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José Martí y el reino peregrino de «Gringolandia»

Después de los trágicos sucesos del 19 de mayo de 1895, el devenir cubano pareció siempre definirse entre quienes intentan sacar al Apóstol de la podredumbre y el lodo y los que, en su nombre, no hicieron más que hundirlo en los fanguisales del olvido o la manipulación. Desde entonces y hasta hoy, Revolución y contrarrevolución se disputaron su legado.

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Aunque hay un único 19 de Mayo y un solo héroe en Cuba que le da sentido nacional a esa fecha, no faltan entre nosotros quienes preferirían desbocarlo sobre el lomo del imponente Baconao hacia otros destinos completamente opuestos de los que lo llevaron al martirologio desde boca de Dos Ríos.

Y aunque nos duela esta grieta frente a una figura que representa el sentido de la unidad nacional, debemos reconocer que no todos asumen en este país que la única manera de lograr semejante prodigio sería montar a otro sobre aquel inquieto caballo y no a aquel hombre de preciosa y recta estatura ética. Esto debemos subrayarlo cuando nos separa un año para los 130 de aquella fecha triste en la historia cubana.

No todos miran de la misma manera que sin la limpia presencia de Martí en nuestra historia tampoco sería esta tierra lo que es, sus inmensos símbolos lo que son y su volcánica, aunque prometedora evolución, la que ha sido, ni en el tiempo, ni en los fundamentos, ni en los principios, ni en los fines, ni en los sueños, ni en las inspiraciones.

A ese segmento que nunca entendió a fondo la vindicación de Cuba que fue la inmanencia martiana en el devenir nacional, les resulta indiferente que millones hayamos querido detener las postreras escenas y transformar aquel destino, retrotrayendo los graves acontecimientos de aquella fecha con algún poder divino y devolverlo vivo sobre el brioso corcel, violentando el arranque de honor que le pondría —como poéticamente profetizó— de cara al sol, pese a las prevenciones que le aconsejaban mantenerse en la retaguardia.

Aquel día aciago, en los cruces del Cauto moría un héroe singular, el que había enseñado a los cubanos a unirse para una guerra tan breve y contundente como generosa, y le nacía definitivamente su Apóstol. Aquella caída era el sacrificio que la casualidad y la providencia ponían en el camino de Cuba para el nacimiento de un eterno y regenerante apostolado.

Después de los trágicos sucesos del 19 de mayo de 1895, el devenir cubano pareció siempre definirse entre quienes intentan sacar a José Martí de la podredumbre y el lodo y los que, en su nombre, no hicieron más que hundirlo en los fanguisales del olvido o la manipulación. Desde entonces y hasta hoy, Revolución y contrarrevolución se disputaron su legado. Su figura es central en la contienda simbólica cubana de este siglo XXI, que tiene en el campo comunicacional el centro de la ofensiva, con la teoría de la revolución traicionada alimentándola cotidianamente.

Tras la exitosa culminación de la 3ra. edición del Coloquio Internacional Patria en La Habana el pasado mes de marzo, que reunió a representantes de más de 31 países, quienes honraron el periódico de Martí con la búsqueda de una articulación comunicacional de las fuerzas progresistas del mundo para hacer frente a la creciente unipolaridad en este ámbito, favorecida por el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, uno de los medios voceros de la contrarrevolución arremetía contra el evento y sus organizadores, precisamente bajo aquel argumento:

«Como parte de esa especie de apropiación indebida —arremetía—, acaba de celebrarse la tercera versión del Coloquio Internacional Patria, un evento convocado por los periodistas oficialistas cubanos, y que reunió a lo más rancio de la izquierda internacional…

El mencionado texto había iniciado por considerar que «son bien conocidos los intentos de los gobernantes cubanos por apropiarse del legado martiano y colocar a la figura de José Martí en el bando del castrismo… recientemente hemos asistido a otra maniobra fraudulenta de la maquinaria castrista del poder, al considerarse seguidora de la labor periodística de Martí en el periódico Patria…», profería dicho medio anticubano.

