José Martí Autor: Roberto Suárez Publicado: 18/05/2020 | 08:38 pm
Dos Ríos, Jiguaní, Granma.— «¿A que no adivinas a quién hemos matado?», preguntó el capitán español Enrique Satué Carbonell después de la intensa balacera. Su homólogo militar, Antonio Serra Orts, enseguida pensó en alguien «grande» y respondió: «A Máximo Gómez».
«Cerca le andas; ¡a Martí!», aseveró el primero. Entonces la cara de su interlocutor enseñó la más gigantesca sorpresa. Fue tan inmenso el asombro de Serra que luego de soltar un «¡imposible!» se dijo: «¡Pero, señor! ¿Por qué se batía Martí en vanguardia? ¿Es posible que un futuro presidente de la República cubana, se bata como un guerrillero? ¡Aquí hay misterio…!».
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Aún hoy, a 125 años de aquel domingo infausto, los crucigramas siguen acompañándonos. Ni del lado libertador ni del colonialista existen respuestas definitivas sobre el suceso. «Probablemente nunca se sabrá con certeza cómo se produjeron los acontecimientos», escribió al respecto Gonzalo de Quesada y Miranda, ferviente martiano.
De seguro a lo largo de tanto tiempo han incidido en esas incertidumbres «elaboradores de fantasía y ficciones de género diverso», quienes «han pretendido, contra toda evidencia histórica, retorcer hechos, aferrarse a relatos inexactos o documentos repletos de lagunas y sin contrastación adecuada», tal como plantea el acucioso investigador Rolando Rodríguez García.
Por su parte, Hugo Armas Pérez, quien ha dedicado más de 40 años a indagar sobre el Héroe Nacional y hacer trabajos de campo en la zona, al punto de descubrir junto a otros profesionales el campamento número 25 del Apóstol, apunta que «hay muchísimas versiones sobre el tema, algunas escritas con parcialidad».
Es que ni los testimonios de los protagonistas cercanos a la tragedia despejan las incógnitas. Ángel de la Guardia, el muchacho que acompañó al Delegado en aquella carga «romántica» y quien debió haber sido pieza clave para conocer la verdad, pereció con 22 años en la toma de Las Tunas (agosto de 1897) y no dejó nada escrito; mientras el relato de su hermano, Dominador, apenas refiere que el Maestro y su compañero de ocasión quedaron 50 metros por delante de las tropas cubanas y se convirtieron en blancos perfectos para las fuerzas enemigas.
El investigador Ángel Vázquez Pérez ha logrado un relato casi cinematográfico de las acciones, en las que los españoles tuvieron cinco bajas mortales y hubo de todo: premura, confusión, cierto caos, estiramiento paulatino de las filas insurrectas, cruces accidentados del río, insurgentes que quedaron del otro lado del Contramaestre sin participar en la pelea, cargas y recargas mambisas, mucha concentración de fuego español y la consabida orden de Gómez al Apóstol para que no interviniera en el combate.
Tal disposición, lejos de alejarlo del peligro, probablemente incrementó sus ansias de batirse, porque para él no se podía predicar sin el ejemplo y porque en la mañana había pronunciado en Vuelta Grande, ante más de 300 hombres, un discurso de los que enardecen el alma. «¡Viva el Presidente!», le gritaron con entusiasmo cuando concluyó la arenga a pesar de que en los días previos había expresado su «pública repulsa» a que lo nombraran así.
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En su primer evento bélico, en una aparente escaramuza, cayó el mayor general José Julián Martí Pérez, derribado por tres disparos, aunque mucho se ha debatido si hubo un «tiro de gracia», que se atribuyó alardosamente el cubano Antonio Oliva, práctico de la columna española.
Discusiones aparte, esa muerte del 19 de mayo de 1895 —la única de los mambises en esa fecha— acrecentó ante los ojos de miles la talla del hombre de La Edad de Oro.
«Yo no he conocido otro igual en más de 30 años que me encuentro al lado de los cubanos en su lucha por la independencia de la Patria», aseguró el Generalísimo en carta publicada en el periódico habanero El Mundo, Diario de La Mañana, el 19 de mayo de 1902.
