Aylín Álvarez García, primera secretaria del Comité Nacional de la Unión de Jovenes Comunistas. Autor: Abel Rojas Barallobre Publicado: 08/10/2022 | 11:16 am
Pueblo martiano, guevariano y fidelista:
Compañeras y compañeros:
Nuevamente acudimos a ti, ¡hombre inmortal! Comandante y Amigo. Acudimos a tu luz; nunca menos alta. Acudimos a tu escultura Guerrillera. Acudimos a este, tu Destacamento de Refuerzo, nuestro Destacamento de Refuerzo; siempre presente como faro y guía. Venimos a rendirte homenaje, ese homenaje que nos enorgullece y nos compromete con el presente y futuro de la Patria.
Los últimos meses han sido duros para los cubanos. Hemos sido víctimas de fenómenos naturales que han provocado devastación y pérdidas incalculables. El enemigo del norte, ese al que nos alertaste, no le diéramos ¡ni un tantico así! vierte su furia con más fuerza sobre nuestro pueblo y estrecha su cruel bloqueo sin piedad alguna.
Nuevamente se ha puesto a prueba esa capacidad de resistencia que nos distingue y el ingenio de quienes conducen los caminos del país. El firme principio de que la Revolución nunca abandona a sus combatientes, como lo reafirmó con el Che, está más vigente que nunca hoy, con las personas que han perdido sus bienes.
Nos acompaña la fortaleza del socialismo que permite trabajar de manera cohesionada, muy distante del capitalismo y su tenebrosa esencia del «sálvese quien pueda». Gracias a nuestro sistema, lo que se ha hecho en la recuperación tras el paso del huracán, es heroico y en tiempo récord. Una realidad distinta ensombrece a regiones enteras en otros puntos del planeta, donde el azote de fenómenos naturales, como el más reciente, significa largos periodos de olvido y desatención.
Con el trabajo de todos restañaremos las heridas, sumando brazos y esfuerzos. Levantando lo caído y con la certeza de que una obra mejor quedará edificada allí donde los daños fueron más severos, con nuestros propios esfuerzo y con el talento que ha sembrado la revolución durante todos estos años.
Han transcurrido 55 desde que las balas cercenaron el cuerpo del guerrillero legendario; pero el legado que nos dejó de hombre de acción insuperable y de pensamiento profundo, como dijera Fidel, se ha perpetuado hasta nuestros días. Sigue siendo el combatiente íntegro, el hombre honrado y sincero. El verdadero modelo de revolucionario, definición que también acuñó el Comandante en Jefe.
Él, siendo muy joven, recorrió su país natal y otros de América Latina, entrando en contacto con los humildes y quiso poner sus conocimientos al servicio de ellos. Más tarde comprendió que con el esfuerzo aislado de un individuo resultaba imposible transformar la terrible realidad que padecían los pueblos, y que para curar el mal que lastraba la vida de millones de seres humanos olvidados y explotados, era necesario hacer la revolución.
Fue en una fría noche de 1955 cuando Ernesto Guevara se entrevista con Fidel Castro y bastó una conversación de unas horas para que ambos se identificaran plenamente. El 2 de diciembre de 1956 arribaría a Cuba como expedicionario del yate Granma.
Muy pronto evidenció ser uno de los más destacados combatientes, y por sus condiciones, valor, capacidad y entereza, se le confiaron responsabilidades y se le asignaron misiones complejas que cumplió con eficiencia, como la de conducir en 1958 una columna invasora desde la Sierra Maestra, en la zona oriental, hasta la parte central del territorio cubano, misión en la cual estuvo unido al entrañable y querido Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, quien para orgullo de todos nos acompaña en este acto y en importantes frentes de la batalla actual de Cuba.
El espíritu de lucha y revolucionario del Che, no le permitió quedarse en Cuba, las tierras de África y Bolivia acogieron sus campañas. En su carta de despedida a Fidel expresó: «…Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos».
Tengo el deber de volver al líder histórico de la Revolución, aquel octubre, hace 25 años cuando sentenció: «Con emoción profunda vivimos uno de esos instantes que no suelen repetirse. No venimos a despedir al Che y sus heroicos compañeros. Venimos a recibirlos. Veo al Che y a sus hombres como un refuerzo, como un destacamento de combatientes invencibles, que llegan a luchar junto a nosotros y a escribir nuevas páginas de historia y de gloria. Veo, además, al Che como un gigante moral que crece cada día, cuya imagen, cuya fuerza, cuya influencia se han multiplicado por toda la tierra».
