Maikel García, quien en el hospital bayamés dirige a 30 profesionales, entre residentes y especialistas, expone que el médico debe superarse constantemente. Autor: Cortesía de la fuente Publicado: 07/04/2022 | 12:01 pm
BAYAMO, Granma.— Varias de sus intervenciones quirúrgicas han asombrado a Cuba y al resto del mundo. Algunas hasta ganaron titulares periodísticos, como la realizada a Yuniel Silveira Rodríguez (Tato), un joven que vive en La Piedra de Yao, en Buey Arriba, y fue operado en 2019 de un gigantesco aneurisma que afectaba cráneo, cuello y cara.
Antes, en noviembre de 2014, encabezó una cirugía que se hizo célebre al salvar de la muerte a un adolescente de Pilón que estaba en coma profundo, pues su cabeza, en inusual accidente, había sido penetrada por un inmenso arpón.
También es muy recordada la operación que lideró hace nueve años para eliminar tres malformaciones de la unión cráneo-espinal en un paciente llamado Danger Quintana, quien residía en Niquero, y estaba cuadripléjico, postrado, con severas limitaciones para vivir.
«Fueron tres cirugías tensas, inolvidables, que me calaron profundo por el rigor que llevaron, por el éxito alcanzado y porque son personas humildes, con las que siempre me he identificado al máximo», dice hoy el máster Maikel García Chávez, jefe del servicio de Neurocirugía en el hospital provincial Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo.
Las dos primeras resultaron intervenciones de emergencia y de larga duración, especialmente la de Tato, que se extendió casi siete horas. En esta, el equipo médico logró realizar la extracción de la malformación arteriovenosa y tuvo que ir disecando cada uno de los vasos de la lesión y separándolos. «Eran vasos tan interconectados, complejos, frágiles, distintos y de tan alto flujo, que se necesitaba precaución y precisión. Ese tipo de intervención es de poca supervivencia, incluso en los países más desarrollados. Cuando buscamos los reportes de otras partes del mundo apenas encontramos cinco casos similares y no eran de esta magnitud», explica este brillante doctor, nacido el 10 de noviembre de 1980.
En la historia del muchacho de Pilón, «el arpón penetró por la región temporal derecha con orificio de salida parietal izquierdo alto; es decir, perforó el cráneo, las membranas envolventes del cerebro y el cerebro en sus dos hemisferios, y salió contralateral, afectando estructuras nerviosas y vasculares. Este tipo de traumatismo tan severo tiene más de un 95 por ciento de pronóstico fatal», expresa Maikel, quien se graduó con título de oro en 2005, se formó como especialista en Medicina General Integral tres años después y en 2012 se convirtió en especialista de primer grado en Neurocirugía.
Pero esas y otras proezas en el quirófano no lo hacen sentirse por los aires ni creer que es el cordón umbilical de su hospital, un lugar donde casi pasa más tiempo que en su casa.
«Me gusta lo que hago y me alimenta el cariño de mis pacientes», expone en una parte del diálogo con JR a propósito del día mundial del neurocirujano, celebrado este 8 de abril, instituido en honor al médico estadounidense Harvey Williams Cushing (8 de abril de 1869 — 7 de octubre de 1939), considerado el padre de la Neurocirugía.
—Hábleme del famoso fatalismo geográfico. ¿Cuánto conspira contra los profesionales de su especialidad?
—Creo que con preparación uno puede realizarse en cualquier lugar en que esté. Mi profesor, el doctor Nelson Rodríguez Corría, quien me acogió como un padre cuando llegué al hospital y me encaminó en este mundo, me decía que aquí iba a tener el ejercicio de la práctica, algo fundamental para un neurocirujano.
«Así ha sido. Desde que era residente de la especialidad atendí una amplia gama de enfermedades, que tal vez en otra provincia no me hubieran tocado porque hay una especialización más fragmentada. Aquí hemos tratado desde las enfermedades neuroquirúrgicas del niño hasta la neurotraumatología en cuerpo de guardia.
«No puedo negar que existen limitaciones tecnológicas, dependemos de estudios diagnósticos que se realizan en otras provincias y desafortunadamente hay técnicas quirúrgicas que no se pueden emplear; pero no me quejo de fatalismos: estoy en constante estudio y siento que desde aquí hemos aportado, como lo hicieron antes profesionales excelentes como Nelson, Élcides Popa Guerra, Guillermo Sánchez Paneque (Guille), entre otros, que hicieron de la provincia un referente».
