Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:01 pm
Este 11 de septiembre sumarán 14 años desde que cedió su corazón. Tenía entonces 82 y una vida entregada totalmente a la defensa de los principios de justicia que serían siempre su brújula y con los que supo calar en el pueblo.
Ese era Juan Almeida Bosque, el segundo de los 12 hijos de un humilde matrimonio del reparto Poey, de la capital, que para ayudar al sustento familiar realizó las más diversas labores, y llegó a convertirse en un diestro albañil.
En uno de esos trabajos, en el balneario universitario, Macho, como le decían en casa, conoció a un estudiante de Derecho que se ganó su corazón; desde entonces, lo tuvo claro: Fidel era el guía al que debía lealtad, y así fue durante toda su existencia. «Fidel dignificó el género humano (…) Nunca a su lado me he sentido negro(…)», expresó años después en una entrevista.
En julio de 1953 le dijo a su madre que se iba para Varadero, a trabajar con un ingeniero que le ofrecía mejores ventajas laborales. Ese ingeniero era Fidel Castro Ruz, y la obra en Varadero, el Moncada.
Tras el histórico asalto respondería con energía en el juicio: «(…)Sí, participé )(…) nadie me indujo, a no ser mis propias ideas que (…) provienen de la lectura de las obras de Martí y de la historia de nuestros mambises. (…) Si tuviera que volver a hacerlo, lo haría…».
Después sería el prisionero que hizo enfurecer a los guardianes del Presidio Modelo, de Isla de Pinos, al entonar, seguido por sus compañeros, las notas del Himno del 26 de Julio, durante una visita del tirano Fulgencio Batista; el capitán jefe del pelotón del centro en la expedición del yate Granma; el combatiente que luego del difícil desembarco por las Coloradas, en Alegría de Pío, entre la sorpresa y el fragor del combate, definió con un grito el espíritu de lucha de los cubanos: «Aquí no se rinde nadie…».
El guerrillero ascendido a Comandante junto a Raúl y el jefe fundador del Tercer Frente Mario Muñoz Monroy, que dignificó las serranías del noroeste oriental, contribuyó decisivamente al triunfo y luego se consagró a la construcción de la patria nueva.
El compositor prolífico de más de 300 canciones que siempre llevaba en su carro una libreta de notas y una grabadora para aprovechar el trayecto; el autor de una docena de libros que cuentan sobre héroes y hazañas, que diría a un diplomático: «aunque hice la guerra, compongo canciones de amor».
Para el Santiago que definió como su «musa» y cuyo pueblo le considera un hijo entrañable, siempre será el delegado del Buró Político de Oriente, el dirigente apegado a la gente simple, que no admitía chapucerías, y sin alardes enfrentaba directamente los problemas hasta solucionarlos; el jefe ejemplo, humano y recto, que luchaba contra los errores, no contra los hombres, y enseñaba a ser exigente, puntual, concreto y justo, un estilo de dirección que hasta hoy marca pautas en este lado cubano.
Cuba le recordará siempre como el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, el ícono que llegó a la cumbre sin olvidar su origen, el hombre de principios, humano y sensible, que en medio de sus múltiples responsabilidades siempre encontró tiempo para depositar una flor ante el compañero caído y preservar de manera digna su recuerdo.
Entre las invictas serranías del Tercer Frente, que lo vieron erguirse como guerrillero, se atesora la poesía de sus pasos, la melodía de su música y se respira el cariño que sembró con el fusil al brazo. Por eso, este 11 de septiembre los lugareños volverán a la Loma de la Esperanza, el sitio desde donde al frente de sus compañeros, sigue inspirando un país. A la par de las flores y el tributo marcial, renovarán el compromiso de ser fieles a su ejemplo, que es la única manera de honrar la responsabilidad de mantenerlo vivo.