Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El año de la pasión

El 2022 reverenció a las familias en toda su diversidad y abrió múltiples caminos legales para que la felicidad siga creciendo y acompañándonos

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

LIANA y Maritza son las menores de una camada de cinco hermanos, bromea el padre, veterinario ya jubilado. «Aunque fueron criadas bajo el mismo techo y se aman mucho, son muy distintas», afirma el viejo, quien luego de quedar viudo se mudó con la más pequeña.

 «Mis otros hijos no entendieron que viniera con Lilo, como le decimos en casa, porque vive con otra mujer. Yo les digo que se dejen de bobería y prejuicios. La muchachita es un amor conmigo y me tienen muy bien cuidado. En mi casa, con la hija mayor y los nietos, todo era problemas y peleas».

 Maritza es nuestro puente para esta historia y me autoriza a contar que ella y su esposo votaron en contra del nuevo Código de las Familias por compromiso con su iglesia, pero tenía la esperanza de que ganara el Sí porque estaba en juego la felicidad de su hermana y de su padre.

 «La mayor también votó por el No: alguien le dijo que perdería potestad sobre sus hijos si no lo hacía. Mis otros hermanos votaron a favor, así que somos un buen patrón de lo que pasó ese domingo en cualquier familia», dice sonriendo, mientras el padre se yergue para ripostar: «¡Ignorante! ¡Qué potestad ni potestad, si ella necesita ayuda para encaminar a esos críos, que la tienen loca!».

 Calla un instante, suspira y continúa en tono conciliador: «Pero está bien, era su derecho».  Luego tuerce la sonrisa para decir que esa hija anda ahora en líos de abogados para reclamarle al padre de los chicos una pensión decente, «no los 60 pesos que pasa por los dos, el muy sinvergüenza».

 Un tintineo de tazas lo distrae. Liana reparte el café y se sienta en el brazo del butacón que ocupa el padre. Es la única que lo siguió en una tradición profesional de cinco generaciones, y la primera con título universitario.

 «Esta casa es de una tía de mi pareja», responde a mi indiscreción. «La estoy arreglando con la herencia de mi mamá. Casi la hago nueva, pero vale la pena porque tiene un  patio donde poner la clínica y un refugio para gatos. Legalmente no tengo derecho, pero vamos a reconocer nuestra unión, para que la familia de mi novia no invente planes. Sé que no cuentan todos los años que pasamos juntas, pero no vamos a perder ni un día de los que podamos reclamar».

 Maritza interviene: «Tras el trámite del tribunal harán una boda, una celebración discreta, por los gastos, pero es su día y tienen que ocuparse de muchas cosas. Para que mi padre participe alguien debe apoyarlo y esa seré yo. Al César lo que es del César, ¿verdad?».

 El viejo toma una foto de la mesita a su lado: «El papeleo no es solo por la casa. Esta es la niña de mi nuera. Ella era muy joven y el que se la hizo nunca le dio el frente. Ahora está con la abuela por la construcción, pero vive acá. Mi hija va a adoptarla y yo seré abuelo socioafectivo».

 Las hijas cuentan sobre las decenas de veces que les hizo leerle el proyecto del Código y la versión definitiva, hasta volverse un «experto» ante los vecinos. Veía el noticiero y los programas de la Doctora Patricia Arés, leía periódicos y se colaba en Facebook para ver por dónde venían los ataques antes de dar su diagnóstico.

 «De tanto que hablé de eso, mucha gente cercana vio las ventajas de la ley. Mis dos varones se vieron reflejados, uno porque está casado con una extranjera que conoció en un curso y ahora su situación es más clara, y el otro porque tras el divorcio apenas le dejaban ver al niño y con el Código somos dos reclamando ese derecho. ¡Tres!, porque el criterio del niño cuenta y él ama mucho a su padre.

 «También yo salgo ganando. Ahora vivo aquí por mi comodidad, pero mi casa es aquella y hay que escuchar mi voluntad si quieren algo cuando me muera... ¡y eso va a demorar, porque de lo único que padezco es de cataratas!».