Pero el intento de secuestro del ideal martiano por la contrarrevolución en Cuba es muy anterior a este 2024. En fecha tan temprana como el 28 de enero de 1959, a solo días del triunfo de la Revolución, criminales del batistato fundaban en Nueva York una organización que nombraron, nada menos, La Rosa Blanca, la cual llegaría a considerarse como la entidad madre de la contrarrevolución y el terrorismo desde Estados Unidos contra Cuba. Más tarde, entre otras intentonas de usurpaciones, ocurriría el ultraje de fundar, con fondos federales, las vergonzosas Radio y Televisión Martí, que hoy migran apresuradamente hacia los campos de internet, tan prometedores como minados.

Desde el inicio de su postrero y fecundo renacer en las Glosas de Julio Antonio Mella a su pensamiento, en los años 20 del siglo XX, fue preciso discernir qué era lo revolucionario y qué lo contrarrevolucionario en este país, una delimitación que encontraría su más alta significación y elocuencia con el triunfo de la Generación del Centenario del Apóstol, liderada por Fidel Castro frente a la brutalidad, el crimen, el rompimiento del maltrecho Estado de derecho y toda la justicia en revés que representó y resumía la dictadura de Fulgencio Batista.

Al encarnar todo el pasado histórico con las ansias venideras o futuras, su figura no ha estado exenta de mezquindades y regateos, cuyos contornos pueden definirse mejor si se sigue esa tan pequeña, pero cortante definición, de los dos bandos. ¿Qué ha hecho cada uno?

Hay que preguntarse por qué desde la contrarrevolución se intentó siempre arrancar a la Revolución de sí misma, para dejarla absolutamente vacía, devaluándola, desnaturalizándola o buscando transferir la fuerza redentora de su simbología a manos de sus enemigos.

La pretensión tampoco se circunscribe al período posterior a 1959, cuando triunfó en Cuba una de las revoluciones más radicales de la contemporaneidad, que se proclamó, por sus aspiraciones e ideales, continuadora de la iniciada en Yara por Carlos Manuel de Céspedes y vindicadora del ideal martiano a cien años de su natalicio.

El mismo Fidel Castro Ruz, todavía muy joven, cuando maduraba para convertirse en el líder de la que quedaría bautizada en nuestra historia como la Generación del Centenario, tendría que encarar los intentos de manipulación burda del concepto de Revolución en Cuba, precisamente en oposición a la dictadura batistiana, que de muchas maneras fraguó manipular dicho aniversario para sus fines criminales.

En el artículo Revolución no, zarpazo, publicado en el periódico El Acusador, Fidel desmontaría el intento de Fulgencio Batista de legitimar el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 con el pretexto de que estaban amenazadas las conquistas sociales de la denominada Revolución del 30 en caso de salir victoriosos sus oponentes políticos en las elecciones. No llame revolución a ese ultraje, a ese golpe perturbador e inoportuno, a esa puñalada trapera que acaba de clavar en la espalda de la república, denunció Fidel.

No sería Batista tampoco el único que intentaría, en el discurrir de la historia cubana, apropiarse de la palabra para apuntalar sus despropósitos o aspiraciones. Estudiosos señalan que era bastante regular su referencia por la misma fecha en que el entonces joven abogado Fidel hizo su denuncia, incluso que partidos de entonces se definieran como revolucionarios, para trazar un paralelo con el creado por José Martí el 10 de abril de 1892.

Sería precisamente en el centenario del levantamiento del 10 de Octubre cuando Fidel, al resaltar el significado del suceso en La Demajagua, destacaría que aquel sería el comienzo de la Revolución en Cuba, y plantearía la tesis fundamental de la existencia de una única Revolución.

Nuestra Revolución, con su estilo, con sus características esenciales, tiene raíces muy profundas en la historia de nuestra Patria. Por eso decíamos, y por eso es necesario que lo comprendamos con claridad todos los revolucionarios, que nuestra Revolución es una Revolución, y que esa Revolución comenzó el 10 de octubre de 1868, subrayó entonces.

No era tampoco la primera ocasión en que se plateaba la tesis de la Revolución inconclusa, una idea que había tomado fuerza en los años 30 del siglo pasado entre los revolucionarios que enfrentaron la dictadura machadista, muchos de ellos permeados del ideal martiano, y que completó su elaboración con el triunfo de enero de 1959.

