Sosa, santiaguero de nacimiento y fiel al legado de Miguel Matamoros, inundaba con su sonido cualquier espacio Autor: Roberto Suárez Publicado: 12/02/2025 | 01:57 am
«¡Anímate y vuelve con nosotros, compay! ¡Motívate y cantemos nuevamente! ¡Avívate y responde consecuente! ¡Aliéntate y ensordécete con tu canto! ¡Reiníciate y confronta la adversidad! ¡Restáurate y regula los pareceres! ¡Compénsate y equilibra la conciencia! ¡Aspira e inspírate de nueva vida!¡Embúyete y permítete hacerte sentir!¡Empújate y date otra oportunidad!¡Lánzate ya y recobra tu armada alma! ¡Vamo’ carajo que no lo tienes que considerar! ¡Dale pa’ ‘cá qué hay un pueblo entero esperándote, caballo! ¡Levántate ya negüe eh, eh; …qué pasa compay!(¡…!) ¡Asístelo Pablo hermano, que así como te cantamos juntos, “… solo te pido, que mi espacio, llenes con tu luz”!»
Fueron estas las líneas más sentidas que leí en la red social Facebook, escritas por el músico Miguel Kosta, tres días después de saber al cantautor Eduardo Sosa en estado crítico de salud, luego de haber sufrido un accidente cerebrovascular grave mientras estaba trabajando en Guantánamo. Ojalá esa plegaria hubiera tenido otro desenlace, ojalá esas palabras hubieran traído al incansable Compay de vuelta a este mundo.
Como Kosta, muchos amigos y amigas compartieron su sentir y enlazaron ánimo y esperanza para su pronta recuperación con el hashtag #FuerzaEduardoSosa. Aún recuerdo la fragilidad en la voz de la cantante Annie Garcés cuando el mismo lunes 3 de febrero me dijo que postergaba su concierto en el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes «porque Sosa es mi compañero, mi amigo...no puedo concentrarme, no puedo dejar de pensar en él, no me siento capaz de cantar cuando él está batallando por vivir».
Sosa, santiaguero de nacimiento y fiel al legado de Miguel Matamoros, inundaba con el sonido de su risa cualquier espacio y sus composiciones, cantadas con su potente voz, son indiscutibles riquezas de la trova cubana. Comprometido con su país, con la necesidad de mantener viva la esencia de nuestra identidad, sabiamente mezclaba humor, crítica social y tradición, y hoy, tras su muerte es símbolo de resistencia.
Recordemos sus inicios profesionales en la década del 90 con la formación del dúo Postrova, junto a Ernesto Rodríguez Álvarez. Luego de su desintegración, retomó su faceta de trovador en solitario, y hermanó pueblos con sus interpretaciones junto a figuras imprescindibles de varias naciones de la región y el mundo.
De trato afable, jovial, jaranero, y a la vez, serio en sus proyectos e impronta, Eduardo Sosa asumía con integridad su militancia social, los retos de cada escenario y estaba ahí donde hiciera falta, con su guitarra y su voz, para espantar malas energías y contagiar con su optimismo.
Todos esperábamos que, como cual canción inolvidable, una Mañanita de montaña nos lo devolviera, dispuesto a tomarse el café endulzado, oler la guayaba y mojarse los pies en aquel arroyo. Su destino fue otro, y los abrazos pendientes de sus seres queridos hoy se agolpan en la angustia de no haber sido dados. Sin embargo, Eduardo Sosa no se rindió. Tal vez fue solo un descanso, un reposo en medio de tanto ajetreo por allá por las tierras orientales...El sonido de su risa volveremos a escuchar. ¡Compay, que no se diga! ¡Muerto no estás!