 Sus ocurrencias acaparan el diálogo. Dice que no extraña ver novelas: la vida es una tragicomedia con los líos de la gente cuando se enamora y luego deja de gustarse. Pero esto de llevar una familia es cosa seria: «La mía es como muchas, digo yo. Imagino que en un tribunal se vean cosas peores. Por eso me alegra que la ley sea clarita y haya más gente poniendo seso y sentimiento a estos asuntos».

 Es mi turno de contarle. En 22 años como jueza lego he visto mucho sufrimiento. A veces me sentí impotente, sin respaldo legal para propiciar el resultado que creía justo. Por eso me alivia ver esos casos en blanco y negro, y tener margen de interpretación para cualquier novedad.

Casos y cosas

 Han pasado solo tres meses desde la aprobación del nuevo Código de las Familias y ya sus efectos empiezan a notarse. En las redes, obvio, y en el sistema judicial aún más, porque todo lo refrendado en la nueva ley tiene una salida judicial.

 Decido visitar mi tribunal en Regla, donde se ventilan también temas de familia de Guanabacoa y Habana del Este desde inicios de este año, y las nuevas leyes trajeron un cambio radical en sus rutinas.

 Su actual presidenta, la joven Melissa de la Caridad Alayo Hechevarría, confirma que ya ven demandas que con el viejo Código quedaban bajo la alfombra, como el reclamo de otros parientes a participar de la comunicación con los menores; pero aún predominan los divorcios y los desacuerdos entre padres sobre el régimen de comunicación más adecuado.

 «El 2022 ha sido el año judicial de los cambios», enfatiza en su despacho, donde a ratos la interrumpen para firmar documentos y dar orientaciones al personal administrativo. Para ella esta transformación no empezó el 25 de septiembre, sino mucho antes: desde la consulta popular y la aprobación de los nuevos códigos de Procesos y Penal.

 Sobre todo el primero, recalca, porque ha traído mucha agilidad y alternativas en el manejo de los conflictos de familia, tan sensibles, tan urgidos de paciencia, empatía y criterios éticos: «En un tribunal se atienden centenares de familias y ninguna se parece a las otras, aunque tengan la misma estructura y el mismo reclamo», asegura.

 Como joven le urge hablar de lo que representó la consulta popular para la generación de juristas a que ella pertenece: esa oportunidad de vivir como artífices el proceso de escribir nuevas leyes, porque «hasta las dudas más simples nos ponían a pensar en conflictos que podrían surgir, y eso pudimos aportarlo en la consulta especializada ampliada.

 «El nuevo Código llegó para ajustar todo lo que el tribunal podía hacer, abrir marcos jurídicos y legitimar actores que antes no podían ser tomados en cuenta, o se hacía de modo muy excepcional», dice expandiendo su sonrisa.

 «Todos somos miembros de una familia y no escapamos a lo que se legisla en esa rama. Hasta si vives solo, sin vínculos afectivos (lastimosamente), tienes vínculos de sangre. ¡Y al revés!

 «Esa es una de las posibilidades más hermosas que se abren: dar vida en el Derecho a las consecuencias de los afectos. Ahora podemos traer a la vía jurídica cosas bonitas que nos suceden cuando tenemos, por ejemplo, un gran amigo que es parte de nuestra vida y se convierte en el “tío” de mis hijos, y eso puede tener efectos jurídicos».

 Del poder formador de la consulta popular y las campañas comunicativas desarrolladas este año puede dar fe desde su puesto tras el estrado. Siente que los debates abrieron los ojos a la población, jurídicamente hablando. Lo nota en quienes vienen a pedir orientación, y en la manera en que declaran los testigos y partes de los procesos, en la naturaleza de los acuerdos, la solicitud de tutela judicial para lo que consideran urgente resolver en sus hogares.