Por su lado, José Ximénez de Sandoval, el coronel que encabezó en el enfrentamiento a los 600 españoles (algunos documentos indican 800) y quien, por azares del destino, despediría el duelo de Martí en Santa Ifigenia, llegó a señalar: «Lo de Dos Ríos no fue una victoria; allí murió el genio más grande que ha nacido en América».
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Después que matan y se llevan a Martí, Emilia Sánchez, esposa de José Rosalío Pacheco, prefecto de Dos Ríos, va corriendo al sitio del hecho, toma un pomo, le echa tierra mezclada con sangre del héroe y oculta el recipiente.
Así, como si fuese una novela, extendida en la oralidad de Dos Ríos, ha quedado en este lugar la manera en que los independentistas hallaron el punto exacto donde fue abatido el más universal de los cubanos.
La leyenda parece tener conexiones con la realidad, pues en sus Memorias de la guerra escribió el general libertador Enrique Loynaz del Castillo que el 10 de octubre de 1895 llegó a Dos Ríos con la encomienda del presidente de la República en Armas, Salvador Cisneros Betancourt, de determinar con información local dónde había caído el Apóstol.
«Nos aproximamos —subrayó Loynaz— al bohío ocupado por la familia del prefecto de Dos Ríos, José Rosalío Pacheco, fanático adorador de Martí. Él me llevó al sitio fatal».
«Vea todavía —expresó Pacheco a Loynaz— la huella del cuchillo por donde arranqué a la tierra el charco de sangre coagulada para guardarla en un pomo».
En ese espacio, entre un dagame seco y un inmenso fustete, a unos 150 metros de la casa de los Pacheco-Sánchez, se levantó una cruz de caguairán y se enterró una botella con un acta.
En el verano de 1896, Gómez, al frente de más de 300 hombres, entre ellos Calixto García, pasó por Dos Ríos. Mandó a remover la yerba que tapaba la cruz y a que cada mambí tomara al menos una piedra del río Contramaestre y la depositara donde ofrendó su vida el Delegado.
Entre los que, conmovidos y solemnemente, desfilaron y levantaron el modesto monumento de piedra se encontraba Fermín Valdés Domínguez, el entrañable amigo del Maestro.
Esas rocas, por fortuna, quedaron fundidas a la base de 16 metros cuadrados del actual obelisco que recuerda al Héroe Nacional. Tal construcción, de diez metros de alto, se concretó gracias a las ingentes gestiones de José Estrada, concejal del ayuntamiento del municipio de Palma Soriano, perteneciente hoy a la provincia de Santiago de Cuba.
Se han manejado varias fechas sobre su inauguración. Hugo Armas, quien tuvo acceso a documentos en Palma Soriano, indica como la más probable la del 19 de mayo de 1922.
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Ahora hay silencio en estos lares, en los que el poeta-soldado vivió sus últimos diez días. El Contramaestre luce mucho menos furioso que hace 125 años, pero de todos modos el visitante puede pintarse aquellas jornadas en las que él contempló las lluvias vespertinas, conversó amistosamente con buenos cubanos, escribió circulares, redactó la conocida carta inconclusa a Manuel Mercado, se bañó con el cariño de la tropa y hasta tuvo un «sueño inquieto».
Más allá de polémicas, él sigue cabalgando en el brioso Baconao y en el corcel de la historia, lleva su revólver levantado, la mirada serena en dirección al sol, el verso presto a remarcarnos que Dos Ríos no fue el final.
Fuentes: La muerte de José Martí: un debate historiográfico, de Manuel de Paz Sánchez (https://publicaciones.unirioja.es); Dos Ríos a caballo y con el sol en la frente, de Rolando Rodríguez (2002); La última semana de Martí, de Gabriel Cartaya López (en revista La Plata, enero-marzo, 1989); Los enigmas de Dos Ríos, de Eduardo Vázquez (en Juventud Rebelde, 17 de septiembre de 2011); Una amistad basada en los principios, de Raúl Rodríguez La O (en Granma, 12 de mayo de 2006).