Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Varón pleno

Martí urge en tiempos procelosos

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Tengo sed de José Martí. Si se es cubano, se es martiano. Para encontrar su luz, hay que traspasar la croniquilla de ocasión. Para entrar en las vidas, hay que trascender las fechas. No es preciso desgajarle de su época, porque su infinitud emerge por todas partes.

Martí urge en tiempos procelosos.

Esa «condición arcangélica» que Gabriela Mistral le advirtiese solo se completa cuando hurgamos en su existencia real. Su estatura ética, capaz de encarnar a toda una nación, no puede hurtarnos al Martí hombre, «con las apetencias propias de un varón pleno», tal como lo retrata Luis Toledo Sande en Cesto de llamas, su biografía de El Maestro.

Gonzalo de Quesada y Miranda considera que la atracción de Carmen Zayas Bazán Hidalgo (1853-1928) por José Martí «fue casi instantánea»; mientras el visitante compartía partidas de ajedrez con el padre de su futura esposa. Para Jorge Mañach, ella representaba «el fragante señorío de las mujeres del Camagüey». María Antonia Borroto apunta, tras revisar las cartas de la dama, «mucha energía y mucha pasión. No es el suyo el tono que uno suele esperar en una señorita del siglo XIX cubano».

Martí y Carmen contraen matrimonio en México en el estertor de 1877. Pronto comenzarán los viajes y los avatares. El hijo de ambos, José Francisco Martí Zayas Bazán, nacerá el 22 de noviembre de 1878.

No es poco lo que dice el patriota en su poema Carmen, publicado originalmente en 1876 en el periódico mexicano El Eco de Ambos Mundos, y del que Amaury Pérez Vidal ha hecho una interpretación magistral: «Es tan bella mi Carmen, es tan bella,/ Que si el cielo la atmósfera vacía/ Dejase de su luz, dice una estrella/ Que en el alma de Carmen la hallaría».

Cuando tras una prolongada separación, el patriota ve llegar a Carmen a Nueva York, a principios de 1880, cae rendido a sus encantos, por encima de cualquier diferencia. Así la pinta: «Tiene el color blanco anacarado, los labios de un punzó natural, con suavidad de terciopelo, los ojos pardos rasgados, con mirada angelical y el cabello de ese color castaño dorado, como lo pintaba Tiziano».

En un diálogo, en apenas 25 versos, Martí sintetiza su concepto sobre el amor. Al preguntar al galán que ha encontrado a su doncella «en una gruta florida» para cuándo son las bodas, sobrevienen la respuesta y el cierre lapidario: «—Pues las bodas no serán./ Y estoy de pesar que muero/ (…) Pero mi linda doncella/ No tiene un centavo entero./ —¿Y estás muy triste de amor,/ Galán cobarde y sin seso?/ Amor, menguado, no es eso: /Amor cuerdo no es amor».

En horas de apabullante materialidad, «Dolora griega» se nos aparece en su ardorosa sencillez, en su punzante exégesis. 

El amor sensual no escapa a la pluma del genio de Paula (¿cómo podría?) y, al reflexionar sobre él, retiembla el moralismo de etiqueta, salta un siglo: «Lo que se tiene por lujuria no es más muchas veces que el horror a la soledad, la necesidad de la belleza». 

No podrá pasarse por alto la frase con que alude a los deseos masculinos (Cuaderno de apuntes). Airosa la metáfora martiana, intacta su originalidad: «¡Y tantas cosas nobles como pudieran hacerse en la vida! Pero tenemos estómago. Y ese otro estómago que cuelga: y que suele tener hambres terribles».

No hay que buscar santidades, cuando desbordan las humanidades. José Martí es patrimonio de los cubanos todos, en primer lugar, de quienes lo amaron, de quienes lo amamos. Martí nunca pasa. Él es nuestro contacto más preciso, más precioso con la futuridad.

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