Está por ser contada esta nueva etapa de la resistencia, cuyas estampas pueden ser advertidas en cualquier parte de la Isla. Autor: Estudios Revolución Publicado: 18/04/2023 | 11:12 pm
No existe; todavía no va a imprenta el libro donde quepa el pueblo cubano de cuerpo entero, donde quepa esa entidad librando la batalla serena y digna por su propia vida. No se ha vaciado en molde alguno la silueta de una resistencia que solo exige el derecho a perdurar y que ha sido incomprendida y despreciada, hace ya más de 60 años, por el imperio de los tiempos modernos.
Se trata de una historia larga, intensa, cuyos últimos cinco años guardan la complejidad asombrosa y terrible —pues en tal lapso se unen el tiempo total de una nación rebelde, que no ha podido tener un desarrollo normal, y esta etapa reciente, cuyos inicios se enmarcan el 19 de abril de 2018, cuando el compañero Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez se echó al hombro la Isla que lo vio nacer, y en la cual han vivido él y tantos otros hijos e hijas castigados por un bloqueo imperial e inaceptable, un cerco ilegal y que parece eterno.
Hay que tener coraje, ha dicho uno de nuestros grandes poetas, para dirigir. Y anda en lo cierto: porque hay que tener valentía para ser quien pone el rostro por un país; para seguir aunando voluntades; para ser la diana más codiciada del enemigo, en época de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, en instantes de linchamientos súbitos. Hay que atreverse para trazar día a día los caminos que llevan a todas las respuestas; para ser la continuidad de hombres inmensos; para escuchar pacientemente a muchos; para imaginarse la victoria antes de que sea tangible; y para poseer un optimismo a prueba de todo revés.
Foto: Estudios Revolución
Detrás de un hombre, desde luego, hay millones de nombres, todos emparentados por preferir que la nación sepa llevar sus propias riendas. Y en no ver las multitudes, en creer que un nuevo nombre asumiendo la responsabilidad más alta puede significar el olvido de una lucha secular, se ha vuelto a equivocar el enemigo.
Cuando Díaz-Canel, en su primer discurso en calidad de Presidente habló de «continuidad», se disiparon las ilusiones imperiales de desmontar la Revolución pieza a pieza, y en ese espacio baldío fue ganando espacio un bucle de odio que ha crecido exponencialmente en estos cinco años de una nueva generación dirigiendo Cuba.
De los cinco, los tres últimos años han sido, por obra y desgracia del azar, pero sobre todo por la guerra que se le hace al país, de una dureza pasmosa. La verdad que le falta a este razonamiento —y esto tampoco lo imaginó el adversario— es que estos tiempos han sido de un renacer insólito; y en tal contraste de claroscuros, de desgarramientos y de realización al unísono, Cuba se ha seguido pariendo a sí misma.
Golpes naturales —como el de un tornado taladrando calles de La Habana —; accidente aéreo; hotel Saratoga que estalla; base de supertanqueros que arde en la provincia de Matanzas y amenaza con tragarse una parte de la ciudad. Como una maldición gitana la desventura ha marcado los días y ha creado el reflejo condicionado de que a Cuba le aguarda cualquier desgracia en el instante en que pestañee.
A contrapelo de tales zarpazos, la dirección colectiva del país se ha enfrascado en organizarlo todo en cada espacio de la sociedad; ha estado procurando los merecidos saltos a lo moderno; ha declarado la necesidad de zafar todo nudo que entorpezca el desarrollo; ha hecho sumatorias de sus más preciadas inteligencias, y hasta el Palacio de la Revolución ha ido más allá de su nombre para también ser, como ha expresado el Presidente Díaz-Canel Bermúdez, Palacio de las Ciencias.
El imperio, en su espiral de odio, apretó progresivamente las clavijas del cerco, estigmatizó a la Isla al extremo de definirla como país patrocinador del terrorismo. Y eso le ha hecho la vida demasiado difícil al país, ahora golpeado en esta aldea global por los estragos de la COVID-19, y de un conflicto bélico que daña a todos.
En la Isla esas filas que llamamos colas se han enseñoreado de la suerte cotidiana. Los objetos básicos del bienestar y otros que conforman una lista que se agranda se han convertido en ejes en torno de los cuales giran las preocupaciones y el sufrimiento de la gente. Por ese flanco de la necesidad los enemigos jurados de la Revolución han apostado con todo; y creyeron tener su mejor momento en horas pico de la pandemia, cuando estimaron que todo se vendría abajo si atizaban la barbarie y la confrontación entre hijos de la misma tierra.
De todo, con entereza sin par, los cubanos han ido saliendo. Y el capítulo más hermoso ha sido el de nuestros científicos, convocados por el Presidente, salvando en tiempo récord a millones de compatriotas, gracias a vacunas hechas en casa y que nadie nos vendría a regalar, gracias a una inteligencia que servirá para seguir encontrando salvaciones.
Está por ser contada esta nueva etapa de la resistencia, cuyas estampas pueden ser advertidas en cualquier parte de la Isla: en unas manos curtidas de obrero o campesino; en la risa de los niños saltando en medio del polvo; en la mansedumbre de un anciano; en la mirada de un médico; en la nobleza y la integridad de quienes eligen servir al otro; en la sensibilidad de quienes saben que la obra sin piedad no sirve; en la firmeza de quienes no se dejarán arrebatar los sueños por esos verdugos que nos han negado hasta el oxígeno y tendrían la desfachatez, que no se dude, de aparecerse en nuestro entierro para reírse de la humilde ropa que llevamos puesta.
Cinco años después, más fuertes, más sabios, sabemos mejor lo que significa un «Hasta la victoria siempre». A estas alturas será muy difícil que alguien venga a escondernos las verdades o nos venga con cuentos tontos sobre la realización humana: cuando se defiende la vida como lo estamos haciendo en la Cuba de 2023, no hay tiempo para pequeñeces, la generosidad más pequeña se vuelve inmensa, y la felicidad se convierte en el único norte posible de la brújula.
Como recién bañados por las aguas que rodean la Isla, los hijos de Doña Cuba marcan el paso hacia adelante y se mueren por vivir. Siguen pícaros, soñadores, tercos, «atravesados»; avanzan en una nube de claroscuros, entre las lágrimas y la fiesta. Y se reinventan, como los primeros hombres y mujeres de la Tierra, una suerte que jamás pedirá permiso para amar.