Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

A unos 1 974 metros de altura

Con la certeza martiana de que «subir montañas hermana hombres», recientemente una treintena de jóvenes del hospital Hermanos Ameijeiras realizó la tradicional escalada hasta el Pico Turquino, así como otras actividades de encuentro con la historia patria

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

Hay paisajes deslumbrantes desde el alba, y gente austera, jóvenes como uno, que sienten la necesidad de abrazar los retos con la misma nobleza que las lomas develan en todo su esplendor los «secretos» mejor guardados en la cima de esta Isla.

A unos 1974 metros sobre el nivel del mar, en el corazón de la Sierra Maestra, no existen lujos materiales ni coberturas inalámbricas. Solo queda sujeta una conexión estrecha entre las piedras que sostienen el busto de bronce al Héroe Nacional de Cuba, José Martí, y la naturaleza viva que ha sido testigo de cada épica histórica.

A quién le puede importar entonces lo rocoso y difícil del camino, lo escabroso de las montañas o los escalones interminables de tierra húmeda y arbustos, si luego de superar el cansancio descubres en el punto más alto del país, que cada quimera soñada puede ser una meta alcanzable.

Para algunos llegar hasta el Pico Turquino desde el sur santiaguero es un reto mayúsculo, pero también una aventura necesaria que nos pone a prueba desde cualquier punto de vista. De eso pueden dar fe la treintena de jóvenes de la brigada Aniversario 505 de fundación de la Villa de San Cristóbal de La Habana, perteneciente al hospital clínico quirúrgico Hermanos Ameijeiras, que recientemente subieron hasta la emblemática elevación.

Hubo quienes dudaron al principio del feliz ascenso de estos muchachos, de sus ganas y pasión. «Si acaso llegarán dos o tres», decían ciertos entendidos en la base del Turquino. Pero las cuerdas locuras son tan irreverentes como los seres que protagonizaron esta travesía.

Pobres aquellos que subestiman la fuerza colectiva de las nuevas generaciones y la voluntad que las mueve. Cierto que no todos completaron los durísimos 11 kilómetros de camino en pleno ascenso. Subirlo por Santiago de Cuba tal vez sea, como describen los mismos pobladores de Ocujal del Turquino, un «verdadero desafío».

Aun así, la mayoría consiguió estampar su recuerdo grupal junto al Apóstol en el punto donde la naturaleza y las nubes se acarician suavemente. Otros quedaron a escasos metros de lograrlo cuando tocaron sus límites físicos faltando muy poco para la cima. Sin embargo, de la Sierra Maestra nadie baja sin su justa recompensa. Basta intentarlo hasta el cansancio para que algún halo de orgullo recorra luego el cuerpo en el llano.

Durante esta aventura varios matices y particularidades engrandecieron, de cierto modo, a los jóvenes de la salud pertenecientes a la brigada. Estuvo quien puso por delante la fuerza de voluntad tratando de acompañar a su tropa, por dar cada paso, los que resistieron el cansancio junto a sus hijos para luego abrazarlos en la cima, o aquel que se empeñó en ascender de primero, cargando sus orishas a cuesta, hasta cumplir con los ancestros y con Martí.

Sin zapatos hasta el pico

Hay tanto simbolismo en esas montañas puntiagudas que atan cada año a centenares de jóvenes, que todos buscan superar los imprevistos sin bajar la mirada del Pico Turquino. Rendirse en el ascenso parece un hecho tan difícil como el propio sendero de la serranía. O si no, pregúntenle a Davianis Miguel Landa Alonso, quien completó el camino con más fuerza y deseo que recursos.

Recuerdo haberlo visto apenas en el kilómetro dos con las suelas de sus zapatos abiertas de par en par, como una herida material que podía ser la excusa perfecta para un retorno a la base. Pero no, este enfermero del servicio de Neurocirugía del Hermanos Ameijeiras recompuso a duras penas sus zapatillas y siguió el rumbo.

