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Pipo sacó a Fidel del Moncada

A la vuelta de 71 años de los sucesos del 26 de Julio, René Santana Chirino cuenta sobre su padre, Ricardo Máximo Santana Martínez, uno de los asaltantes del cuartel de Santiago de Cuba

Autores:

Lisandra Gómez Guerra
Dayron Chang Arranz

SANCTI SPÍRITUS.— Han pasado unos pocos minutos después de la cinco de la mañana. El bullicio de la conga se escucha tenue. Santiago de Cuba ha bailado durante horas. El inicio de la mañana sacude las resacas.

Es el momento exacto para generar sorpresas. Así ha sido pensado por quienes lideran el grupo de jóvenes que recorren en autos desde la Granjita Siboney hasta el Cuartel Moncada. Desafiante en su elevación, la fortaleza impone respeto. Pero la decisión de asaltarla es más fuerte.

La salida fue el momento más emocionante que hasta esa etapa había tenido. Todo el mundo exhibía el arma que le había tocado. Ahí, empezamos a cantar el Himno Nacional. Me parecía que estaba participando en la guerra de los mambises. No sentí miedo en ese momento; solo fue por un instante, cuando se cruzaron los primeros disparos*.

Escuchar a Ricardo Máximo Santana Martínez es vivir cada segundo del súbito despertar de Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953. Sucede a tiro limpio. Una patrulla de recorrido hace accionar la alarma. Falla el factor sorpresa.

«Contaba Pipo que se arma el corre corre —rememora René Santana Chirino, uno de los hijos de Ricardo y quien creció con cada anécdota—. No fueron más de 20 minutos, y siempre decía que le impresionó ver a Fidel, un hombre tan alto, parado en la calle tirando para el cuartel. La retirada fue inevitable. Pipo se sube al carro que había visto con la puerta abierta y la llave puesta, mientras que Fidel se monta de último en otro, pero se da cuenta de que Mario Collazo, otro artemiseño, está herido y se baja para cederle su puesto.

«Sale corriendo por la calle y, por su lado, a una velocidad que no puedo explicar le pasa el carro que manejaba Pipo. Siempre añadía que es muy fácil hacer el cuento, pero la balacera que había allí era increíble. Frena un poco más adelante, da marcha atrás y lo recoge».

Solo pasados 30 años de aquellos minutos se hizo público lo sucedido. Ocurre en La Habana, Palacio de Convenciones, en 1983, cuando el Comandante en Jefe se reúne con los asaltantes.

«Durante la conversación, Fidel reconoce que tenía una duda relacionada con su retirada. Refiere que lo sacó un artemiseño, pero no sabía quién. Pipo saltó y le dijo: “Si usted quiere le puedo hablar de su retirada”.

«Le narra a Fidel cada detalle. Le recuerda que quería atacar el cuartel de El Caney y el chofer le dijo que eso era una locura, porque allí sabían lo sucedido en el Moncada y de seguro iban a estar esperando. Entonces usted le expresó unas cuantas palabras bien duras. Agregó que se fueron para la Granjita Siboney.

—¿Y cómo tú sabes eso? —le requirió el Comandante en Jefe.

—Porque aquel chofer era yo —respondió Pipo.

—¿Y por qué nunca lo has dicho?
—volvió a preguntar.

—Porque siempre he pensado que eso le correspondía a usted decirlo.

«Fue cuando delante de todos reconoció que ese acto era un exceso de modestia y había obstruido la historia. Miró a Mario Mencía, quien escribía entonces El grito del Moncada, y le pidió que pusiera eso. Así se supo que Pipo sacó a Fidel del Moncada».

Un guajiro humilde

El hijo menor de la camada de siete hermanos del matrimonio entre José Santana y Guadalupe Martínez nació en el actual municipio espirituano de Fomento. Con pocos años de edad, regresa a las raíces de los abuelos, en el occidente del país, y con 18 años se afinca en Artemisa.

Manejaba una máquina de alquiler y por esa vía pude entrar en el Movimiento.

