Nunca funcionará mientras la incultura y la incivilidad predominen por encima de modales y del derecho genuino a disentir y a opinar. Autor: Abel Rojas Barallobre Publicado: 13/07/2021 | 03:24 am
Veo las imágenes del domingo 11 de julio una y otra vez y pienso, por encima de todo, en mis hijos. Si la «libertad», en tantas ocasiones cacareada desde otros confines, es el vandalismo o la grosería, la vulgaridad y el acto salvaje, yo no la quiero para ellos.
Si la libertad es pedir el linchamiento y el saqueo, la pedrada y el imperio de la chusma, prefiero que ellos sigan con necesidades, pero con la tranquilidad de poder llevarlos seguros y con paz por cualquier esquina, aunque esta permanezca lúgubre o desaliñada.
Deseo de todo corazón que no crezcan con las carencias de sus abuelos, ni tengan que «comerse un cable» como su padre, quien logró graduarse en pleno período especial, en medio de apagones y de dificultades aun más grandes que las de hoy.
Deseo que vivan sin un susto mínino, sin escuchar las narraciones como las del domingo, cuando oyeron que algunos manifestantes llevaban cuchillos y amenazas, desvergüenzas y chancleteos, ladridos y palabras impublicables.
¿Cuál es la Cuba que les espera a ellos?, me he preguntado mientras alguien me cuenta que entre los «protestantes» hubo alguno que perdió la bicicleta, robada por uno de sus propios «compañeros de lucha», o que otro le dio un puñetazo a un «socio» porque este se le anticipó en el hurto de un producto sustraído por la fuerza de una tienda.
¿Les esperará a mis hijos una nación donde el disparate anexionista se imponga al sueño martiano de no doblar la cerviz ante la potencia extranjera que quiere tragarse la independencia y la soberanía nacionales? ¿Les esperará la libertad de ofender y hasta de matar, como sugirieron ciertos alentadores de la protestas dominicales? Cierro los ojos y me respondo con optimismo, aunque no sin susto.
Este país, definitivamente, tiene muchas cosas que cambiar, muchas colinas por subir, muchos lunares que quitar, pero si su norte está en la reyerta y el agravio, en la consigna sucia y el pillaje, en la fascinación por el colonialismo moderno, optaría siempre por seguir buscando la brújula en la necesaria corrección interna, en el aprendizaje del yerro nuestro, en la mejor construcción de opciones para la diversidad y el pluralismo.
Así como el socialismo no puede ser un guiño permanente a la pobreza y necesita buscar el progreso aun contra guerras económicas externas —algo reiterado por teóricos y entendidos—, la famosa libertad jamás funcionará mientras existan hogueras, cacerías de brujas, llamamientos a la muerte, pedidos a intervenciones militares, intolerancias y rencores, como salieron a relucir el 11J. Nunca funcionará mientras la incultura y la incivilidad predominen por encima de modales y del derecho genuino a disentir y a opinar.
Veo las imágenes del domingo y pienso, como otros padres, en el futuro de mis hijos, quienes pueden o no seguir mi derrotero, pero hoy viven tranquilos, cuidados, protegidos, ajenos al disparo, a la turba y a las tempestades «democráticas». Ellos seguramente querrán una libertad distinta a la que quieren dibujarle desde falsos paraísos.