 «Debemos estar mejor preparados para la diversidad de conflictos que surgirán, porque ya la gente está clara de que puede venir a buscar solución al tribunal. Muchos veían las situaciones descritas en el televisor y las salidas que tendrían con las nuevas leyes, y decían: ¡Eso me pasa a mí también! ¡Allá voy!».

 Esa identificación de la ciudadanía con sus derechos la entusiasma y confirma su vocación de ayuda, su fe en un ideal superior de justicia: «La ley es un papel que debe ser respetado y cumplido, pero hay que apropiarse de él».

 Esta joven letrada pudo transitar hacia otras materias en la restructuración de los tribunales capitalinos, luego de su debut en el derecho de Familia en Cerro, pero estaba convencida de la aprobación del nuevo código y lo esperó.

 Mientras tanto fue apropiándose de las muchas ventajas de la nueva ley procesal y demandando más preparación del personal a su cargo, incluidos jueces y secretarias con décadas de experiencia que debían reinventarse en su oficio.

 «Somos seres humanos antes que juristas y la transformación de conciencia es un proceso muy lento», razona, satisfecha del rumbo que han tomado. Las decisiones de un tribunal impactan en muchas instituciones: notarías, registros civiles, oficinas de Inmigración y Extranjería... y hay que cambiar las maneras de hacer en todas partes.

 «Vendrán más retos a partir de cuestiones tan complejas y hermosas como las nuevas formas de filiación y la adopción por parte de parejas del mismo sexo (que generaron la mayor reticencia popular, aunque apenas se radican)» dice. Además, ahora ya es raro un hogar sin algún elemento de lejanía, un contacto con la migración, con personas extranjeras, y eso implica nuevas formas de tramitar los procesos.

 Ya no es ficción hablar de audiencias en que las partes se conectan desde provincias distintas (aprendizajes de la pandemia), o de requerimientos mediante WhatsApp en paralelo a vías más formales, entre otros mecanismos que la nueva ley procesal tuvo a bien incluir porque humanizan el trabajo a favor de solucionar más problemas en menos tiempo. 

La sustancia y la forma

 Cuando me tocó vestir la toga en febrero de este año, quedé  gratamente sorprendida por los cambios en la rutina del tribunal: la prontitud de las respuestas; la participación de especialistas de otras disciplinas para apelar a los sentimientos de las personas en conflicto; la escucha de familiares sin el rigor de ser testigos formales; los esfuerzos por promover acuerdos entre las partes en la propia vista oral; el uso de términos más sensibles y potables por parte de los presidentes de sala...

 Esas son algunas de las ventajas palpables del nuevo código de Procesos, que entró en vigor a inicios de año, confirma la presidenta Alayo Hechevarría. Y hay más: «Antes los procesos se dilataban mucho; ahora hay menos escritos y un momento de oralidad que es clave para escuchar, practicar pruebas, buscar acuerdos razonables, y si no se logran, dejar el asunto listo para decidir en corto tiempo».

 

 

Las campañas mediáticas y la consulta popular previa a la aprobación del nuevo Código crearon una ciudadanía más identificada con sus derechos familiares, afirma la joven jurista Melissa de la Caridad Alayo.

 

Además, brinda la oportunidad de solicitar una tutela urgente de asuntos que lo requieran: «Por ejemplo, si en un conflicto sobre comunicación detectamos una situación de violencia y percibimos que no es conveniente para el menor estar en ese hogar, podemos disponer que al menos durante la tramitación del proceso esté con quien más beneficioso le resulte, sea el otro padre, los abuelos..., las posibilidades están abiertas».

 Insisto en indagar sobre los equipos multidisciplinarios, por la utilidad que les veo desde mi posición de consejera, y mi presidenta coincide en su valía para asegurarse de que el tribunal llegue a las personas, las instruya, logre cambios a largo plazo en la dinámica de esas familias.

