Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un muchacha café

Donjuanes, novela ganadora del Premio Casa de las Américas en 1986,  es uno de los títulos más vendidos de la XVI Feria Internacional del Libro Cuba 2007

Autor:

Reinaldo Montero

Reinaldo Montero (Cienfuegos, 1958). Novelista y narrador, autor de varios libros entre los que destacan los textos teatrales Los equívocos morales, Medea y Fausto y las novelas Misiones, Música de Cámara y La visita de la infanta, merecedora esta última del Premio Alejo Carpentier de novela 2004.

Me doy columpio. En el portal hay un columpio cómodo. Vivian me lo dijo, de lo más rico, Lucho. Y es verdad. De qué manera dice rico, y cómo usa rico para todo y en todo. Chirrea rico el columpio al mecerse. Hace un rato tenía apuro, quería verla, ahora sigo con el querer verla, pero sin apuro. Que aparezca cuando quiera, cuando se le ocurra virar de casa del primo, aquí la espero. Al principio me puse toca timbre y toca timbre, por gusto, me parecía. Ni sombra de gente en esta casa. Había visto alejarse a El Zambo Herrera, lo vi coger rumbo al dominó de Toño. Dejé que se fuera sin tirarle ni medio saludo, sin dejarme pillar. El Zambo es un poco celoso con su hija, peor que Reinaldo Miravalles en la película donde hace de guajiro enamorado de las vacas. Y yo, tocando el timbre y sintiéndome embarcao. Aunque alguien tenía que estar ahí dentro, lo supuse, lo adivinaba, si no Vivian, por lo menos la madre. Fue la madre quien me abrió cuando casi me iba. Me dijo, está en casa de su primo, no sé si demora, mijito. Cuando a Tyrone Power le pasó algo parecido, dio un empujón y entró. Yo soy tipo equilibrado y pacífico. Respondí, bárbaro, la espero, y me senté en la ricura de columpio chillón. En la película no había columpio. Y tampoco era cosa de abrir la puerta metiendo empellón aunque parezca sospechosa tanta demora para abrir. No estoy seguro de que Vivian esté o no esté, la madre me confunde.

La vieja salió a repetirme, ella demora, mijito. Ya no puede confundirme. Ahora comprendo por qué se habían demorado en abrir. ¿Me habrá visto llegar, o fue instinto de mujer enamorada? El caso es que Vivian supo que era yo el que estaba en la puerta, y pudo soltarle a la madre, es él, no estoy, ni le abras. O me abrían la puerta o achicharraba el timbre. La vieja terminó abriendo porque le daba pena, no porque le importara el timbre, ya la conozco. Y cuando Vivian se dio cuenta de que estaba dispuesto, y sigo dispuesto, a echar raíces en este columpio, mandó a la madre de nuevo. Ve, anda. Lo imagino clarito. Y la vieja volvió a salir con el mismo cuento, pero diferente, porque me dejó caer con su mirada, Vivian está, pero no quiere saber de ti, mijito. Me clavó los ojos de la verdad mientras soltaba por la boca el mensaje de mentira, y puso sonrisa hueca como Jane Fonda, y para colmo, estrujaba y recontraestrujaba un trapo de cocina, o lo que parece trapo de cocina. Lo estrujaba y lo siguió apeñuscando hasta que se quedó quieta de golpe y apagó la cara. Me di cuenta que salía de la pena conmigo para entrar en el encabronamiento también conmigo. Pero la vieja se moderó rápido, me desclavó los ojos que se habían vuelto fieros, miró por encima de mi cabeza, estuvo así, registrando el aire un rato de nada, segundos si acaso, como a la expectativa, muy tensa. No sabía qué hacer, la pobre. Me recordó a la sirvienta, gorda tipo elefante y negra como la negrura, que hizo lo mismo porque Montgomery Clift se iba a caer del caballo delante de su nariz azabache, y la gente en el cine tenía que darse cuenta de que ese accidente era terrible e importante para el resto de la película. La vieja estaba empeñada en que yo captara que Vivian no quería saber de mí. La pobre, no ve que cuando uno dice a no enterarse, no hay quien te haga. La vieja seguro comprendió mi empecinamiento, pero no se puso a dar gritos como la criada de Montgomery Clift, al contrario, volvió a mirarme con cara de inteligente para confundir, como hacía Libertad Lamarque. Qué me va a confundir, si la totomoyez se le sale por encima de la ropa. Con algo de luz, con un tin al menos, la vieja captaría lo que yo sí capto. Vivian dice, no quiero verlo, o algo parecido, y hasta piensa en firme que de verdad siente eso porque ni ella misma sabe que es al revés, que en realidad está enamorada de mí, y tanto, que se confunde y hace lo contrario, para contradecir el instinto, porque a las mujeres les encanta caer en vericuetos de ese tipo. No hay más que mirarle la cara a la madre de Vivian para comprobar que a esas sutilezas no llega. Le repetí, yo la espero, señora, no se preocupe, siga, siga trajinando. La vieja, la pobre, no atinaba, se quedó un rato indecisa, hasta que se fue. Trancó la puerta sin tirarla, creo que hasta dijo, con permiso. La pena saliéndosele por los poros. Ahora estoy sentado sabroso esperando que el manco eche dedos. Vamos a ver quién cansa a quién. Que Vivian siga de muda allá adentro, que yo me mantengo chirriando columpio aquí afuera. De mí no sale tan fácil. Que siga pasando la noche. Ella tendrá la casa, pero el portal es mío. Ahora me imagino a la vieja y a Vivian cuchicheando en la cocina. ¿Qué hacemos?, a ver, dime, dime tú, no tú. O Vivian pudiera estar en el cuarto, tirada en la cama, haciéndose la que le da igual ocho que ochenta, haciéndose, porque en realidad el amor no la deja. O Vivian preguntando en susurro, ¿no se va?, y poniéndose nerviosa, más nerviosa de lo que ella es, y contagiando a la madre con el nerviosismo. O la madre diciendo de espalda a cualquier pared de la casa, mija, me vas a matar, que tu padre regrese rápido de su bobería con el dominó o me acabarás de quitar la poca vida que me queda. Sufran, señoras, sufran. Y yo, a mecerme. Lo que más me gusta es la chirriadera, la música de acompañamiento. Las dos deben estarme escuchando. Lástima que Vivian no se asome, lástima que no entreabra la ventana y mire. Si lo hace, juro que me haré de la vista gorda como Pedro Armendáriz en situación parecida, y muy distinta, porque a Dolores del Río la delata un suspiro, y yo sé que Vivian, primero muerta que suspirante. Le llegó la hora de la preocupación al par de señoras. Yo mismo me veo y me preocupo.

