María Caridad Ramos Hernández acumula, pese a su juventud, una amplia experiencia en aulas de la enseñanza especial. Autor: Jaliosky Ajete Publicado: 29/01/2025 | 09:43 pm
SAN JUAN Y MARTÍNEZ, Pinar del Río.— Los nombre de Judith, María Caridad, Yanela y Rosabel pudieran parecer comunes, pero no lo son. Su singularidad radica en las mujeres que nombran: cuatro muchachas jóvenes que asumen una tarea nada sencilla con entrega diaria y sacrificio.
Ellas destacan por sus deseos de ayudar a crecer a niños que por una discapacidad intelectual requieren de atenciones personalizadas. Trabajan en la escuela especial Alfonso Valdés Cabrera, ubicada en el vueltabajero municipio de San Juan y Martínez, donde atienden a 53 alumnos, según sus necesidades educativas.
Con la misión de trabajar por una educación inclusiva en función de la diversidad, y de promover la igualdad de oportunidades, quienes allí laboran contribuyen al desarrollo integral de los estudiantes, de manera que puedan alcanzar su máximo potencial.
Judith Pacheco Ramos, graduada de la especialidad de Logopedia, es desde hace seis meses la directora de la institución. La joven explica que allí estudian menores con discapacidad intelectual leve, moderada y moderada agravada, y también reciben a niños con autismo.
En algunos casos, y a criterio de la familia, sus hijos pueden permanecer en este lugar o insertarse en una escuela primaria, según prefieran.
«Aquí transitan hasta noveno grado; después pasan un ciclo complementario, en el que vienen dos o tres veces a la semana a ejercer alguna actividad de preparación laboral; cuando lo concluyen y arriban a la edad de 17 años se vinculan a convenios familiares, con campesinos y carpinteros de la localidad, y las niñas pueden ejercer oficios de acuerdo con sus aptitudes», explicó la joven.
Con orgullo desanda los pasillos de la escuela y muestra cada local minuciosamente ordenado, embellecido, cuidado.
Unos 13 alumnos permanecen internos, pues residen en comunidades alejadas del pueblo de San Juan y Martínez o pertenecen a municipios aledaños, entre ellos, Guane y San Luis. Como una característica especial, precisa la Directora, atienden a seis niños de manera ambulatoria, y dos maestras tienen la responsabilidad de garantizar la docencia en sus hogares.
Pacheco Ramos reconoce que los resultados del centro se deben a su claustro y personal de servicio (incompleto este último), quienes ven la escuela como propia, y dan cada día lo mejor de sí para que los niños aprendan, se sientan bien y puedan, en un futuro, ser personas independientes.
En las aulas
Aunque en la Alonso Valdés hay profesores de una vasta experiencia, lo mejor es cómo se complementan con la nueva generación, representada en su mayoría por mujeres. Frente al grupo de séptimo grado está la maestra María Caridad Ramos Hernández, quien, a pesar de su juventud, imparte clases hace ya 17 años, pues desde que inició su carrera se vinculó con la docencia y siempre ha trabajado en la enseñanza especial.
Para ella lo más importante, dice, es incorporar siempre afecto y pasión en todo lo que hacen, además de prepararse en los contenidos que se darán en la clase.
Su aula acoge dos estudiantes con discapacidad intelectual moderada, dos leve y uno con moderada con agravante, razón por la que cada uno lleva una atención diferenciada.
«Tenemos guías de apoyo. Se hace un diagnóstico y en función de ello trazamos estrategias que van encaminadas a sus necesidades, y también a las familias, que juegan un rol importantísimo en la atención a sus hijos», acotó.
Además, la institución organiza escuelas de educación familiar. La sicopedagoga del centro determina el tema a trabajar con ellos, de manera que desde la casa puedan apoyar las actividades del centro, puntualiza la maestra.
Mientras dialoga, sus muchachos permanecen tranquilos, con alguna que otra risa pícara ante la inesperada visita.
«El maestro de la enseñanza especial debe tener una dosis extra de amor, de cariño. Aquí no se trabaja si no es con paciencia. Muchos son niños hiperactivos que necesitan tomar medicamentos. Quizá en una escuela primaria hoy enseñas que dos más dos es cuatro y al otro día lo recuerdan, pero ellos no; es muy probable que al otro día ni siquiera sepan que dieron ese contenido.
«Entonces, uno tiene que estar preparado para eso sin perder la paciencia porque, lamentablemente, para varios de ellos, el mayor cariño lo tienen aquí, en la escuela, pues provienen de núcleos familiares disfuncionales», comenta la profesora.
Rosabel Ponciano Peña es también muy joven. Permanece en este centro desde que terminó en la escuela pedagógica, hizo sus prácticas y ya se graduó como licenciada en Educación Especial. Bajo su responsabilidad hay siete alumnos, de los cuales tres tienen discapacidad moderada, y cuatro leve.
Con detenimiento organiza a sus estudiantes para ir a almorzar. La suya es un aula multigrado con niños de segundo y tercero. «La exigencia es aún más fuerte; son diferentes contenidos, diferentes años, pero siempre se logra, porque nos preparamos para ello y contamos con el asesoramiento de la sicopedagoga».
Calladita en la puerta del aula contigua está Yanela Jaime Barrios, una joven recién graduada también de Educación Especial. Su mayor reto es prepararse cada día a tono con las necesidades de sus alumnos, quienes en estos momentos cursan el sexto grado.
«Cada asignatura tiene sus particularidades y ellos también requieren métodos distintos. Se trata de una diversidad de alumnos que te exige dedicar horas en la casa al estudio, más allá de las que dedicas a la preparación metodológica», aseguró.
La escuela se distingue por su orden, disciplina e iniciativas, y aunque hasta ella llegan donativos de diversas asociaciones y vegueros de la tierra del mejor tabaco del mundo, las maestras desean más acompañamiento.
«Siempre agradecemos a todo el que llega hasta acá, pero también queremos ofrecerles a los niños una buena actividad cultural, llevarlos a instituciones, que puedan salir de la escuela», refiere Ramos Hernández.
«Hay que tener una mirada más integral y traer hasta acá proyectos, y llevarlos a ellos también. Que nos acerquen otras opciones beneficiosas para su desarrollo y motivadoras. A veces necesitamos que nos digan: ¿qué hace falta, en qué podemos ayudar?».
El seguimiento constante
Olga Roque Hernández, quien es la sicopedagoga de la Alfonso Valdés, cuenta que su atención a los niños es directa, sobre todo con aquellos que tienen más necesidades educativas, e indirecta cuando da las orientaciones a docentes para que trabaje con ellos.
De forma general, acota, todos reciben atención sicopedagógica, pues tienen afectados diferentes procesos cognoscitivos, como la atención, la memoria y el pensamiento abstracto.
También se garantiza la reevaluación mensual de los que están en la escuela, los ambulatorios y aquellos que permanecen insertados en la enseñanza regular, y la siquiatra, de conjunto con la sicopedagoga, valora los niños según el diagnóstico y alteraciones del comportamiento presentado. En correspondencia, la doctora da orientaciones de manejo o se reajusta algún medicamento.
Cuenta la Directora que en los últimos tiempos varios fármacos han estado en falta, lo cual ha afectado la estabilidad de los niños y su asistencia a clases. Pese a ello, la escuela se mantiene en su rutina habitual.
Los alumnos ven esta como su segunda casa, y para algunos es la primera. Como las cuatro muchachas que garantizan parte de la docencia, otros profesionales y personal de apoyo se empeñan para que en la Alfonso Valdés los estudiantes encuentren un camino hacia su máximo desarrollo, siempre a partir de sus necesidades especiales.