Al parque Vidal de Santa Clara vuelve paulatinamente el transporte público. Autor: Tomada del Periódico Vanguardia Publicado: 20/06/2020 | 10:26 pm
El amanecer bañó la ciudad con sus tintes vitales, en una mescolanza humana que la reavivó de la inanición impuesta por este imprevisto y esquivo virus.
Aquí estamos de vuelta, no por un albur, sino por el aislamiento perspicaz, matizado por calculadas medidas que dejaron un manojo de experiencias. La más descomunal, que estamos con vida porque a tiempo pusimos bridas para evitar que se desbocara. ¡Le hemos ido con todo en esta tregua!
Una ojeada a ese pretérito fresquito muestra que la gente, excepciones aparte, se montó en el carro destinado a los inteligentes y asumió los cambios en sus costumbres y modos de actuar, lo más tremendo de interiorizar.
Qué ánimo infunde sentarse de nuevo en el santaclareño Parque Vidal y apreciar el alboroto de los totíes en los atardeceres o el graznido nocturno de las lechuzas. Hasta eso extrañábamos…
Como muchas otras ciudades de Cuba, Santa Clara se extasía con ese latir genuino de ómnibus, motonetas y carretones, de gente caminando de abajo a arriba sus calles, de bullicio renovado y, sobre todo, de la felicidad por espantar esa congoja que desprendía una ciudad prácticamente enclaustrada.
Y habrá bodas…
Por cerca de una década, dos jóvenes agramontinos han cultivado una afinidad que un buen día trascendió el oficio común y fructificó en amor. Desde marzo, una foto de ambos circula en las redes de nuestro gremio, seguida de una pregunta: ¿Habrá boda a pesar de la pandemia?
Jorgito, como lo llaman sus colegas del semanario Adelante, y Dani, como la conocen hasta los micrófonos de Radio Cadena Agramonte, dejaron pronto la fase de noviazgo para vivir juntos y planeaban contraer nupcias el venidero 1ro. de agosto, en homenaje a la boda de Amalia Simoni y El Mayor, hermosa tradición de la juventud agramontina.
La pandemia los alejó físicamente, ambos entregados al ejercicio profesional, y aún no saben si lograrán sellar su unión este agosto, pero de lo que sí están seguros es que no hay coronavirus que les robe el sueño de estar juntos: «Mientras hay amor y salud todo es posible», dijo resuelta Dani, aferrada al abrazo de Jorgito.
Y es que la vida puede ser más persistente que la muerte, como se demuestra en el Palacio de los Matrimonios avileño, aún cerrado al público, donde se lustran los pasillos y muebles para abrirse a futuras ceremonias.
En la Dirección Provincial de Justicia de Ciego de Ávila, una secretaria reveló el episodio que justifica la prisa. Decretadas las medidas restrictivas, una mujer apareció ansiosa con una sola inquietud: casarse de inmediato o no podría tener intimidad con su pareja. «Mis convicciones no lo permiten», repetía una y otra vez. ¿Tal vez temía un fatídico final y le mortificaba no consumar la unión?
Al principio las explicaciones fueron suaves; luego empezaron a subir de tono: «Ustedes no me comprenden… Yo tengo que casarme. ¡Necesito casarme!», casi gritaba. «Pero el Palacio está cerrado», le explicaban, y aún incrédula exigía: «¡Pues ábranlo!». Hoy la historia mueve a risas, pero en el Registro civil se toman en serio la vuelta al trabajo: Si aún le urge, ya la señora se puede casar.
Un paso a la vez
Lo habían anunciado los sicólogos: La cabaña y su síndrome. Para algunas personas ha sido difícil este fin de semana salir del encierro del que tanto nos quejamos, esas «cuatro paredes» donde nos sentimos a salvo, al menos todo lo que es posible estar en este mundo dado a las sorpresas.
Tímida, sigilosamente, la población guantanamera abre sus puertas. El virus todavía está afuera (ese «todavía» es el sino irremediable), pero muchos se animan, se visten con cuidado, como para impresionar a quienes dejaron de verles tanto tiempo, y con aire pausado caminan por los comercios.