Debo confesarles que también he sentido una emoción profunda al llegar hoy aquí. Tiene un trascendental significado representar a mi generación y rendir tributo al hombre que nos ha inspirado a lo largo de nuestras vidas, como revolucionarios y como cubanos.
Permítanme tomar sus propias palabras en la carta de despedida a sus hijos: «Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho para poder dominar la técnica que permite dominar la naturaleza. Acuérdense que la Revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario…».
Esas palabras trascendieron a sus hijos y han inspirado a las generaciones que nacimos y continuamos con la Revolución.
Ahora llega a mi mente un torbellino de ideas y recuerdos; de pasajes inolvidables que están indisolublemente ligados a la figura del Che, algo que estoy completamente segura les sucede a millones de mis compatriotas de diversas edades.
Veo cada día a los pioneros, en sus escuelitas, levantando la mano sobre sus cabezas con los dedos unidos, para decir emocionados que serán como el Che, tal como lo hice en mi etapa escolar. ¿Cómo saber entonces con entera cabalidad lo que esa consigna representaba? ¿Cómo comprender que era un reto enorme y necesario?
¿Cómo suponer que declararme comunista y ser consecuente con esa declaración, iba a significar un camino rodeado de sillas que te invitan a parar y de las cuales solo escapamos con voluntad de acero? ¿Cómo lo piensan las actuales generaciones de pioneros cubanos? Por eso, para nuestra generación, una y otra vez, aparece el legendario guerrillero en su andar. A veces llega con sus botas ajustadas y nos acompaña en el trabajo voluntario, que el forjó e impulsó; en otras ocasiones llega vestido de maestro, de constructor, de médico, campesino, poeta o soldado. Pero siempre nos dice lo mismo: Donde quiera que se paren, sientan la responsabilidad de ser revolucionarios cubanos y actúen como tal.
Es una fortaleza tenerlo, no como foto inmóvil en el emblema de la Unión de Jóvenes Comunistas, o como imagen iluminada en la Plaza de la Revolución, es insuperable tenerlo latente y vivo, como no lo querían los que, al decir del poeta, lo disimularon bajo tierra.
Esos que se creen diestros en matar ideas, han cargado contra él durante todos estos años, con la inútil esperanza de extinguirlo y desmontar su ejemplo, saben muy bien que su ausencia significaría el fin de un sueño que creemos posible y por el cual nos levantamos cada día, dispuestos a luchar para alcanzarlo.
Calculan que lograrán una Cuba ajena a las aspiraciones del hombre nuevo que el Che avizoró, que el cansancio y las dificultades harán que nos alejemos de esos ideales y que los cubanos seremos vencidos por la apatía, el egoísmo o los cantos de sirena del capitalismo.
Pero, con solo mirar la resistencia y el tesón de este pueblo en los últimos años y días, basta con echar por tierra los más aviesos planes del enemigo, basta con las imágenes de nuestros científicos y médicos luchando contra la COVID-19, de los bomberos en el hotel Saratoga y Matanzas, de los brazos solidarios levantando y curando después del huracán, basta con esas y con otras demostraciones de resiliencia, para responder con dignidad ante cualquier intento por rendirnos.
No imaginaron los odiadores de ayer, tan similares a los de hoy, que 55 años después de asesinarlo cobardemente, el Che seguiría moldeando la arcilla fundamental de nuestra obra, que es la juventud; tampoco supusieron que su legado tendría la imponente capacidad de adaptarse a los nuevos tiempos y esa es, con seguridad, su mayor grandeza.
¿De qué otra forma explicar la profunda raíz guevariana en tantas misiones y empeños que reciben hoy el aporte y el protagonismo de las nuevas generaciones? ¿Podría acaso una juventud como la nuestra comprender el desafío de su tiempo, sin convicciones tan profundas como las del Che? Todos sabemos que habría resultado imposible.
Algunos podrán decir y ya lo dijeron del Che, que ser revolucionarios en la Cuba de ahora, es una aventura imposible; para esos y para los que apuestan a vernos rendidos, la misma respuesta que él les daba: somos de los que ponemos el pellejo para demostrar nuestras verdades.