En el mismo discurso por los cien años del grito de Libertad o muerte, el Comandante en jefe enfatizó que los revolucionarios en Cuba deben saber que cuando se hace referencia al deber de defender esta tierra, esta Patria, esta Revolución, hemos de pensar que no estamos defendiendo la Revolución de una generación.

Aunque en fechas y circunstancias distintas, los revolucionarios en Cuba, desde que el Padre de la Patria uniera en un solo propósito la lucha por la libertad nacional con la justicia social —al liberar a los esclavos y llamarlos a la lucha— se vieron enfrentados a las mismas disyuntivas históricas, incluso ante los mismos enemigos.

Estos últimos no escatimaron en oponer a la tesis de la Revolución inconclusa, permanente, la de la Revolución frustrada, incluso traicionada, tan calorizada por la maquinaria de manipulación contrarrevolucionaria tras los duros efectos provocados por la crisis total de la COVID-19, combinados con las más de 240 medidas de cerco de la administración Trump, mantenidas en perversa complicidad por la timorata presidencia de Joe Biden.

Aunque dicha tesis formó parte de la artillería anticubana desde el comienzo del proceso de radicalización de la Revolución, es precisamente en este momento que alcanza su clima oportunista de intoxicación. Tal vez la urgencia está dictada porque nunca, como hoy, la idea de la Revolución inconclusa se encuentra con la de la Revolución imperfecta, pero leal a sus raíces para —como en 1868—, poder dar otro salto en la historia: cambiar todo lo que debe ser cambiado, como preconiza uno de los más encumbrados conceptos de Fidel.

¿Entre El Amor y El Odio?

Tras el demoledor huracán Irma, un niño avileño rescata del lodo un busto de Martí, lo carga y abraza amorosamente para ampararlo en toda su pureza. La foto circuló, incluso se viralizó varias veces en redes sociales digitales con toda su enorme fuerza simbólica. Lo ha hecho en contraste con otras, como las que aparecieron en el cruce de un año a otro en 2019 en Cuba, cuando algunos embadurnaron de rojo bustos del Héroe de Dos Ríos, intentando mostrarse como valientes y desafiantes luchadores clandestinos por la libertad nacional.

Detrás de lo que pareciera otra de las cada vez más frecuentes campañas políticas en internet, o de los más comunes ciberchancleteos, ebullen otros magmas, que vienen del fondo complejo, ardiente, volcánico, de nuestra historia, y parecen hacer erupciones constantes, explotar y dispersarse en los tiempos.

Dichas imágenes describen muy bien los contrastes de una histórica dicotomía que desde la propia visión martiana encuentran una muy clara definición: dos bandos, «los que aman y construyen y los que odian y destruyen».

A partir de los mortales acontecimientos de Boca de Dos Ríos, al decir de Máximo Gómez, Martí se eleva a su gran altura para no descender jamás, porque su memoria está santificada por la historia y por el amor, no solo de sus conciudadanos, sino de la América toda. Desde entonces, aunque no faltaron intentos de escamotear la pertenencia de su legado, la contrarrevolución en Cuba no supo entender nunca la esencia amorosa, regenerativa y constructiva del bando verdadero de José Martí.

Esa debe ser la extraña razón por la que pueden confundir vulgares actos delincuenciales de profanación con un movimiento o proyecto de cambios, que intenta imitar o emular en su concepto, con las fuerzas clandestinas del Movimiento Revolucionario 26 de Julio.

Vulgares desviaciones como esas son las que provocaron que un día, mientras cientos de jóvenes enamorados de las ansias de justicia y libertad de la Revolución llenaban los campos de Cuba del sueño alfabetizador, otros intentaron dejarlo criminalmente colgado para siempre con alambres de púa en los cuerpos del maestro voluntario Manuel Ascunce Domenech y el campesino Pedro Lantigua.

Tal vez no se percatan de que, mientras la Revolución se pobló de héroes y heroínas, desde los más encumbrados hasta los más humildes y anónimos de la resistencia, su bando se llenaba de asesinos y terroristas que traicionaban el nombre de Martí, hasta con sus apañadores y sostenes del norte revuelto y brutal, cuyas apetencias estamos convocados a impedir.