En la plaza polifuncional Pedro A. Pérez un niño monta una bicicleta azul, con nasobuco y sin compañeros de juego. Acelera a sus anchas, sin el sigilo que el ir y venir de otras personas hubiera impuesto, mientras la que parece ser su madre lo mira desde un banco a la sombra.
El polvo que levantan los vehículos se posa en los adornos de las salas, mientras el ruido animoso del asfalto —sobre todo en las arterias más concurridas— se va acercando al de antes en la urbe más oriental de Cuba.
Las guaguas llevan solo pasajeros sentados. Algunos bicitaxis se aventuran. Una señora saca la mano a un motorista y este se detiene; pactan el sitio de destino y el precio, y en un segundo ella monta detrás, lista para seguir su día, mientras por el carril opuesto pasan otros «jinetes», un chico y su novia, a juzgar por el abrazo estrambótico que disiente del reclamado distanciamiento.
De la oficina de trámites del Ministerio del Interior sale, visiblemente exaltado, un joven que sostiene un diminuto papel en sus manos. Anda feliz con su nuevo documento de identidad, con el que podrá cobrar en el banco la ayuda que le enviaron unos amigos durante la pandemia.
No pudo antes porque su carné estaba tan deteriorado que ni el número se veía, y como los trámites estaban restringidos tuvo que sobrevivir con poco: «Esta pandemia me hizo pasar sofocos, pero lo importante es sacarle partido. Yo entendí que no hay como estar siempre en regla, con las cosas como deben ser».
A cielo abierto
El pasado jueves el cielo amaneció de color azul intenso. Por primera vez en varias semanas, no había nubes grises sobre Ciego de Ávila. Apenas unos rizos muy blancos, que parecían irreales y para nada auguraban las lluvias de la tarde.
La humedad, intensa, bañaba las ropas con tan solo caminar unos minutos, pero muchas personas dejaron sus casas y las calles retomaron un ritmo casi normal después de semanas de recogimiento. Como clara señal de cambio, las barreras que cerraban el tránsito al centro de la ciudad se apartaron en muda indicación de que la vida también podía pasar por ahí.
Los dulceros salieron y la gente volvió a sentarse en el Parque Martí o a pararse con tranquilidad en las cercanías del Teatro Principal, a degustar el dulce que quizá había recordado con nostalgia desde casa.
En la calle Honorato del Castillo, los vendedores de rosas colocaron sus cubetas para engalanarlas con el brillo de las fiestas, los cuentapropistas sacaron sus tarimas y los comercios mantuvieron sus puertas abiertas.
Ante esa estampa de normalidad, cabría pensar que la COVID-19 fue solo un episodio de mala noche, pero ahí están las mascarillas de colores y modelos diversos, y el lavado de manos a la entrada de las tiendas, como para seguir cuidándonos despiertos.
Mesa a la vista
La espirituana Iris Laidy Soriano Guerra (derecha) cumple con las medidas higiénico-sanitarias en su mesa de trabajo. Foto: Lisandra Gómez
La rutina de la espirituana Iris Laidy Soriano Guerra se trastocó de la noche a la mañana. Por dos años había disfrutado el intercambio con quienes pasaban por su punto de venta: unos miraban, otros preguntaban, los menos compraban… y ella siempre respondía sonriente.
Como quien espera lo mucho también lo hace por lo poco, desde el pasado jueves esta yayabera de 30 años salió finalmente de casa y volvió a plantar su mesa de artesana en una de las esquinas de la Avenida de los Mártires.
«Han sido muchos días de inactividad y ahora salimos con las materias primas que nos quedaron al cerrar. ¿Cómo obtener nuevas? Confío que todo llegará en su momento», dice, mientras la gente se acerca a observar su mercancía.
«Tal vez algunos pensaron que regresaríamos con aumento de precios, pero no ha sido así», refiere esta joven, una de los más de 5 500 cuentapropistas que solicitaron suspensión temporal de la licencia en Sancti Spíritus, quien desde el pasado jueves disfruta ser testigo y protagonista de una nueva etapa de vida en su ciudad.
Al coppelia en coche
El coppelia Las Torres, de Bayamo, está casi desértico a pleno mediodía. Su reapertura en esta primera fase suponía una afluencia grande de público. Fue sorpresivo que en el primer día sus 160 sillas permanecieran mayormente vacías.