 Contar con especialistas de sicología, pedagogía, incluso siquiatría, aporta esa visión de ciencia que a los jueces no puede faltar, por ejemplo, a la hora de escuchar criterios de un menor, según su capacidad de expresarse, su edad. Lo mismo pasa con otras personas, a las que pueden «leer» en el acto comunicativo y evaluar su capacidad de hacerse responsables con lo que vienen reclamando de la ley.

 «Pueden dictaminar si un padre está listo para asumir lo que está pidiendo, o qué necesita para lograrlo. Eso ayuda a tomar una decisión razonablemente justa, que se parezca a esa familia en particular».

 Alayo Hechevarría se adentra en otro asunto que puede influir en que más personas ejerzan sus derechos: si la vida transcurre a lo íntimo de los hogares y comunidades, ¿quién garantiza que el acuerdo o la sentencia se respete?

 «Como juristas insistimos en conciliar, pero remarcamos que un acuerdo por vía judicial no es como los incumplidos por su cuenta. El tribunal tiene los mecanismos y la voluntad para cerciorarse de su ejecución y puede intervenir si es necesario. Es un mandato que nos da la Constitución.

 «A veces las personas se resisten porque en su historia y su entorno social puede estar primando algo que durante el proceso no detectamos. Al final son seres humanos, con sus complejidades y su modo de vida. En ese caso requerimos, apelamos nuevamente a equipos multidisciplinarios, llevamos la dinámica a su hogar y hay otras medidas más severas. La idea es ofrecer una tutela judicial y hacer valer el derecho de todas las partes».   

 Las experiencias compartidas entre colegas de todo el país son positivas, aunque coinciden en que es muy pronto para evaluar: «No solo los juristas, todos debemos cambiar la manera de concebir las relaciones familiares, de enfrentar sus complejidades. Y nos estamos preparando para lograrlo».

 Pregunto entonces por casos que mucha gente llamó raros y consideraba innecesario incluir en el Código porque lo alargaban mucho. A este tribunal no ha llegado aún ninguno, «pero es mejor que estén ahí», dice convencida. «Quien toma decisiones lo agradece. Siempre puedes nutrirte de sentencias previas o hacer uso de los valores y principios generales, que también son fuente de derechos, pero es mejor si están descritos».

 Reflexiona unos segundos y abunda: «Puede pasar de todo. A veces la ley dice “es por aquí”, y sin embargo lo más justo es lo que dispone un principio general que matiza ese artículo. Si es así lo usamos para decidir y lo reflejamos en nuestras disposiciones».

Como una carretera

Fue difícil despedirme del padre de Mary y Lilo, quien no dio permiso para usar su nombre ni su imagen para proteger la privacidad de sus otros hijos, «porque tener familia es ganar derechos, pero también honrar deberes», insistió.

 «Mira, mija, cuando perdí a mi esposa creí que me moriría. Pero no fue así: toda la familia se preocupó y se unieron en esos días para evitar que me deprimiera. Al mes los celulares recuperaron su puesto, y esas personas que son una extensión de mí se distanciaron, ocupadas en su propia vida.  Pero si los llamo sé que van a venir todos.

«En este país hay muchas personas mayores, y habrá más muy pronto. Mi consejo es que el cuidado y la dignidad que esperan tienen que trabajarla desde ahora, con la ley en la mano. Quien ha sido mal padre no puede esperar que lo acojan en las últimas. La que educa con golpes no puede creer que eso es amor de madre, o que está bien porque a ella la golpearon. La gente que desprecia a otros por diferentes no puede exigir respeto para sí.

 «Las leyes no cambian a la sociedad, pero la educan: le ponen nombre a lo que está bien y lo que está mal, protegen para mañana, dan justicia a malestares innecesarios. Yo digo que son como una carretera recién asfaltada: para que funcione hay que caminar por ella, leer las señales y cumplirlas.

 «Más allá de lo que me beneficia a mí y a mis hijos, yo quería este Código porque es un camino que servirá a mucha gente para llegar a ellos mismos, y me alegra que sea moderno, polémico, apasionado... ¡Como un buen mundial de fútbol!».

 

 

 

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