Agricultura en Cuba. Autor: Roberto Suárez Publicado: 27/05/2023 | 08:13 pm
En Cuba, durante los últimos tres años, el alza de los precios de los productos de primera necesidad ha sido tan estrepitosa que el conocido refrán que reza: «Es mejor comerse un boniato con amor que un bistec con dolor» hay que pensarlo antes de lanzarlo al éter. Ya, por su precio, el dulce tubérculo es tan inalcanzable como otras viandas, la carne, los granos, frutas y vegetales.
Hoy comprar una libra de boniato en la capital implica gastar 70 pesos. Y si le sucede como a mí, casi siempre cuando los pelo tengo que desechar más de la mitad, porque la falta de insecticidas para este cultivo provoca que el Tetuán lo afecte con mucha frecuencia.
Buscando respuestas a la situación que enfrenta el campo en la actualidad; y su repercusión en los altos precios que se muestran en la tarima, conversamos con reconocidos productores, cuya experiencia a pie de surco les permite analizar los problemas que fustigan la agricultura y sugerir soluciones eficaces.
A todos les escuché decir, a su manera, que hoy se trabaja con el corazón en la tierra. Y lo creo, porque sembrar a riesgo de que se pierdan las cosechas por falta de recursos elementales requiere de un compromiso grandioso con el pueblo.
La agricultura no puede avanzar con la necesidad de insumos que padece. Se está produciendo sin recursos, por esa razón los rendimientos han mermado un 40 por ciento en relación con años anteriores, es lo primero que expone Abelardo Álvarez Silva, presidente de la cooperativa de crédito y servicios (CCS) Antero Regalado, de Güira de Melena, en Artemisa.
Este productor recalca que lo primero que hay que saber es que la situación del campo no está ajena a la que vive el país de manera general. Y subraya que para lograr cualquier tipo de producción muchas veces tienen que cosecharla sin que el ciclo biológico haya cumplido su etapa.
De acuerdo con lo declarado, hay carencia de semilla con calidad. Igualmente, por falta de energía y combustible, no tienen condiciones para el riego. También una serie de restricciones se han juntado para que cada vez el costo de las producciones sea mayor.
Señala que los análisis de la ficha de costo expresan que en la medida en que escasea el combustible en la Isla, quienes les prestan servicios y venden insumos multiplican el coste de estos, y todo sigue encareciéndose. Eso trae como consecuencia que al final el bolsillo de la gente pague las consecuencias.
«También es bueno que se conozca que no tiene nada que ver el precio con que vendemos los campesinos con los precios que se ven en las tarimas de la capital. Hay una brecha grande entre estos. Son demasiados los márgenes de ganancia que tienen los intermediarios. En los extremos están el productor y el pueblo, que debe ser más beneficiado».
De lo que cuesta la mano de obra en el campo, también conversa Álvarez Silva. «Nadie trabaja si no gana en medio día mil pesos, y eso también gravita sobre los precios. Ahora como no hay herbicidas tenemos que dar más atenciones manuales a los cultivos. Antes se resolvía el desyerbe con un hombre en un tractor con una pipa; y ahora eso hay que hacerlo con una veintena de hombres a mano limpia», apunta.
Para ilustrar con mayor detalle cómo anda la situación en el surco, el campesino güireño refiere que hoy a cualquier cultivo en su etapa mediana de vida hay que ponerle custodios en el campo para que no se lo roben. Eso aplica lo mismo para el boniato que para la zanahoria o la papa… Antes eso no era así. Un campo de malanga, que dura cerca de 12 meses bajo tierra, a los seis meses hay que ponerle tres guardias. Cada noche hay que pagarle mil pesos a cada uno de los custodios».
Una mirada diferente
Son diferentes las causas que están golpeando hoy al agricultor; y aun así están constantemente tratando de luchar contra ellas para ver si pueden producir, nos dicen todos los consultados. «Pero es muy difícil hacerlo porque los campesinos tienen una economía que es propia, y si no se logran evitar las pérdidas al final de cada cosecha, entonces es imposible sembrar», apostilla Álvarez Silva.
Comenta, además, que hay una situación con los impagos que hace mucho más difícil el escenario. Hasta cuatro meses se demoran en pagarles las producciones; y cuando se resuelve el problema no hay respaldo en moneda efectiva en el banco.
Anticipa que ahora están aprovechando la campaña de primavera para sembrar viandas. Pero la oferta es inferior a la demanda, por lo tanto los precios también se dispararán y los comerciantes sacarán sus ganancias de esa disparidad.
«Debemos tener una mirada diferente sobre la agricultura. El General de Ejército Raúl Castro Ruz dijo hace tiempo que la alimentación de la población era un asunto de seguridad nacional. Por lo tanto hay que poner más recursos en el sector. Eso es lo único que permitirá mayor producción y que los costes bajen y a su vez lleguen más baratos los productos a la tarima», precisa.