¿Acaso habrán llegado a la conclusión de que la heroicidad se mide en estallidos de horror o violencia absurda y desenfrenada? En ese campo, ¿habrá algún émulo capaz de superar a Luis Posada Carriles? Basten para juzgar sus intentos diversos de asesinato a Fidel Castro Ruz, la colocación de artefactos explosivos en las embajadas cubanas en Argentina, Perú y México; el envío de cartas y libros con bombas a varios consulados de Cuba en América Latina, la bomba en equipajes de vuelo de Cubana de Aviación en Jamaica; la bomba en la Oficina de la línea aérea Cubana de Aviación, en Barbados; la bomba en las oficinas de Air Panamá, en Colombia; bombas en el Instituto de Estudios Brasileños y en la Embajada de Bolivia en Ecuador; bomba contra la Embajada de Cuba en Portugal; bomba en el centro cultural Costa Rica-Cuba; bomba contra un canal de televisión en San Juan, Puerto Rico; bomba contra un avión cubano en pleno vuelo, frente a las costas de Barbados…

¿Acaso se iría con algún cargo de conciencia de este mundo este peculiar protegido de la lucha contra la Revolución Cubana en Estados Unidos? Lo más martilleante para su mente atrofiada serían otras preguntas: ¿Es que tantas bombas no van a conseguir mis propósitos? ¿Tantos cuerpos despedazados y mutilados tampoco los merecen? ¿Tantas madres y familias desgarradas no lo valen? ¿Acaso mi vida estuvo siempre en el momento y lugar equivocados?

Esa última interrogante es tal vez la mejor para quienes comulgaron con el odio y la saña contra el anhelo libertario y justiciero cubano, aunque lo lamentable es que no faltaron, y parece que no faltarán hacia el futuro quienes se decidan por el bando del odio y la destrucción.

¿Cuántos otros nombres y falsos profetas faltarán para que se entienda que en la tabla sobre la que se juega el destino de Cuba ante Estados Unidos cuando se escoge el bando de la reacción, o sea, el de la contrarrevolución, no hay otro destino que el de terminar convertido en una ficha, movida a juicio y apetencias extrañas? Penosa variante de destino manifiesto para los cubanos que deshonran su condición.

De qué otra causa vendría la prevención, o el escozor, que a todo patriota —que así merezca ser llamado, desde los fundadores hasta hoy— provocó siempre la participación de los gobiernos de Estados Unidos en la causa de la independencia de Cuba.

Una de las lecciones más notorias de nuestra historia, y de las más gravosas para olvidarla, es que los problemas de la Revolución, con sus más de 150 años de impulsos, retrocesos y remontadas, deben resolverse dentro de esta, nunca en su contra. En esta tierra, cuando se abandona el camino de la Revolución, o este se debilita o desvirtúa, se termina, de alguna manera, en los pantanos de la anexión o de la intervención.

Todo lo anterior no es solo una enseñanza para quienes se dejan arrastrar a la contrarrevolución por causas diversas. También lo es para los líderes y hacedores todos de la Revolución: siempre tiene que existir una vía, una salida para la corrección y el mejoramiento a su interior. A la Revolución no solo la legitiman sus leyes, sus líderes o sus políticas, que pueden llegar a ser más justicieras o erradas, sino además su capacidad de rectificación. Se trata también de que nadie se vea compulsado a la contrarrevolución para resolver los problemas de la Revolución.

Seríamos ingenuos si desconociéramos que lo que está en juego ahora mismo, mientras nos enfrentamos a una de las más graves operaciones político-comunicacionales contra el país —dirigidas y financiadas por el Gobierno de Estados Unidos— es la legitimidad de la Revolución y de su sistema político e institucional. Quienes le hacen la pala interna no son más que fichas al servicio de la jugada que busca ese propósito, y que luego serán sustituidas por otras que les parezcan más eficaces para el empeño.

La legitimidad, por supuesto, requiere de consensos, algo que los contrarios a la Revolución buscan quebrantar a toda marcha, sobre todo después del 11 de julio de 2021, cuando creyeron ver señales de fracturas en ese valladar portentoso contra el que se estrellaron todos sus actos, desde los más bárbaros hasta los más siniestros. La ruptura de esas promesas, con el pretexto de los sucesos de la mencionada fecha, muestra la bajeza moral de un contendiente que, como denunció el presidente mexicano Manuel López Obrador, utiliza el bloqueo para impedir el bienestar del pueblo de Cuba con el propósito de que este, obligado por la necesidad, tenga que enfrentar a su propio Gobierno.

