Camilo y Fidel vistiendo la franela de Barbudos en un juego amistoso de béisbol. Autor: Archivo de JR Publicado: 26/10/2024 | 11:17 pm
La noticia le desesperó sus más profundas ansias de lucha. Lo impactó. Tal vez quiso en esos instantes haber sido uno de aquellos bravos que dispararon contra el cuartel santiaguero la madrugada del 26 de julio de 1953, pero estaba a más de 2 000 kilómetros de distancia, entre los sobresaltos de Nueva York, mientras que un joven llamado Fidel Castro había tomado las riendas de la insurrección y se levantaba en armas contra la dictadura de Batista.
Desde ese mismo día Camilo Cienfuegos Gorriarán comenzó a admirar a Fidel; sintió quizá que la osadía y el temple de aquel muchacho, seis años mayor, marcaban la ruta para esos que, como él, también tenían deseos de ver a Cuba sin las ataduras de la tiranía. Ya sabía lo que era estar en medio de una manifestación contra el régimen, incluso, recibir un balazo y estar fichado por el Buró Represivo de Actividades Comunistas; pero el azar aún no le reservaba un encuentro con el líder revolucionario.
Mientras Fidel organizaba la lucha, él había partido al Norte en busca de mejoras económicas; pero allí eran pocas las oportunidades de trabajo y cada vez más cercanos los pasos de los oficiales de inmigración, hasta que en abril de 1955 fue deportado por estancia ilegal. Faltaban apenas días para que Fidel, el 15 de mayo, saliera del presidio de Isla de Pinos, amnistiado gracias al empuje del pueblo.
El jefe del Movimiento decidió viajar a México para preparar mejor las batallas venideras, y Camilo regresó a Estados Unidos. Ya había leído sus palabras en La historia me absolverá, se identificaba con su pensamiento justiciero y profundo, y tenía fe en él. Nunca lo había visto de frente, pero estaba seguro de que debía ser parte sus filas.
Su lugar en la historia
Al brumoso octubre del Distrito Federal llegó Camilo a fines de 1956. Como única brújula para guiar sus pasos tenía una dirección en el bolsillo: la de Reinaldo Benítez, asaltante al cuartel Moncada, preso político en Isla de Pinos y excompañero de trabajo de su padre. Grande fue la sorpresa de este viejo conocido cuando un día al llegar a su casa en México encontró una nota firmada por el hijo menor de Ramón Cienfuegos.
«(…) se lo comunico a Raúl Castro, y él me orienta que vaya a verlo para ver qué es lo que quiere. Conversamos con Fidel, y las condiciones no recomendaban que Camilo se incorporara, porque eso sería un mes y medio, dos cuando más, antes de partir hacia Cuba. Las condiciones eran bastante críticas, por esas razones, al principio Fidel no aceptó, ni Raúl tampoco, pero bueno, pasados unos días volvimos a conversar con Fidel y con Raúl hasta que ellos entendieron y recomendaron que entonces lo mandaran hacia un objetivo para su preparación».
Fue el último en incorporarse a los futuros expedicionarios, y sería el primero en entrar a La Habana una vez alcanzada la victoria. Se forjó como buen guerrillero en la Sierra Maestra, mostrando desde el inicio coraje y temeridad. Él, nacido y crecido en la ciudad, enfrentó sin quejas la vida dura de la montaña. En la Columna 1 y también en la 4, bajo las órdenes de su gran amigo Ernesto Che Guevara, se distinguió como jefe de la vanguardia, puesto que requería el doble de coraje, y fue el primer jefe rebelde al que el Comandante encomendó la misión de bajar a los llanos y combatir allí. Por todo ello, el 16 de abril de 1958 Fidel emitió su orden de ascenso al grado de Comandante del Ejército Rebelde.
La respuesta de Camilo significó una muestra de honda lealtad a él y a la lucha: «En mi poder el ascenso a Comandante del Ejército Revolucionario 26 de Julio. Al recibir tan alto honor y responsabilidad he jurado cumplir a cabalidad dicho cargo, y trabajar hasta el límite de mis fuerzas por acelerar el triunfo de la Revolución. Gracias por darme la oportunidad de sentir más a esta dignísima causa por la cual siempre estaré dispuesto a dar la vida. Gracias por darme la oportunidad de ser más útil a nuestra sufrida Patria. Más fácil me será dejar de respirar que dejar de ser fiel a su confianza».