—¿No le han dicho que en otro lugar del mundo tuviera mucha mejor solvencia económica?
—Siempre repito que soy un ser humano de pocas demandas materiales; me inclino más a la superación, al crecimiento profesional y personal, a la gratitud de mis pacientes que a los aspectos materiales. Me considero una persona humilde y le dedico el mismo amor a todos porque para mí ningún oficio o profesión es más útil que otro. He estado en varios países y he podido comparar. Es cierto que el ser humano necesita capital, economía y recursos, pero eso no me quita el sueño.
—El cerebro es un órgano sumamente complejo. ¿No hay temor a fallar?
—Es cierto que el cerebro tiene circuitos y conexiones que se relacionan con todo el organismo, es como un mapa que refleja todo el cuerpo; un espacio micro anatómico representa centenares de funciones… Pero el neurocirujano sabe que tendrá que lidiar con eso de por vida y deberá hacerlo con valor. «Sabe también que a menudo tendrá que luchar contra el reloj porque las enfermedades neuroquirúrgicas suelen repercutir en corto tiempo en la integridad y la vida del paciente. Lo otro complejo es que uno puede operar mil cerebros y nunca se va a encontrar uno igual a otro, aunque existan diseños anatómicos generales. En todos los casos hay que ser minucioso y preciso a la hora de evaluar el paciente y de pactar una conducta».
—¿Cómo es posible que logre mantener la relación con los pacientes después de que salen del quirófano o son dados de alta?
—Los pacientes van creando lazos con nosotros hasta convertirse en personas cercanas, prácticamente en familiares, y eso es tan lindo que no existen palabras para describirlo. Hemos estado en sus casas, muchas veces llevados por ellos mismos, y en más de una oportunidad han alquilado un transporte para irnos a una excursión al río o la playa, en la que no faltan las bromas y los chistes. Para nosotros son gestos de gratitud y de humildad y los valoramos mucho, sobre todo porque comprendemos la trascendencia de haber superado trances bien próximos a la muerte.
—¿Qué le han aportado las misiones internacionalistas?
—Tuve el privilegio de estar en Guatemala como uno de los primeros integrantes del contigente Henry Reeve y fue una experiencia en la que aprendí bastante, pues era un recién graduado y me enfrenté a enfermedades que solo había visto en la literatura.
«Algo similar me ocurrió en Bolivia, donde me formé como especialista en Medicina General Integral y tuve la responsabilidad de dirigir en la coordinación departamental y luego en la nacional. Sin embargo, cuando viajé a Mozambique ya lo hice como especialista y me tocó operar incesantemente en seis provincias de ese país.
—Los celos profesionales suelen surgir en cualquier lugar, sobre todo cuando hay un líder que se hace visible y surge el anonimato para otros que incidieron en los procederes médicos. ¿Ha vivido eso? ¿Cómo lo sobrelleva?
—Sinceramente no me parece haber vivido eso. El liderazgo se crea con respeto y con conocimiento, no se impone. Por otra parte, no hay líderes absolutos porque cada caso se debate en grupo y se toma una decisión. Es verdad que en las ramas quirúrgicas hay una persona que debe encabezar al resto de los profesionales, pero algo que me inculcaron es no andar viendo sombras.
—Para estar tanto tiempo en el hospital debe tener un respaldo supremo de la familia.
—Mis padres siempre me apoyaron en todo, desde que era pequeñito y tenía aptitudes para las artes plásticas. Lamentablemente mi mamá, Ana Hilda, falleció en 2020. Le debo mucho a mi hermana, Mayelín, quien se encarga del cuidado de mi papá, Fredy, que tiene 76 años. Ellos han sido mi sostén todo este tiempo. A veces no tengo sábados ni domingos de descanso y lo entienden sin problemas. Me inculcaron la humildad y a servir a los demás, que es un principio que debe seguir un verdadero médico. Eso es lo que ha marcado mi vida.
Maikel García, quien en el hospital bayamés dirige a 30 profesionales, entre residentes y especialistas, expone que el médico debe superarse constantemente. Foto: Cortesía del entrevistado