La orientación es atender dos clientes en cada mesa; aunque en los casos de familiares que conviven unidos sí accederán a que se sienten cuatro, explica José Alexander López, uno de los directivos, para quien la falta de clientes tal vez se deba a que mantuvieron mucho tiempo solo el servicio para llevar el helado.
«La gente empieza a aclimatarse al nuevo panorama», dice, pero otra causa puede ser el expendio de un solo sabor (mango), en una ciudad acostumbrada a tener en sus cremerías variedades y «sazones» de diversa índole.
En contraste con el panorama de Las Torres, los coches sí comenzaron concurridos; tal vez más de lo que deberían. Aunque son más propensos a la cercanía de las personas, en ellos no parece aplicarse la norma del 50 por ciento.
«No es fácil después de casi tres meses sin trabajar que ahora nos digan que debemos transportar sin el coche lleno», expone preocupado Dioverci Batista Hernández, un cochero con 12 años en la profesión.
Por cierto, en el segundo día de la llamada desescalada, los carruajes parecían menos que antes en Bayamo, un lugar donde circulan, según estimados gubernamentales, unos 800 de estos transportes de tracción animal.
«Irán aumentando. Algunos están preparando sus bestias», dice José Rodríguez, otro cochero que quiere volver a la total normalidad… Aunque con esos truenos vinculados a los aprietos, ¡vaya usted a saber!
Veraneo a la vista
En Isla de la Juventud, mucha gente no perdió tiempo: en cuanto se anunció la circulación de los bicitaxis enrumbaron hacia Punta de Piedra, a poco menos de dos kilómetros de Nueva Gerona.
«Es la primera vez que venimos este año. Nos gusta mucho el mar, es muy grato sentir el agua, la brisa y el sol», comenta Norlén Rodríguez Carmenate mientras acomoda algunos alimentos a la sombra y corre a disfrutar de las cálidas y tranquilas aguas, junto a su tía y otras personas que también sintieron necesidad de un baño de mar, aunque a prudencial distancia y algunos hasta con nasobuco.
Emocionada, María de los Ángeles Carmenate se regodea en la delicia de las olas, al tiempo que reconoce que esperar fue una medida por el bien de la población: «Y hay que mantener el orden, porque no estamos libres de retroceder», opina.
Por el momento, los pineros viajan por medios propios hacia las cuatro playas cercanas a Nueva Gerona, y ante la carencia de servicios gastronómicos cargan también sus alimentos. Punta de Piedra, Paraíso, Gallego y Bibijagua: ocho kilómetros de litoral para una potencial recreación sana en la venidera etapa estival, que la familia Carmenate ya disfruta, cumpliendo los protocolos de bioseguridad.
Cambiar de aires
En cuatro años de noviazgo, Ana Laura Cisneros y Abelardo González han preferido siempre el campismo Silla de Gibara, pero esta vez llegaron al punto de ventas de Empresa Provincial de Campismo de la ciudad holguinera decididos a reservar para Cabonico, en Mayarí.
Vienen con muchas expectativas de bañarse en un río del cual tienen excelentes referencias, ansiosos de pasar momentos agradables en familia, pues los acompañarán la mamá de Ana Laura y sus dos hermanitos.
Ella, estudiante de 3er. año de Agronomía, entiende que fue necesario permanecer en casa estos meses, y como premio planea ahora «despejar» en la naturaleza. Él, movilizado en el Servicio Militar Activo, planifica utilizar sus días libres para su estancia en Cabonico, sin afectar sus responsabilidades con la defensa de la Patria. Cualquier semana servirá para sus propósitos en esta etapa pos-COVID-19, siempre y cuando respeten los protocolos epidemiológicos.
Con la reservación en la mano, Ana Laura regresa a su hogar del reparto Piedra Blanca, donde el resto de la familia espera con ansias para hacer las maletas.
Abanico de oportunidades
El turismo se prepara para recibir clientes nacionales. Foto: Tomada del perfil de Facebook del hotel Los Jazmines
También en Pinar del Río, tras las jornadas de forzosas «vacaciones» hogareñas, mucha gente retoma proyectos más o menos costosos, pero muy disfrutables, y la Delegación de Turismo decidió iniciar desde el mismo jueves 18 la venta de reservaciones para los seis campismos populares y dos villas internacionales ubicadas en este territorio, opciones favoritas de la familia vueltabajera.
