Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Tejer desde la emoción los hilos de la historia

En los hechos del pasado está no solo el baluarte de lo que nos define como nación, también cabe la memoria que nos permite seguir adelante sin pesimismos y sus hilos sostienen con fuerza nuestro más firme propósito de seguir siendo una Revolución  con un sentido radical de libertad, humanismo, justicia y dignidad plena

 

Autor:

Santiago Jerez Mustelier

Eduardo Galeano le contó cierta vez a su entrevistador Ciro Bianchi de cuando integró —junto a otros intelectuales como Mario Benedetti— una comisión para la recogida de medio millón de firmas; sí, 500 000 rúbricas que al cabo impedirían que el Gobierno tendiera el velo blanco del perdón a quienes torturaron y asesinaron sin piedad entre los años 1973 y 1984, durante la época roja de espanto latinoamericano.

Él, quien nunca dudó en afirmar que «tras el triunfo de la Revolución Cubana, América Latina fue un poquito más latinoamericana y un poquito más libre», le dijo a Bianchi que el presidente de la República del Uruguay de aquellos tiempos le espetó en tono irónico que él y sus compañeros de la comisión vivían con el ojo en la nuca.

Provocación a la que Galeano, inteligentemente, agregó: «Así es, en efecto, para que no se olvide el pasado, y tenemos también ojos en la cara para no tropezar con las mismas piedras ni caer en las mismas trampas y evitar así que América Latina siga siendo una trágica cabecita de horror».

La desmemoria y el olvido son males que todavía hoy corroen a nuestra región. La historia cae desfallecida, in situ, por fuertes golpes en la mollera, que les ocasionan una amnesia únicamente ventajosa a los amos del capital.

En la era de la «posverdad» son frecuentes las amplificaciones de llamados «al olvido, al borrón y cuenta nueva, a vivir el presente y nada más…». Cuba no escapa a la avalancha de olvidadizos, a quienes tergiversan cada ápice de los hilos de la historia para promover el caos y la subversión.

La alerta vino como anillo al dedo, tan solo minutos después de iniciado el 8vo. Congreso del Partido Comunista de Cuba. El General de Ejército Raúl Castro Ruz remarcaba en el Informe central al cónclave que «debemos asumir con responsabilidad las enseñanzas de la historia y de proteger a nuestro país, y el derecho soberano a existir por el que se han sacrificado tantas generaciones de cubanos».

Al calor de los debates en comisiones, nuevamente el tópico centrípeto se hizo presente en la voz de delegados, quienes recordaron que no se debe renunciar a ella, pues la obra descomunal que hoy exhibimos no nos fue regalada o pactada entre élites, sino que fue fruto de una ardorosa y sangrienta lucha.

¿Por qué dejar que nos roben nuestros símbolos?, se preguntaba uno; ¿por qué permitir que otros cuenten con sesgos y oportunismos los hechos más sensibles de nuestro devenir nacional?,¿cómo no desligar la política de la creatividad y el entretenimiento?, ¿de qué forma gestar sentimientos y emociones entre los más jóvenes hacia el proceso revolucionario?, fueron algunas de las ideas compartidas por los asistentes.

Abel Prieto Jiménez, presidente de la Casa de las Américas, rememoró en su intervención cuán honda fue la huella que dejara en los espectadores la visualización de Inocencia, filme bordado desde la hermosura, el talento y el respeto a los mártires de uno de los hechos más tristes ocurridos en La Habana. El prestigioso pensador instó a, sin repetir fórmulas o esquemas y sin tanto efectismo o gasto de recursos, explotar las interioridades de los entresijos históricos y producirlas desde el cine, el periodismo o la literatura —estos últimos acaso no tienen que pugnar—, pero siempre con un halo humano y enriquecedor.

A fin de cuentas, la historia es un amasijo de microhistorias, crónicas, anécdotas y experiencias con trascendencia testimonial y profunda oralidad, y debe servir como consecución de valores patrios, de estampar lo que nos une en el horizonte de la idiosincrasia nacional; y en franca oposición al voraz neoliberalismo que pretende arrebatarnos los sentidos de autoctonía y cultura.

Sin desprendernos de esa capacidad de educar, la historia, no solo la nuestra sino también la universal, tiene que narrarse con viveza, modos creativos, sin estridencias y sin dosis soporíferas, atemperada a las nuevas tecnologías y contada en contraste, es decir, con sus luces y sombras. De esas glorias y errores pasados sacamos la fuerza moral y los espíritus de unidad y consenso para atravesar los espinosos caminos por andar.

Hacen falta más documentales emotivos, más series, libros y películas como LCB: La Otra Guerra; Sacha: un niño de Chernóbil; Inocencia; la cinta El Mayor; o el libro Nueva Historia Universal, joya de la autoría de Eduardo Torres Cuevas, cuyos cinco tomos llegaron a mis manos hace poco a través del préstamo de un amigo.

Hace falta impregnar en la memoria colectiva la estirpe de jóvenes como Frank País o Camilo Cienfuegos, por solo citar dos; hablar sin tapujos y explicar hasta la saciedad momentos como las nacionalizaciones, la Crisis de Octubre, el bloqueo, el llamado «quinquenio gris», Palabras a los Intelectuales; contar más y mejor sobre la presencia negra y de la mujer en nuestras luchas libertarias… hacia ahí apuntan los detractores de la Revolución en su afán de fracturar, por lo que no debemos permitir que las nuevas generaciones reciban información deficitaria, confusa, desalentadora o mal enhebrada sobre esos y otros acontecimientos.

Ya lo decía el Presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en la clausura del congreso de la continuidad de hecho y acción: «Debemos aprovechar todos los espacios de la comunicación para dar nuestra batalla como revolucionarios, haciendo sentir el peso de la historia, las razones y convicciones patrióticas, las claves del liderazgo colectivo. Tenemos el desafío de contar con voz propia todo lo bueno que se ha hecho, así como lo que puede y debe seguir haciéndose…».

En la historia está no solo el baluarte de lo que nos define como nación, en ella cabe la memoria que nos permite seguir adelante sin pesimismos y sus hilos sostienen con fuerza nuestro más firme propósito de seguir siendo una Revolución con un sentido radical de libertad, humanismo, justicia y dignidad plena.

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