Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Completo Camagüey!

Fue aquella una madrugada inolvidable. Lo será para mí y para ella, quien —seguro estoy— jamás olvidará lo que le hice

Autor:

JAPE

Fue aquella una madrugada inolvidable. Lo será para mí y para ella, quien —seguro estoy— jamás olvidará lo que le hice.

Todo transcurrió durante seis largas horas, sobre los cómodos asientos de un Colmillo blanco Camagüey-Habana, único vehículo en el mundo capaz de hacernos sentir la condición de pingüino y de tener que escuchar cualquier programa de radio jamás deseado.

Ella, cincuentona, parlanchina y confianzuda, cayó a mi lado como venida de otro planeta.

Y así —para entrar en confianza— me ofreció, a priori, una pizza de cebolla. Esa fue mi perdición. Lo confieso.

Su ofrecimiento, que acepté por puro cumplido, pues odio la cebolla, le dio pie para hablarme de las ventajas terapéuticas del bulbo por treinta minutos…

«Mis riñones funcionan como reloj, gracias a la cebolla», me dijo.

Yo —como todo un oligofrénico con marca estatal de calidad— le dije con timidez: «Sí; eso dicen».

Al poco rato comprendí la veracidad de sus palabras: aquellos riñones no funcionaban como un reloj común y corriente. ¡Funcionaban como un cronómetro suizo!

Ocho veces fue necesario parar al Colmillo, incluso en curvas peligrosas.

«Eso es angurria» —dijo el chofer del ómnibus lapidariamente.

Y ella —¡siempre!¡siempre!— con aquella risita arrítmica y nerviosa repitiendo: «Es la cebolla. ¡Qué gran diurética!».

Después vino con su gran historia de aquella madrugada de insomnio. Había sido (¡también!) compositora de guarachas, boleros, sones, rumbas y merengues.

Se una gran jaba extrajo recortes de periódicos viejos, partituras, un tamal medio desenvuelto y un álbum con mil papeles amarillos.

Soy un débil de voluntad. Un abúlico. Es más: un parapático. Y cuando me dijo: «¿Quieres escuchar alguna de mis canciones? En lugar de lanzarme por la ventanilla, le dije derrotado: «Sí, me gustaría».

Primero fueron sus tangos: (Yo que tanto te quería / y yo sufriendo en mi sofá / mientras otra te dormía / y yo en esta soledad) y entonces, sin poder evitarlo, pensé en Soledad Cruz y dije: ¡Ay, críticos de arte, cuánta falta hacen en el mundo!

Después las guarachas, los boleros… ¡Y hasta un vals de su inspiración intitulado Arroyo Colorado, tropicalísima versión —quizás— del famoso Danubio Azul!

Además de alevosía, premeditación y nocturnidad, tuve que sufrir ensañamiento. Extrajo de la jaba unas cuartillas mal cosidas con su breve autobiografía y yo (¡infeliz de mí) acepté la lectura.

Ya en el territorio yumurino bajamos todos a la terminal. «Diez minutos», dijo el chofer. A los siete minutos —en la cafetería había agua hirviendo, no hervida— todos, menos la pasajera, estaban en el ómnibus.

—¿Completo Camagüey? —preguntó desde afuera el expedidor.

—¡¡Sí, completo Camagüey!! —grité a todo pulmón, desde mi asiento, el último del ómnibus, para más señas.

 Viñas Alfonso, dedeté 1986

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