Amante de la historia, joven de hacer amigos y disfrutar de opciones recreativas, detestaba las expresiones de atropello y abuso.

«Un día, en el bar del padre de Severino Rosell —también asaltante del Moncada— tuvo una trifulca muy grande con un guardia. Y ahí Pipo dice que de enterarse de algún grupo que luchara contra el Gobierno se uniría. Pasado aquello, Severino le pregunta si realmente lo deseaba y por él entra al Movimiento de los Jóvenes del Centenario».

Se hicieron cotidianos los viajes a La Habana en su máquina de alquiler, a contactar a otros jóvenes del movimiento; el préstamo de la finca del suegro para el entrenamiento de tiro; las reuniones en la ponchera pared con pared con la carpintería del tío de Ramiro Valdés, con quien comparte más que ideales revolucionarios…

«Fidel estuvo en la finca de mi abuelo para evaluar cómo iban las prácticas de tiro. Ahí él dijo algo, que Pipo y yo
hablamos varias veces y tuvo que ver con la puntería y organización de los artemiseños. Agregó que los quería cerca de suceder lo que planificaban. No en vano, la mayoría de los que llegaron a la posta 3 del Moncada eran de esta tierra».

Sin saber adónde viajan, Ricardo Santana Martínez sube en uno de los autos que lo lleva a Santiago de Cuba. Es su primera vez en la indómita ciudad, que le recibe de noche. Primero, una casa de renta, luego la Granjita Siboney.

Íbamos sin ninguna preocupación de morir, aunque sabíamos que nos enfrentaríamos a algo grande. Al llegar a la Granjita, el primer impacto fue duro porque nos recibieron dos hombres vestidos de guardia. Pensamos que era una emboscada. Luego, nos sorprendieron dos mujeres que parecían hormigas atendiéndonos. Se sacaron las armas, los uniformes que a unos les quedaban grandes, a otros pequeños. Hasta que llegó Fidel y explicó lo que haríamos.

Una vida por la revolución

Tras el fracaso y por orden de Fidel, Ricardo Santana sale a las montañas de Santiago de Cuba, donde permanece escondido por más de un año, gracias a una familia montuna. En Artemisa, sus padres, hermanos y novia por mucho tiempo creyeron que había muerto. Gracias al padre de Renato Guitart llega a La Habana y, de ahí, con no pocos esfuerzos, a México. Justo en esa nación conoce a amigos como la propia María Antonia Figueroa, tesorera del Movimiento 26 de Julio. Pasados unos meses retorna a este archipiélago.

En el aeropuerto, junto a la familia lo recibe la Policía. Lo dejan libre, pero vuelve a caer en sus garras tras conocerse que formaba parte del grupo que saldría a México para regresar en una expedición.

Fui el único que me quedé, pero me mantuve activo en la lucha clandestina. Cuando supe del triunfo revolucionario, fue una alegría inmensa.

Al rememorar esos pasajes paternos, René Santana Chirino deja escapar múltiples emociones. Ni la muerte de su querido Pipo en 1997 ha conseguido disipar cada detalle contado con sistematicidad.

«Me repitió siempre la valentía y humildad de Fidel. Asimismo, sobre la organización tan grande, tanto así que los artemiseños eran casi todos amigos y, sin embargo, solo unos pocos sabían que el otro también estaba en el movimiento», concluyó.

Otros espirituanos en el 26

Junto a Ricardo Santana, otros dos hijos de esta provincia participaron en las acciones armadas del 26 de Julio de 1953 en Santiago de Cuba y Bayamo. Remberto Abad Alemán Rodríguez —el único espirituano mártir de ese hecho— y Antonio Darío López, quien fue expedicionario del yate Granma y prisionero hasta el triunfo de la Revolución, tras ser capturado en Alegría de Pío. Se mantuvo integrado al proceso político hasta su muerte en 1985.

(*) Los textos en cursiva pertenecen a una entrevista a Ricardo Máximo Santana Martínez que forma parte del patrimonio sonoro de Radio Habana Cuba

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