Con igual avidez se recibió la reapertura de las piscinas públicas —a pesar de horarios y capacidades limitadas—, sobre todo por quienes prefieren un chapuzón aséptico, mientras los amantes de la aventura se alinean en colas para reservar excursiones a playas vírgenes del litoral pinareño, una oferta de Cubanacán.
Y aún hay más opciones al oeste de Cuba: despertar con la vista privilegiada del valle de Viñales en los hoteles Los Jazmines o Rancho San Vicente (este último con la novedad de ser solo para adultos); disfrutar las aguas medicinales cercanas al hotel Mirador de San Diego, en Los Palacios, o romper la rutina y el confinamiento en el hotel Pinar del Río, de la cabecera provincial.
Un juguete para Samuel
Por más de 100 días el santiaguero Samuel Alejandro Falcón ha soñado con el juguete de su cumpleaños. Desde enero le había «echado el ojo» al colorido camioncito de volqueta que vio en una tienda de Enramadas o el helicóptero que exhibían en otra vidriera.
A finales de marzo la COVID-19 forzó el cierre de toda actividad comercial que no implicara venta de alimentos o aseo, e impidió que el pequeño tuviera, en mayo, su anhelado regalo por cumplir ocho años.
Pero Samuel, como cientos de miles de infantes, se aclimató a esos días de jugar en casa y recibir teleclases, y su madre decidió recompensar su buen juicio con el estreno de los primeros calores en esta etapa recuperativa.
Deseos pospuestos, planes en pausa y nuevas necesidades domésticas nacidas durante el aislamiento, comienzan a materializarse en la «nueva normalidad». Y aunque el aceite, el detergente y el pollo sigan dominando las colas, otros intereses pujan por destronarlos.
Por ejemplo, el ventilador de David y Surima y la máquina del refrigerador de Elena fueron decesos no reportados por el doctor Durán, y ahora sus «dolientes» recorren tiendas y tantean opciones para palear el estío santiaguero.
A Johan el distanciamiento le contagió cuerpo y pies y ya no le sirve ningún zapato; Melissa arma el regalo de papá, Ernesto busca la luz que lleve a los bombillos de 20 watt, y más de un vecino se interesa por maquinitas de afeitar, peines y fosforeras, pequeños grandes detalles que apuntalan el esfuerzo de estos memorables días de confinamiento.
Nómadas de malecón
Hay algo nuevo en el malecón de Cienfuegos, tal vez el verde infinito detrás del muro o los peces que sorprenden a quien vuelve el rostro a la bahía; señales de la buena salud de una mar en calma por más de 85 días.
Pedro Pablo y su hermana Paola, de cuatro años, recorren la primera media cuadra tras las restricciones. Van de la mano y con tambores en el pecho, una mezcla de ansiedad y temor por el desconfinamiento.
No hay detalle en el horizonte que escape a la mirada curiosa de la niña: los barcos apostados al fondo, la humeante chimenea de la termoeléctrica local y la extraña cúpula de la Central Electronuclear.
El hermano mayor empuña sus dotes de «nómada de malecón» y aclara para la pequeña cada interrogante. Avistan a los pescadores y sus pertrechos y se aproximan recelosos al muro para ver la espuma de cerca… pero todavía no lo tocan ni se sientan.
«Al fin aire de mar en la cara», dice este cienfueguero de 11 años mientras inspira profundo el olor a sal. En busca de la misma sensación llegan otras familias para el reposo acostumbrado tras la visita al hospital pediátrico, porque nada sana mejor que conectar con esa masa de agua en brazos de papá o mamá.
Más adelante, en el paseo, una quinceañera eterniza su celebración sobre el escenario marinero, instantánea distintiva de los perlasureños. Para ella, una foto única; para quienes observan, una señal de que la vida cerró un ciclo y ya se abre a nuevos sueños de cautelosa felicidad.
Tal vez por ello, el amanecer de estos días en casi todas las ciudades de Cuba deviene símbolo de un premio tejido con máxima concentración, cuidado y destreza. Un galardón que debemos cuidar como la niña de nuestros ojos.