Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Con los de abajo

Cuba y su Revolución parecen destinados a hacer su democracia en medio del fuego cruzado de las sanciones o lisonjas para mudarse a la derecha

Autor:

Juventud Rebelde

Este domingo Cuba amaneció de elecciones. Como los otros, parece un día normal. Las personas en las calles andando con el «¿tú sabes qué sacaron en la esquina?»; «¿a cuánto está el cartón de huevos?»; «¿cómo está el viejo, mija, que ayer no te pregunté por él?», «más o menos, gracias, guapeando con los medicamentos».

Conversaciones del diario. Palabras de estos domingos, pero ahora mezcladas con los comicios para elegir a los diputados. Otra votación más en casi menos de un año desde que se aprobó el Código de las Familias. Pareciera un día normal. Pero no lo es.

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Detrás de esa calma hay una lucha. Basta mirar las redes sociales, meterse en lo que los entendidos llaman «el WhatsApp y el Telegram profundos» para descubrir una realidad dura, punzante y agresiva. Un mundo con etiquetas y mensajes que incitan a todo lo humano y diabólico.

Te invitan a no votar, cuando se pasan la noria pidiendo elecciones. Proclaman un Estado fallido, cuando en medio de las dificultades y a pesar de las angustias del día a día y del familiar que se fue, no aparece un orate con un arma cargada y la emprende con jovencitos en una escuela.

Hablan de elecciones arregladas, cuando las votaciones y el recuento de votos se hacen de manera pública y a la vista de la comunidad.

Los memes y videos circulan a su antojo. Y entre risas «inocentes», a modo de Noche de Walpurgis, están los deleites para que las cosas en la Isla vayan mal.

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¿O será al revés? Porque si se observan bien esas alegrías, si se les da la vuelta al prisma, entonces aparece la pregunta:

¿Esa contentura es porque estamos mal o es la inquietud de que podemos remontar las dificultades y estar mejor?

Cuando comenzó la COVID-19 y el país cerró fronteras, los pronósticos dejaban pequeñitos los cuentos de la peste negra en la Europa medieval.

Con aquellos oráculos, por lo menos hoy seríamos un recuerdo: polvo y no precisamente en el viento. Y, sin embargo, aquí se está con una batería de vacunas de respaldo.

Cuando los apagones estaban en su apogeo, el jolgorio no tenía fecha de terminación. Entre lamentos disimulados, se vaticinó que Cuba caería exhausta en medio de un colapso eléctrico y hasta burlas hubo el día en que se anunció que para finales de 2022 las interrupciones disminuirían.

Esa última predicción, no la primera, fue la que se cumplió y pese a que hoy los mega-
watts se ponen en falta y cualquiera, humanamente, se pone
como se tiene que poner, todavía el apagón interminable del período especial no ha tocado a la puerta de la casa. ¿Por qué será?

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¿Por artes de magia y conjuros del más allá o será que, a pesar de errores internos y maldades foráneas, este país sigue empeñado en escribir su propio destino?

Son unos ilusos, unos soñadores, unos tercos, dirán por ahí. Unos los oye o los lee, y caramba, ¿qué casualidad? Esas eran las mismas cosas que le decían a José Martí.

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Casi es una certeza que Cuba y su Revolución tendrán que hacer su democracia en medio de estos vendavales.

En medio del fuego cruzado de las sanciones y lisonjas para mudarse a la derecha, este país deberá seguir abriéndole los caminos a esa aspiración permanente del poder por el pueblo y para el pueblo.

Pero no a cualquier pueblo. No el abstracto del teque y los discursos incoloros. No el de las foticos, ni las postalitas por Twitter. No el pueblo de las cifras de buró con el dos más dos y que se agarre porque no da cuatro.

Hay otra masa que supera los informes. Una masa anónima, diversa y plural. Tan variada que sorprende. Una masa que te descubre a un doctor en ciencias viviendo con una casa a medio construir, al lado de un obrero con el techo apuntalado del ciclón del dos mil no sé cuándo y del que ya nadie se acuerda cuándo pasó.

Es una masa donde muchos viven con Fidel en la mente. Que se reúne en la bodega del barrio para saber si el aceite del mes pasado ahora llegó, y que sueña con que las cosas cambien para bien. Un pueblo, a fin de cuentas, que no desea que Cuba pierda su independencia.

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A esa masa hecha de tierra, sudor, risas y lágrimas es la que los miembros del Parlamento tendrán que representar y defender.

Se dice fácil, pero no lo es, y más si ese mandato se desea asumir de verdad, sin los teatros del formalismo y los narcicismos hipócritas de las redes sociales.

Chávez tenía una frase: bañarse de pueblo. La decía con fuerza y alegría, acentuando el verbo con aquel vozarrón de llanero que tenía.

Y bañarse con los de abajo implica oír lo que a veces no se desea escuchar y fajarse con el que se sienta cercano a uno en las reuniones.

Bañarse con ese pueblo implica ir a abajo. Porque a veces arriba, en la misma Asamblea Nacional se dice una cosa, y no se han cerrado las sesiones y ya por ahí andan haciendo la mitad o inventando otra cosa o recostados en lo mismo para no perder la comodidad, mientras en el papelito se dice que sí, jefe. Que se está cumpliendo con lo que se pidió.

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¿Puede el socialismo ser lo que tiene que ser sin la democracia? La respuesta la dio la vida. Es imposible.

Cuando la URSS cayó, ni un obrero, ni un cosmonauta, ni un campesino, ni un científico, ni una bailarina, ni un pionerito, ni siquiera una abuelita con un mariscal de campo al lado salió en grupo a evitar que ocurriera aquella debacle.

Desde hacía tiempo que la burocracia le había secuestrado el poder al pueblo y a la hora de la verdad no había nadie que pudiera hacer nada.

Muy distinto era el baile en 1917 cuando en la Revolución que dio origen se proclamó a todo pulmón: «Todo el poder a los soviets». Es decir, a los de abajo. Con esa fórmula se rechazaron varias invasiones, todas al mismo tiempo.

La democracia, esa palabra hermosa que el capitalismo ha secuestrado para sí, es vital para una verdadera sociedad.

Pero no cualquier democracia, no la que estataliza los medios de producción pero monopoliza los sueños, sino la otra: la revolucionaria. La que protege a los humildes y la que genera esa relación linda donde los dirigentes y los dirigidos llegan a formar un todo: una voz, un pensamiento, un sentir que no sale de los decretos sino del corazón.

Ahí es donde nace la verdadera democracia: la de los de abajo.

Diseño y foto: Maykel Espinosa Rodríguez

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