El cálculo, vil y canallezco, para usar calificativos de Obrador, choca contra una dignidad que el Presidente hermano considera, con toda razón, debiera premiarse internacionalmente. Es la dignidad que nos dará la paz del presente y del futuro, y seguramente el bien, tan postergado como merecido.

Cuba: ¿Como Con Sodoma y Gomorra?

La impotencia para derrotar el proyecto de la Revolución Cubana llevó, incluso, a un sector de sus enemigos a abandonar la apuesta de regatearle el apostolado martiano para intentar borrarlo todo. Hacer con el legado y la herencia política, ética, moral y patriótica del país lo que con Sodoma y Gomorra.

Lo preocupante es que persisten en su intento, pese a la evidencia descabellada y hasta vejaminosa del intento. Los Mesías de una salvación desde la «nada», desde el vacío total o desde un enorme agujero negro en nuestra historia, quieren lanzarla quién sabe a qué abismos paralelos.

Hace varios años, el diario miamense El Nuevo Herald y sus extraños predicadores volvieron a la carga sobre este tema con un nuevo artículo: Pacatería en la historia de Cuba. En esa oportunidad buscaba «demostrar» que esta última ha sido víctima del oscurantismo y de escrúpulos excesivos, que en muchos casos obedecen a la conveniencia y el temor, y que alejarse de estos enfoques resulta «muy saludable».

Para hacerlo —según sus postulados— solo tendríamos que «bajar del altar a los patriotas, enterrarlos para que la nación cubana avance sin soportar la carga de la mitología independentista». Exponían que, aunque ello no sería la solución de todos los problemas, sí constituiría un paso necesario. «Es indispensable limpiar de pacatería y determinismo la historia del país», arguyen, y continúan: «Esa limpieza siempre enfrenta un escollo difícil de superar en la figura de José Martí… Por rechazo a los postulados revolucionarios, que se mostraron vacíos, hemos aprendido a desconfiar de los patriotas», sigue. «El mesianismo martiano y su romanticismo político pueden resultar funestos…».

Ya en un «vomitivo» anterior este «curandero de nuestra historia», en cuya entraña gravita la añeja encrucijada de nuestra Patria entre la independencia y el anexionismo, entre la dignidad nacional y el desprecio de determinados sectores del norte, planteaba nada menos que lo siguiente: «Dicho con vulgar claridad: los americanos no tienen la culpa de nuestros problemas. José Martí fue intelectualmente deshonesto y políticamente demagógico cuando le postuló a Cuba la misión de impedir la expansión de la influencia gringa sobre el resto de nuestros países».

¿Acaso es con semejantes ideas, con tan mezquinos actos y programas, que puede pretenderse derrotar a la Revolución Socialista en Cuba? Una Revolución verdadera, como enseñó y ofrendó con su vida el Che Guevara, solo puede ser un sublime acto de amor. No será el odio quien la destruya.

Ya Fidel nos alertó, un 17 de noviembre, que ella solo puede ser derrotada por nosotros mismos, el día en que, por la desmemoria, la soberbia o el egoísmo, olvidemos que lo que está y estará por completarse en esta tierra es el programa humanista y revolucionario de José Martí.

La Fiera Dormida

En el corazón de cada cubano, como en una leyenda cherokee, puede estar desatándose en este 2024 una batalla terrible entre dos lobos. El relato, de las conocidas como «Cinco tribus civilizadas», puede describir esa desgarradora pelea interna en el alma, el corazón y la mente de los que, además de habitarlas por simple casualidad geográfica, amamos martianamente este singular conjunto de islas.

Para aquellos pueblos originales del norte, tan certeramente descrito como revuelto y brutal por José Martí, ambos animales simbolizaban dos fuerzas opuestas: uno el mal, que incluye, el odio, la ira y hasta la tristeza, entre otros graves sentimientos como la envidia, la avaricia, la arrogancia, la sensación de inferioridad y el ego; el otro representa la bondad, la alegría, el amor, la esperanza, la serenidad, la humildad, la compasión y la paz. Se trata de la confrontación de dos poderosas y decisivas fuerzas espirituales, casi místicas, que ya sabemos muy bien que, además de decidir la suerte personal, lo hacen también con la familiar, la social, la nacional y la mundial.