En esa simbólica expresión se reúne la voluntad de los jóvenes que andamos con la manga al codo, junto a este pueblo extraordinario, capaz de sobreponerse y vencer ante los desafíos, sin desalientos, sin hablar de rendición, ni de colgar los guantes, levantando la solidaridad y acudiendo a los lugares donde más se necesite.
Decenas de brigadas de estudiantes y jóvenes han armado sus campamentos en las provincias afectadas; es heroico el esfuerzo de los trabajadores eléctricos en el empeño de restablecer el servicio lo antes posible; es reconfortante la imagen de de nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Ministerio del Interior y las otras instituciones que han echado pie en tierra junto al pueblo.
Tanto esfuerzo y consagración desbarata los sucios intentos de una minoría que de manera indecente e inmoral, hace reclamos desde posiciones de incomprensión total, retando, ofendiendo, muy distinto a los que de forma honesta y sincera hacen uso de su derecho a plantear inquietudes en el marco de la legalidad y el orden.
Ante todos estos desafíos, hoy más que nunca, hace falta multiplicar al Che, sin él podemos correr el riesgo de seguir de largo ante lo mal hecho, o pactar con la desidia; alejándonos de las urgencias de nuestro pueblo, que está dispuesto en su inmensa mayoría a sumar esfuerzos para salir adelante.
Si nos distanciamos del Che, no estaremos listos a la hora del deber y desde el confort individual estaríamos mirando los apremios colectivos con frialdad, como perfectos egoístas en tiempos en los cuales solo la solidaridad salva.
Ser fieles a su obra es preservar la unidad, que es y será nuestro principal antídoto contra el intento permanente de aplastarnos, sin olvidar nunca que nuestros enemigos podrán ir cambiando sus rostros o sus métodos, pero nunca sus intenciones anexionistas o neocoloniales.
Nada ni nadie podrá borrarnos al Che, porque al decir de Fidel aquel octubre de 1997 en que sus gloriosos restos llegaron a Santa Clara: «Más se admirará su valentía personal e integridad revolucionaria mientras más cobardes, oportunistas y traidores pueda haber sobre la tierra; más su voluntad de acero mientras más débiles sean otros para cumplir el deber; más su sentido del honor y la dignidad mientras más personas carezcan de un mínimo de pundonor humano; más su fe en el hombre mientras más escépticos; más su optimismo mientras más pesimistas».
Cubanos:
¿Qué más habría que jurar al pie de este monumento sagrado, que rinde tributo al destacamento de combatientes invencibles que refuerza nuestra lucha? ¿Cuánto nos falta por hacer para alcanzar toda la altura conseguida por estos hombres dentro de la historia?
Nos falta mucho, sí, lo sabemos y como todo revolucionario verdadero sentimos insatisfacción en lugar de autocomplacencia, eso además del Che, lo aprendimos de Fidel y de Raúl, que han guardado toda su gloria en el martiano grano de maíz.
Pero no hay brazos cruzados, este fin de semana Cuba es un bullir de esfuerzo en trabajos voluntarios que sumarán el esfuerzo de millones. Sabemos empinarnos en nuestro tiempo, tampoco hay lágrimas, ni desgano y sí una fidelidad sin límites al Partido, a la Generación Histórica que nos legó la obra y a nuestro presidente abnegado y firme. Un continuador tenaz de las mejores ideas revolucionarias y guevarianas, un hombre de su tiempo, humilde servidor consagrado a un pueblo que lo quiere y admira, especialmente los jóvenes.
Tras la llegada de los restos del Che a Cuba, su hija Aleidita, expresó: «Hoy llegan a nosotros sus restos, pero no llegan vencidos; vienen convertidos en héroes, eternamente jóvenes, valientes, fuertes, audaces. Nadie puede quitarnos eso; siempre estarán vivos junto a sus hijos, en el pueblo».
Y aunque parezca retórica o repetida esta pregunta, se impone hacerla, sabiendo que la revolución conoce muy bien la respuesta. En honor a la memoria del Che: ¿Dígannos qué otra cosa tenemos que hacer?
¡Gloria eterna al Guerrillero heroico y sus compañeros de lucha!
¡Hasta la victoria, siempre!