El actor norteamericano Samuel L. Jackson, la estrella de Snakes on a plane PRIMERO el negocio. El arte puede quedar para después. Esa es una premisa que los directivos de New Line Cinema tuvieron muy clara a la hora de enfrentar un proyecto como Snakes on a plane (Serpientes en un avión), una de las más recientes apariciones del popular actor Samuel L. Jackson; una película que hubiera sido una más de esas de serie B, si no hubiera sido porque se ha convertido en la primera cuyo título y hasta escenas fueron «decididos» por un buen número de internautas que discutieron online sobre su contenido, como si estuvieran salvando al mundo.
Y el resultado en la taquilla no se hizo esperar: 15 millones de dólares en el primer fin de semana tras su estreno. No podía ser de otra manera cuando miles de personas emplearon tanto tiempo, durante seis meses, en hacer comentarios y foros, que propiciaron anuncios espontáneos, ideas y hasta canciones de un filme, aun cuando no se había visto ni medio minuto de metraje.
No hay mucha información del modo como apareció en la web la sinopsis de película dirigida por David Ellis (Destino Final 2, Cellular, Matrix Reloaded), cuyo guión quedó engavetado tras los atentados del 11-S, después que algunos expertos concluyeron que la gente no estaría preparada para afrontar dos fobias: viajar en avión y los mortíferos reptiles.
Snakes on a plane cuenta la historia de un agente del FBI encargado de escoltar en un vuelo a un testigo protegido por la policía, que, por supuesto, debe ser eliminarlo por un capo de la mafia. Y, como es de esperar, este tomará el mismo avión, solo que cargado de serpientes venenosas. Y a partir de que la «piedrecilla» que originó la honda cayó en la red, los cibernautas pudieron enviarle mensajes a Jackson o participar en juegos inspirados en la película, pero, sobre todo, sentirse protagonistas, al punto que lograron que en lugar de Pacific flight 121 el largometraje terminara llamándose como ellos preferían. Hubo un momento en que al teclear esas cuatro palabras en Google, la búsqueda mostraba 12 millones de referencias, así como medio millón de visitas al blog oficial y tres millones en su página web.
Contrario a lo que muchos pudieron pensar, los productores, más que alarmarse y demandar, se entusiasmaron. De hecho, no hicieron nada para impedir que se distorsionara la historia original, y sí cedieron ante los reclamos de que fuera una película brutal, llena de violencia, dejando de ser apropiada para mayores de 13 años y que solo pudiera ser vista por quienes excedían los 17. Es más, New Line organizó también un concurso por Internet para escoger la canción que cerraría el filme. El furor llegó a tal nivel que, después de concluido el rodaje en Vancouver, hubo que reunir durante una semana a sus principales protagonistas (además de Jackson, están la española Elsa Pataky y Nathan Phillips) para nuevas tomas con más sexo y abundancia de sangre.
De esa manera, la mesa estaba servida. Por un lado se aseguraba una buena acogida de público; y por el otro, sus creadores podían utilizar a los potenciales espectadores como excusa, en caso de que los críticos quisieran llevar muy recio a Snakes on a plane. «Es una película (hecha) para su público», dijo un portavoz de los estudios, mientras Samuel L. Jackson, dejaba claro que hay filmes para hacer arte y otros para, simplemente, entretener.
Así y todo, las críticas no se han hecho esperar: En el Washington Post se escribía: «La mayor cualidad artística de la película fue su ingeniosa campaña en Internet (...) poco más que una idea desarrollada sobre la marcha, de mala calidad y no muy trabajada», en tanto que El País remataba: «Una tomadura de pelo. (...) El problema es que, aún despojándonos del disfraz de crítico y abrazando las palomitas y el refresco para intentar pasar un buen rato, la película sigue siendo una basura».
En resumen, que la mayoría de los entendidos considera a Serpientes en un avión como un híbrido de acción y terror con cierta dosis de humor y efectos especiales discretos, que puede llegar a entretener, mas es vulgar e insustancial. Se puede añadir que muestra personajes predecibles, diálogos tontos, escenas demasiado obvias y algunos pasables momentos de tensión. Sin embargo, lo que nadie duda es que reportará suculentos honorarios a sus realizadores y a su protagonista absoluto, aunque en ella malgaste su talento.
Mientras tanto, quienes deciden en Hollywood miran con suprema atención cómo marchan las recaudaciones, porque eso puede indicar nuevos caminos que transitar, y conducir a que, en lo adelante, los estudios escuchen más lo que su público quiere que lo que piensen los directores. Y hasta puede que muy pronto exista alguna que otra invitación para una «revisión» pública de las seguras secuelas que vendrán cuyos títulos me atrevo a aventurar: Serpientes en un tren o Serpientes en un camión, aunque el ideal sería Pillos en New Line Cinema.