Explica que existe una realidad que debe visualizarse: casi la totalidad de los proveedores de los campesinos son mipymes y los precios son astronómicos. Están lidiando con los precios que los proveedores pongan para cubrir sus gastos, que incluyen el viaje para traer los insumos.
A lo dicho por Álvarez Silva, Pablo Orlando Pérez Guzmán, presidente de la CCS Frank País, también de Güira de Melena, le da toda su aprobación y ejemplifica con su propia experiencia lo que ha significado lo referenciado por su colega.
«Antes en mi cooperativa, que comprende 1 080 hectáreas, entregábamos anualmente 24 000 toneladas. Ahora apenas entre 8 000 y 9 000. Hoy en el campo faltan los recursos y las fichas de costos cambian diariamente debido a los altos precios de los pocos insumos que podemos adquirir los campesinos, a través de mipymes o Gelma», alega, y reafirma que el precio de los productos cuando salen del campo sufren un aumento hasta de un 60 por ciento cuando se exponen en las tarimas.
Pérez Guzmán sugiere que para poder paliar esta situación se determine quiénes son los productores y municipios que producen eficientemente y mejor optimizan los recursos, para poner en sus manos los pocos insumos que existen.
Igual que quien lo antecedió, llama la atención sobre los impagos, pues, según dice, la mayoría de las empresas les deben a las cooperativas. Hay demoras de hasta tres y cuatro meses; y cuando pagan no hay dinero en los bancos para poder tenerlo en efectivo. «Eso crea un problema que hasta espanta la fuerza de trabajo porque no tenemos cómo pagarles a los jornaleros, que a su vez necesitan de sus pagos para poder vivir ellos y sus familias», subraya.
Refiere que quieren hacer esos pagos virtuales, mediante tarjetas, pero en el campo todos los que trabajan no tienen tarjetas ni teléfonos móviles, y eso atrasa también el proceso económico y productivo de las cooperativas. Añade que hay municipios, como Güira y Alquízar, donde no existen cajeros automáticos.
Igualmente describe que el pago a los jornaleros varía todos los días. «En la medida en que en la calle aumentan los precios de todo lo que este requiere, él también exige que se le pague más en el campo. Por lo que a la hora de analizar por qué están caros los productos del campo, también se debe analizar de manera integral cómo están los demás precios. No se puede sacar de contexto el precio de los productos alimenticios. Todo está caro y ese campesino, ese jornalero, incluso ese comercializador, compra caro otros productos de primera necesidad», acota.
Reitera que hay que pensar seriamente en que la comida sale del campo y por lo tanto hay lugares donde hay que poner más presupuesto e invertir en ellos, porque «la mayoría de los campesinos están haciendo proezas, enterrando el corazón en la tierra».
¿Dónde está la fuerza juvenil?
Otro asunto neurálgico del campo lo señala Fernando Ravelo Jaime, presidente de la cooperativa de producción agropecuaria Amistad Cuba-México, en Alquízar, Artemisa: la fuerza juvenil se ha ido perdiendo por la emigración, fundamentalmente. «Llegamos a contar con 34 y ahora quedan solo 12. Ese es uno de los asuntos más preocupantes junto con la edad promedio de los que quedamos. Ya rondamos los 50 años casi todos», precisa.
Cuenta que su cooperativa, desde que se fundó hace 27 años, es rentable dedicándose a la producción de cultivos varios. Tienen 163 socios y utilizan fuerza eventual en los picos de cosecha de cultivos como la papa, boniato o malanga, que precisan en un período corto de una fuerza extra.
Su parque automotriz cuenta con 13 tractores viejos, fabricados en la extinta Unión Soviética, cuatro camiones para transportar sus producciones, tres autos ligeros e igual número de camionetas, un ómnibus para el traslado de los cooperativistas y las actividades recreativas, y una moto para el departamento de Economía. Ravelo Jaime considera su logística buena y reconoce que gracias a la inventiva e innovación de los trabajadores del taller ha sido posible mantenerla.
Estima que sostener la rentabilidad ha costado esfuerzos en estos tiempos. Cuentan con un capital humano estable y proactivo, que en medio de estas turbulencias ha podido encontrar las mejores alternativas porque, como dice: «Lo único seguro que tenemos ahora son la tierra y el hombre».
Refiere que tuvieron una campaña de papa muy positiva. La sembrada con semilla importada se comportó muy bien. Y aunque no sucedió lo mismo con la de simiente nacional, que presentó problemas con el riego por falta de fluido eléctrico, el balance de los rendimientos fue bueno.
«Con los cuatro ingenieros agrónomos, 16 técnicos en Agronomía, un Máster en Economía y tres técnicos en Economía que tenemos, estamos constantemente generando para que las cosechas puedan lograrse. Salimos de la campaña de frío y estamos en la de primavera con las limitaciones que hay con el combustible y el paquete tecnológico. Trabajamos para recuperar la producción y diversificarla todo lo que podamos, pero el reto es durísimo».