Cuando Fidel resolvió extender la guerra a Occidente, enseguida pensó en Camilo, quien condujo hasta allá, con liderazgo y audacia, la Columna 2 Antonio Maceo. Del difícil paso por las llanuras camagüeyanas le escribió el 9 de octubre de 1958; y cinco jornadas después, el Comandante le envió un mensaje, reflejo de su reconocimiento y respeto.
Vivirá en nosotros
Sobre la amistad entrañable de los dos conoció Alberto León, Leoncito, escolta y chofer del Comandante en los tiempos iniciales, luego del triunfo de enero de 1959; y cuenta que en una ocasión Fidel asistió a un acto y, al terminar, tarde en la noche, él y Camilo comieron en el restaurante Kasalta, en Miramar. «Cuando salimos Camilo le dijo que sus padres querían conocerlo, a lo que él respondió: “¡Vamos para allá!”». Y fueron hasta Jaimanitas, donde vivían Emilia y Ramón, quienes todavía estaban despiertos y en la sala conversaron largo rato con Fidel.
Apenas unos días después ocurrió la traición de Hubert Matos, entonces jefe del regimiento militar de Camagüey; y Fidel designó a Camilo para hacerle frente. Con su audacia dominó la situación sin disparar un solo tiro. Luego volvió a la capital, pero en la noche del 27 de octubre retornó a ese territorio para precisar detalles. Al caer la tarde del 28, el Cessna rojo y blanco en que viajaba se impulsó en la pista, alzó el vuelo con rumbo a La Habana y se perdió, para siempre, entre las nubes del cielo.
Camilo, el muchacho jovial de solo 27 años, el que un día llegó al terreno del estadio con el uniforme de los Barbudos, aun cuando se había anunciado que él sería el lanzador abridor del equipo contrario, y dio una explicación sencilla y profunda: «Yo no voy contra Fidel ni en un juego de pelota»; ese que, cuando una vez lo llamaron por teléfono mientras el Comandante hablaba en televisión, aclaró: «Cuando Fidel está hablando lo único que debe hacer un revolucionario es oírlo». Él, el jefe sensible que andaba, como mismo Fidel, con los bolsillos llenos de papelitos y cartas que le entregaba la gente humilde del pueblo y a todos respondía.
Su desaparición, imprevista y desconcertante, tuvo al pueblo durante semanas entre la angustia y la esperanza. El Comandante, desesperado, dirigió una intensa búsqueda con todos los medios que tenía a su alcance. Todos ayudaron, desde pescadores, pilotos, campesinos… no hubo ni un minuto de descanso, hasta que el 12 de noviembre, cuando ya no había nada más que hacer, explicó al pueblo la teoría del accidente, como la más posible causa de la tragedia:
«(…) porque precisamente si nos aferramos a lo menos probable, podemos caer en ilusiones, podemos ser víctimas de engaño, porque van a seguir, son capaces de tratar hasta de imitar la voz, de cualquier cosa, pero frente a eso, esa seguridad que puede tener el pueblo de Cuba de quién era Camilo y quién es Camilo Cienfuegos, porque Camilo Cienfuegos sí va a vivir de verdad en todos nosotros (…)».
Sin embargo, el dolor de la muerte de Camilo a Fidel no se le curaría jamás, incluso décadas después, lo comprobaría el exalcalde español y amigo de nuestro país José Antonio Barroso cuando, en un encuentro con él, le mostró un ejemplar del periódico ABC, derechista y anticubano, que publicaba dos noticias sobre la Isla, una acerca de supuestas torturas a disidentes en sótanos de la embajada cubana en Madrid; y la otra, fechada y firmada en Miami, decía que Camilo había aparecido allá y convocado a una rueda de prensa porque, según ellos, había conseguido escapar de las cárceles de Castro.
Cuando Fidel vio la primera dijo: «Bueno, Barroso, estoy acostumbrado, la Revolución está acostumbrada a esto, pero va a sobrevivir a esto y a todo lo que venga». «Y le sacó entonces la noticia del supuesto Camilo, y ahí noté yo cómo aquel hombre se afectó… Aquello fue terrible. Se produjo un silencio sepulcral, fue como si el aire se espesara y aprisionara a la gente, todo el mundo, al compás de él, agachó igualmente la cabeza sin saber para dónde mirar. Sin duda, la muerte de Camilo tuvo que ser para él como perder a un hijo».
Solo tres intensos años de lucha compartieron juntos Camilo y Fidel, desde que se conocieron en aquel invierno mexicano hasta la desaparición de Camilo en 1959, pero bastaron para que su amistad creciera tan fuerte que desafiara al tiempo, la manipulación, y aún hoy sea un símbolo del respeto y la fidelidad que unió a dos comandantes de la Revolución Cubana.