«Yo llego», le decía a cuanta persona pasaba por su lado. Era una meta personal que se propuso y cumplió con creces. Cómo no iba a subirlo, comentó luego Davianis, si por allí mismo caminaron los integrantes del Primer Frente Oriental José Martí, si allí se escribió parte importante de nuestra historia.

Con 28 años y casi descalzo por la empinada loma santiaguera, asegura que tampoco hubiese sido posible el ascenso sin el trabajo en equipo y la ayuda de la brigada. Fueron mis compañeros, agrega, quienes remendaron los zapatos con las cosas que encontraban por el camino.

Boliviana en la sierra

De ese valor cubanísimo que entraña escalar lomas entre amigos, apoyándose uno a los otros, conoció ahora de cerca Yanet Mamani Villarroel, una
boliviana residente de segundo año de Endocrinología, que se arriesgó al Turquino para rendir homenaje al más universal de los cubanos y a la historia inmensa de esta Isla.

Según afirma, le habían dicho que subir la mayor elevación de Cuba llevaba implícito al final rendirle honores al Apóstol. Y claro, «no dudé en hacerlo desde el principio», cataloga quien se considera una doctora salida de la Escuela Latinoamericana de Medicina agradecida tras graduarse en nuestro país hace 12 años.

Aunque a Yanet solo le faltaron escasos metros para ver el busto de Martí mejor guardado en las alturas, sí logró otra meta importante del trayecto: alcanzar el Pico Cuba, segundo punto más alto del país y donde se encuentra un monumento a Frank País.

Por eso digo que de la Sierra Maestra nadie baja sin recompensas. Esta boliviana que conocía el macizo montañoso oriental solo de historias lejanas, por ejemplo, se siente retribuida con haber palpado en toda su dimensión la belleza paisajística de ese sitio.

Son momentos que no voy a olvidar, porque Cuba es mi segundo país, enfatiza. Cada cosa pasa por algo y tal vez tenga una segunda oportunidad para ascender el punto más alto de la Isla, recalca.

No van lejos los de alante…

Yo diría que no van lejos los de adelante si hay mujeres persistentes como la joven Lianet Cedeño Pérez, que se sobreponen a sí mismas a medida que el camino va haciéndose más complejo. Ella inició rezagada el trayecto, pero superó poco a poco su respiración jadeante, fatigosa, hasta que llegó a la cima junto a la «avanzada».

Según asegura, las tres armas para subir el Turquino son sencillas como la vida misma: fuerza, voluntad y nunca detenerse. Y las mayores virtudes de esta aventura radican, precisa, en conseguir la meta todos juntos como equipo, como un gran ejército.

Si hay algo que agradece Lianet, fue recorrer primero sitios relevantes de Santiago de Cuba que atesoran parte valiosa del paso de los guerrilleros y del Ejército Rebelde por esas lomas. «Solo después, subiendo el Turquino, uno se percata realmente de las adversidades que enfrentaron en la lucha de liberación. Un pedazo importante de la Patria y la historia están vivos en esos senderos», reconoce.

Siempre gana la juventud

Alcanzar la mayor elevación o al menos intentarlo siempre será una experiencia única para los jóvenes, asegura Tony Pérez Herrera, especialista principal del Laboratorio Clínico del hospital Hermanos Ameijeiras y secretario general del Comité UJC del centro. Y agradece a cuantos abrazaron esta idea y la hicieron suya desde el primer momento desde los choferes hasta las autoridades del Gobierno y el Partido en Santiago.

La formación de valores en las nuevas generaciones tiene un tránsito y un curso diferente en estos tiempos, dice, pero estas experiencias indiscutiblemente lo aceleran, porque llegamos a desprendernos de lo material para compartir y aprender de la mejor forma posible: bebiendo de nuestro pasado.

No exagero si digo entonces que el mayor orgullo que queda de estas aventuras, de escalar el Turquino, y de esa serranía inmensa al sur santiaguero resulta, quizá, el hecho de continuar formando parte de una tradición que parece pintada al dedillo para hermanar a tantos jóvenes, a tantos cubanos.

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