Una de las posibilidades que brinda la literatura es la de viajar hacia el pasado o hacia el futuro, y también, la de vivir las eventualidades de un presente ajeno. La literatura es el campo de lo posible, de lo que ha podido o podría ser. En persistente aprovechamiento de lo «real», la literatura permite el viaje imaginativo, desde la comodidad estática de una butaca o de una cama. El mundo inventado por Marcel Proust se alimenta de sus experiencias, y el conjunto de siete novelas que agrupó bajo el nombre de En busca del tiempo perdido, permite al lector de hoy conocer de la vida en otra época.
Dotado del don de la observación, el escritor francés (1871-1922) transmutó en materia literaria el cúmulo de sus anotaciones, resultado de su estudio atento del comportamiento humano, en particular de aquellas personas que pertenecían a ciertos sectores de la sociedad francesa, en el umbral entre los siglos XIX y XX. Su examen minucioso de estas y la transformación artística a la cual las sometió, le permitió dejar un fresco de reacciones y psicologías, que aun cuando determinadas por las circunstancias precisas en que surgieron, bien podrían reproducirse en seres actuales, teniendo en cuenta que la conducta humana responde a motivaciones como son la necesidad del amor, el temor a la muerte, el anhelo de poder, el impulso del deseo, entre las más universales.
A la lista de títulos de esta saga proustiana publicados en Cuba, Ediciones Huracán añade ahora el de El mundo de Guermantes. En este volumen se continúa la historia iniciada en Por el camino de Swann, y proseguida en A la sombra de las muchachas en flor; una historia contada por un narrador singular, que aun cuando comparte con el autor su nombre, es y no es Marcel Proust. Este narrador y su creador comparten la pertenencia a un sector de la alta sociedad parisina, así como la voluntad de hacerse escritores para dar cuenta de sus vivencias. Comparten, sobre todo, una fina capacidad para percibir el vuelo silencioso de una mirada, el aliento sostenido de un amante ante su amada, en fin: las sutiles intermitencias del corazón.
A esta hipertesia sentimental, se une en ellos la sensibilidad para el objeto estético, sea un cuadro, una representación escénica, o una sonata. La frase del narrador, y con ella la del autor, se extiende en un espacio casi infinito que es aquel en el cual puede así dar cuenta de los meandros afectivos, de las angustias existenciales, del juego de palabras, o de un vocabulario que marca tanto al personaje como a toda una época, un estilo y una clase. En la historia (quizá deshilvanada) en que el joven Marcel narra sus encuentros con los miembros del «mundo de los Guermantes», se ponen de manifiesto estas peculiaridades, a la par que se traza el diseño de un grupo social, el de la duquesa de ese nombre, para añadirlo a aquel dibujado en los dos primeros volúmenes.
En esta edición, la ausencia de erratas y la frescura de la portada se conjugan con la excelencia del texto proustiano, a pesar del pequeño puntaje de la letra, el escaso interlineado y la calidad pronto perecible del papel. Aun así, la lectura depara momentos placenteros: el de estar con Marcel Proust, en otra parte.