Refiere que subir los anticipos está entre los apremios de la cooperativa. Actualmente los socios reciben por este concepto 5 500 pesos como promedio, y aspiran a elevarlos entre 8 000 y 10 000 para poder mantener la estabilidad de la fuerza de trabajo.
Foto: Roberto Suárez
Yayabo arriba
Y aunque durante la primera reunión del Consejo de Ministros correspondiente a 2023 se evaluaron temas relacionados con la producción de alimentos y la importancia que tienen las comunidades rurales para el desarrollo del país, en Yayabo Arriba, Sancti Spíritus los caminos siguen prácticamente intransitables.
Así los describe la campesina Bárbara Mariela Pentón Pentón, quien mientras la entrevistaba lamentaba que una de sus yeguas estuviera extraviada, pero antes de concluir nuestra conversación la bestia había sido encontrada por un grupo de campesinos que rastreando dio con su paradero.
Entonces supe que la misma suerte no corrió la que usaban con un carretón para el transporte, desaparecida hace más de un mes. Ni las que aparecieron descuartizadas en el Puente sin barandas esta semana y que pertenecían a un vecino suyo.
Bárbara Mariela es socia de la CCS Pedro Lantigua y cuenta con cinco caballerías destinadas a la ganadería. Quien pronto llegará a la media rueda de vida, nació y se crío en esa zona del Escambray espirituano, la cual ella considera un paraíso natural, sin el cual le resulta doloroso vivir.
A pocos kilómetros de su casa nace el río Yayabo, y en sus predios se asienta una de las dos minas existentes en el país del material con que se hacen los juegos de baño.
Se ufana igualmente de la historia linda que recrea la zona: allí estuvo la Comandancia de Julio Pérez Castillo, uno de los líderes revolucionarios que hicieron huir a los soldados que ocupaban la sede del Escuadrón 38 de la Guardia Rural en Sancti Spíritus. En esos predios también velaron y dieron sepultura al combatiente Manuel Francisco Hernández Martínez, combatiente del Ejército Rebelde que integró la columna 8 Ciro Redondo.
Esta campesina comenta que la vida en la comunidad se ha visto fuertemente impactada por el traslado del consultorio y la escuela primaria a siete kilómetros de donde viven cerca de 30 familias de campesinos. «Se trata de una escuela defendida con uñas y dientes desde siempre. Una escuelita que los alzados contrarrevolucionarios, dirigidos por Ciro Vera Catalán quemaron dos veces y los guajiros reconstruyeron siempre.
«Una escuelita que luego tumbó un ciclón, y la maestra Madelaine Reina trasladó a la sala de su casa durante dos años. Que ahora hace falta para los hijos de dos parejas de jóvenes que recibieron tierras en usufructo y han dicho que tendrán que irse a vivir a otro lugar, mientras no se resuelva el aula para sus niños, porque no pueden caminar 14 kilómetros diarios», precisa.
Bárbara alega que para que haya campo y producciones agrícolas debe haber campesinos; y si no se mejoran las comunidades los que quedan se irán. Sostiene que la población está muy envejecida, y cuando se le dice a alguien que venga a vivir a la zona, lo primero que plantea es que no hay electrificación convencional.
«Tenemos paneles solares con una capacidad limitada: apenas 300 megawatts. Eso solo alcanza para el alumbrado y el televisor. Dentro del contrato que firmamos para hacer uso de estos nos especificaron que no podían emplearse para refrigeración, equipos de cocina ni lavadoras», señala.
A esta conversación sumamos al casi octogenario Justo Luis Sosa, uno de los campesinos más respetados en Yayabo Arriba. Nos advierte que temen porque es demasiado el latrocinio en la zona y como señala «quien viene a robar viene a cometer cualquier otro crimen. No sucede solo en los guiones de Tras la huella».
Este guajiro, que también está enamorado de su pedacito de Escambray, recuerda que los campesinos jamás dejaron entrar al lugar a los guardias del dictador Fulgencio Batista, y con la misma dignidad seguirán exigiendo, porque conquistas revolucionarias, como la escuelita y el consultorio, regresen a Yayabo Arriba.
«Necesitamos atención para que el abandono no eche raíces. No queremos que se reúnan con nosotros solo en momentos trascendentales, como ha ocurrido en días recientes. Todo momento es importante. Al guajiro hay que cuidarlo siempre porque aunque llueva, truene o relampaguee, tenemos la obligación moral de poner los alimentos en la mesa del cubano», concluye.
Antes le había pedido a Bárbara que me leyera un recorte de periódico que traía en un bolsillo: «Hay escuelitas, consultorios médicos, círculos sociales, bodegas y otros espacios para el beneficio de la población, al tiempo que se han desarrollado programas y proyectos para atender las particularidades de ese escenario y de las personas que allí viven que es necesario recuperar para empezar a cambiar esos lugares», leyó ella entonces. Y al concluir Justo Luis Sosa me aclara que son palabras del Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel. Y hay que hacerlas realidad o el campo será un desierto.