco, pero tenemos otras muestras de buen reguetón. A mí me encanta eso otro de «¿Dónde está la gente que me quiere? Yo no soy lo máximo; ¡lo máximo son ustedes!». La verdadera cultura no mira por encima del hombro; conoce que para todo hay un momento en la vida, y que si el refinamiento ayuda a vivir con atención al rigor y la calidad de las emociones, la sabrosura, la sandunga y la gracia del cubano son valores no menos nobles.
Pero todavía. Ni siquiera basta con las muestras amalgamadas de la supuesta alta cultura y la cultura resueltamente popular, cuando no coinciden de forma provechosa y sugestiva. No basta. Una cultura prioriza su patrimonio oral, los giros y las adiciones del día a día que comporta el habla, una y muchas comidas, una o muchas maneras de gesticular, de dialogar, de discutir, de andar. Una cultura es un «somatón» entero, un plano macro, un prisma abierto, un close up en gigantografía, del alma y el cuerpo de un pueblo, del legado de sus expresiones y sus anhelos. Un buen dominó roto a las diez de la noche, cuando harta la telenovela.
La cultura no es solo la mulata, el cocotero, la rumba de cajón; pero si bien no es solo eso, cuidado, que tampoco puede ser la negación de eso. En algún lugar he dicho que para mí tienen tanta relevancia para la cultura cubana un iluminado poema de Eliseo Diego como un tema de El Tosco, filósofo popular, traductor de las grandes emociones y los desasosiegos del cubano de a pie ahora mismo. Qué bueno eso de «Yo soy Peyo, el del camello». Y si la chica quiere CUC, dale CUC; y si la chica quiere moneda nacional, dale moneda nacional. Y si quiere un DVD, un DVD, porque en definitiva, nos dice El Tosco, lo importante es el amor.
En estos días de júbilo, tendemos a felicitar a los artistas, a los intelectuales, a los poetas, a los periodistas. Eso está bien. Ellos son nuestro orgullo; pero eso está lamentablemente incompleto. Nosotros somos, acaso, mediadores, intérpretes; nosotros somos los participantes y testigos de un vigor mucho mayor. El día de la cultura nacional es ocasión para felicitar a todos los cubanos que engrosan, con su sudor y su alegría, con sus insatisfacciones y su tesón, la obra plural de uno de los proyectos culturales más vivos del mundo, con todo y las estrecheces, con todo y los asedios.
El maestro Juan Formell. Sintámonos felices, cubanos, porque nos lo merecemos. Estos son nuestros días de jubileo y de gratitud, toda vez que nada nos puede defender, ni el arma más potente, como nos defiende la cultura. La cultura es el escudo de la nación porque la cultura entraña la dimensión simbólica de nuestro pulso, la interpretación frecuente no solo de cómo ha sido nuestra vida, sino también de cómo pudo ser, de cómo ha debido ser.
Y en ese ajiaco formidable de dominó y construcción cerebral, de ajedrez y rumba, de reguetón y poesía (cuando no son, repito, la misma cosa), nos reconocemos y hallamos las fuerzas que nos invitan a continuar. Con nuestros grandes escritores y con los graffiteros de las calles; con nuestros bailarines y nuestros bailadores; con el encanto virtuoso de Viengsay Valdés y la cadencia invitadora de la negrona del solar de al lado; con nuestros primeros artistas plásticos y también, por qué no, con los que exhiben su trabajo en la Catedral; con nuestros músicos populares y nuestros concertistas clásicos; con los salseros y el canto tremendo de Exaudi; con nuestros ilustres académicos y nuestros juglares de camino. Con todos, señores; con todos. Solamente con todos se puede atisbar, y preferir, el bien de todos.
Días como hoy existen para que, tras el mareo glorioso de la celebración, pensemos, y pensemos con cabeza propia, animados. Como ha dicho Alfredo Guevara, Revolución es lucidez, y no quebradura gratuita, y no mutilación indebida, y no monolito impropio. La lucidez del revolucionario está en impedir que la ilusión de los modelos y los paradigmas no sea contradicha por una realidad torcida, que no esté a la altura de las líneas del deseo, o del deber ser. Estos son días para comprender que el paternalismo, el triunfalismo y la mentira de Pangloss acerca de que todo está bien, nos lastima y nos hace daño. Cubanos, estos son días de entender que la crítica seria, sincera, bien intencionada, nos levanta y nos permite crecer.
Muchas felicidades, cubanos; todos los cubanos. Ustedes. Nosotros somos lo máximo, porque entre camellos, bloqueos de todas las estirpes y hierbas no precisamente perfumadas, hemos mantenido, y conservaremos, la gloria de la cultura cubana. Cada uno de nosotros somos puntos insignificantes, perdidos, en ese misterio que explica la suerte de la Isla y su destino. Nos salvamos todos, animados por la gloria de la cultura cubana, o nos perdemos en la sinrazón de que un día Martí y Carpentier pierdan sentido. Nuestro goce y nuestra mayor responsabilidad están en impedir que una tradición de culto, un manojo de grandes emociones, no se disperse mañana en el mar. Abrazo, cubanos.