Tony, el primo, me saludó con un ¿qué hubo? de compromiso, sonó par de timbrazos, le abrieron en seguida y entró. A ver qué inventan, ¿dónde van a poner a Vivian ahora?, ¿en casa de qué otro primo? El Tony y yo no nos llevamos, no me traga. De tragarme, las muecas serían recital. Tony con su voz de galán pasado de moda, igual a la de Hugo del Carril, y el qué hubo de saludo, saliéndole como rumor de bestia. Yo le contesté igual de rumorante con un ¿y qué? tirando a ¿y qué, hijo de puta? Ahora le estarán contando, inventando, poniendo la cosa en pantalla ancha, y yo, haciendo el fondo musical. Como si le dicen que llevo aquí toda la tarde. Según mi cuenta, es hora y sus minutos, y no tengo filo de ganas de orinar, que es lo único que no aguanto, no está en mí. Mi mecedera no ha sido toda la tarde, pero puede ser toda la noche. Esto es diversión. Y a ver pasar la gente, a muy poca gente, por cierto, porque mira que este barrio es despoblado. No saco cuenta de la cantidad de películas que me vienen a la cabeza. O pensando en lo primero que se me ocurre, en que no me han entrado ganas de orinar, me acuerdo de que hay un baño frente al cuarto de Vivian, un baño donde me bañé, porque el fin de semana antepasado, ella me llamó, ¿podrías llegarte por mi casa a la salida del trabajo?, tengo un salidero en la ducha. Su madre y El Zambo andaban para Caimito, y no se les ocurriría regresar hasta el domingo por la noche. Información completa. Era un viernes, Vivian no iba a estar hasta el lunes con el salidero gotea que te gotea. Justificación perfecta. Tocar ese mismo timbre y ella abrirme fue uno, lo más distinto y diferente a hoy. Y rápido cambié la zapatilla, y más rápido llegó la invitación, quédate a comer, casi tengo la comida preparada. Y como estaba resucio, me suelta, si quieres puedes bañarte. Ella y yo trancados y solos en esta misma casa. Aquello me sonó como campanitas. Me le acerqué, y ella se metió dentro de mi boca como un reguilete, y yo, taimado, saboreé su desespero y le hice llegar un beso bien profundo, como hace Innokenti en la película de la muchacha que vuela y al final se revienta. Yo voy camino también de reventarme, pero entonces me sentía reventado de tanta suerte. Me veo sin ropa y metido en ese baño dándome ducha, porque ni ella ni yo queríamos apurar la cosa. Me quité la parafina de los brazos con calma y cuidado, es lo que más se pega, aunque esperaba un ¿te enjabono la espalda?, o algo parecido. Vivian es sabia, dejó que me bañara, que me secara, y cuando estaba al salir en cueros para sorprenderla y ver qué hacía, me dice, ponte el short mío que está en el toallero, Lucho, y ven, tengo la mesa servida.

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