Si somos honestos con la realidad de la situación que enfrentamos, reconoceremos que no es fácil el triunfo en Cuba del segundo de los lobos en este momento. El país está bajo la crudeza mezquina de una guerra híbrida que incluye la comunicacional. Esta última dedicada frenéticamente a azuzar al lobo malévolo en la disputa interna de cada ciudadano, sometido a un combinado abrumador de crisis y carencias.

Basta apreciar el entusiasmo con que los aliados de la primera de las fieras se ceban en las redes con los toques de calderos, manifestaciones y otros inusitados desentonos para una Cuba en Revolución. Mientras la nación busca reponerse de tantos azotes, además de las abrumadoras zancadillas externas y las corrosivas internas que las agravan, otros se dedican frenéticamente a la combustión de la desesperanza, el desespero, la irritación, la venganza y el odio.

Los enemigos históricos e histriónicos de nuestra nación albergan la esperanza de acabar de volver al pueblo cubano contra sí mismo, arrebatándole, al fin, lo único que nunca le ha faltado entre numerosos dones: su sentido de la dignidad y de la resistencia.

Lo que analistas en redes resumen en etiquetas, con ese tantra del siglo XXI de alinear en numerales y tendencias todo lo generoso o siniestro de este mundo, en realidad se trata de planes y maquinarias muy bien afinadas, desde las catacumbas de la derecha trasnacional, con orquestación a lo Made in USA. En nuestro caso, con el propósito de pulverizar en la peor de las decepciones una de las más inspiradoras utopías martianas del mundo.

Pero es entendible que lo anterior no sea tan claro para el ciudadano que se levanta, no pocas veces sin haber podido conciliar el sueño en medio de los apagones, a una pelea tan diaria como cruda y extendida por la subsistencia personal y la de la familia. En situaciones así, nubladas por la confusión, incluyendo las mediáticamente inducidas, no resulta nada fácil apagar el aullido descorazonador del primer lobo.

Los enemigos del país coligen que este semeja una gran represa, sobre la que ellos agregaron muchas aguas tan procelosas como putrefactas. De nuestro lado, fogueados entre graves tempestades, debemos tener conciencia de que estas solo pueden contenerse con los más rápidos y apropiados aliviaderos. Todo cuanto agregue mayor presión de nuestra parte a los diques bien plantados de la dignidad nacional es un favor especial para las garras del lobo malvado.    

Como en la leyenda, la pregunta pendiente en el archipiélago es idéntica a la que el joven cherokee le hace a su abuelo: ¿cuál de los dos lobos ganará la batalla? Determinar al vencedor entre ambas fieras internas no es siquiera tan sencillo como ocurre en el relato prevaleciente, cuando el anciano afirma: «Ganará el que tu elijas alimentar». Más bien se debe ser capaz de guiar a ambos por el buen sendero.

Desde la espiritualidad y la ética extraordinaria de José Martí, quien coincidentemente consideraba que todo hombre lleva en sí una fiera dormida, hay otra respuesta a la altura del sabio aborigen. El Apóstol agregaba que el hombre es una fiera admirable, porque le es dado llevar las riendas de sí mismo, que solo pueden tomarse de la educación y la cultura, forjadoras de la voluntad, del carácter y el temple de cada individuo, y en consecuencia de las naciones.

El martiano pueblo de Cuba, en su azarosa como sacrificada y estoica escalada histórica, ofrece pruebas tan suficientes como encomiables de cómo puede hacerse triunfar la idea del bien, que en esta tierra encontró siempre su único cauce en la Revolución —si es verdadera—, como certeramente apostilló el Che Guevara en su carta de despedida a Fidel. Esa es la Revolución martiana que ahora mismo se bate sin descanso ni consuelo, no contra un único y maléfico lobo, sino contra toda una manada.

A quienes pretenden someter a autopsia el alma venerable de la nación cubana, a esas aves que vuelan en el cielo de barras y estrellas que se les abre desde el norte, ya el Héroe Nacional los descaracterizó: «Solo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener la libertad sin pagarla a su precio…».

(Tomado del número 68 de la revista Honda, de la Sociedad Cultural José Martí)

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