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Rutas de lágrimas y rencuentros

Dos madres, cuyos senderos coincidieron en algún punto, pasaron pruebas conmovedoras y hermosas cuando sus pequeños fueron ingresados como pacientes confirmados con la COVID-19

Autor:

Osviel Castro Medel

BAYAMO, Granma.— Hay en sus respectivas historias detalles que mueven las entrañas. Relatos que nacieron separados, pero se juntaron en un punto, tal vez para remarcarnos el valor inmenso de la familia, o para demostrar cuánto agita el alma tener que dejar a un hijo al cuidado de otros.

Liliana Fajardo Bárzaga y Mailen Llanos Ross pasaron hace poco por ese trance excepcional, a raíz de sus ingresos en el hospital militar Joaquín Castillo Duany, de Santiago de Cuba.

Liliana vio cómo, después de 26 días de internamiento, se llevaban de alta a Dilan —el primer niño confirmado en el país con el nuevo coronavirus—, mientras ella, aún enferma de COVID-19, debía quedarse en el hospital. Aquel necesario «hasta pronto» a su bebé de 18 meses la desconsoló al extremo, le hizo llorar, pero la llevó a sobreponerse a la fragilidad de sus 19 años.

«Era la primera vez que nos separábamos y eso me rompió la vida», contaría luego, casi con sollozos, desde la casa de su abuela en el reparto 30 de Noviembre, en el municipio granmense de Guisa.

Mailen, por su parte, fue trasladada de Bayamo a la Ciudad Indómita junto a sus dos retoños: Ragnar, de cuatro abriles, y Sofía, quien no tenía todavía cinco meses de nacida. No podía imaginar que en el hospital debería dejar a la más pequeña en brazos de personas que jamás había visto, aunque estaba segurísima de que la atenderían con un mundo de ternuras.

Tras un largo viaje desde Kentucky (Estados Unidos), que comprendió varias escalas, Ragnar había tenido fiebre y eso activó las sospechas en el consultorio médico.

«A los dos días del ingreso él dio positivo, pero nosotras no», narraría esta apasionada madre de 37 años. Fue en ese instante, con el pecho a todo galope, cuando Mailen decidió permanecer junto al niño «porque era quien más me necesitaba»; en tanto en otra sala quedó su criatura menor, cuidada permanentemente por enfermeras.

Ni siquiera podría verla a través de un cristal, pues «cuando subes a la sala de los casos positivos no puedes salir de ahí a nada», relata. Y no existía la posibilidad de enviarla al hogar de sus parientes allegados porque todos habían sido remitidos, como indicaba la lógica, a un centro de aislamiento a 13 kilómetros de la Ciudad Monumento. Por fortuna, a la postre ninguno sería positivo.

Días más largos y temblores

Liliana y Mailen hablaron por primera vez cuando sus duendes amados fueron ingresados en la misma sala del mencionado centro asistencial.

Conversaron de lo humano y lo divino, pero especialmente de la longitud exagerada de los días, que parecían crecer a medida que se acercaba la fecha de la posible alta médica.

En medio de ese panorama, Mailen se maravillaba a menudo con las sorpresas que le enviaba por teléfono, la jefa de sala, Graciela López: las fotos de Sofía.

Cada imagen provocaba un temblor emocional en el pecho, pero era también una confirmación de que su hija estaba en buenas manos, tal como le decían desde las enfermeras hasta el mismísimo director del hospital.

No le hablaron en exceso de la magia amorosa a la que recurrieron para saciar el apetito de una niña, que por su edad necesita alimentos singulares; tampoco de los buenos ardides para calmarle el llanto en las noches. Lo cierto es que la progenitora varias veces la soñó acurrucada junto a su cuerpo, de seguro por el vehemente deseo de verla.

Al décimosexto día, Sofía fue trasladada a la vivienda de sus familiares en Bayamo, quienes ya estaban de alta. Así era menos probable un contagio intrahospitalario. Sin embargo, esa partida alborotaría las ansias de Mailen de salir junto a Ragnar.

Tal deseo se concretaría tres días después, cuando dos pruebas sucesivas dieron negativas al SARS-CoV-2. No obstante, sobrevendría un nuevo susto cuando el niño, ya en casa, hizo febrículas, cuya causa no estuvo vinculada con el virus. Por suerte, todo se redujo a un sobresalto ocasional.

El camino de Liliana fue más complicado. Cuando se vislumbraba el alta médica y sin sintomatología, dio positiva al famoso PCR y tuvo que aguardar por nuevos exámenes. Estuvo 38 días ingresada, 12 de ellos sin Dilan, quien fue encargado al cuidado de su bisabuela, Adelaida Aparicio, y de su tío segundo, Vladimir Bárzaga.

«Él nació en España y vivió todo este tiempo allá, no tenía roce con ellos. No sé cómo pudo adaptarse tan rápido», expondría después esta joven, quien lleva dos años radicada en Madrid.

Esos 12 días en el hospital la estresaron: «Me puse ansiosa, miraba el techo, contaba las horas y no me despegaba del teléfono, que me servía para llamar o jugar», confesó después del alta médica.

También estaba preocupada por su madre, Yanelis Bárzaga, quien vive en España, uno de los países de mayor contagio y letalidad por esta enfermedad. «Ella me dio mucha fuerza en cada llamada… Buhhh, cómo lloramos cuando le dije que me iba a casa».

El recibimiento en Guisa, el 28 de abril, fue transmitido por la televisión y ella ni pudo verlo, porque el tiempo se le consume como agua en llamadas de incontables rincones, algunas de personas que ni conoce, pero que han querido apoyarla.

Novelas enlazadas


Volver a tener juntos a Ragnar y a Sofía emocionó mucho a Mailen. Foto: Rafael Martínez Arias. 

Las novelas reales de Liliana y Mailen tienen algunos asuntos en común. Ambas viajaron con intención de que los suyos conocieran a sus bebés. La primera no había traído antes a Dilan, la segunda deseaba presentar a Sofía y que vieran el crecimiento de Ragnar, pues se había hecho un «hombrecito» después de tres años sin venir.

Es curioso que en ninguno de los dos casos surgieran otros enfermos en el círculo cercano ni en los contactos declarados. Ahora se llaman con frecuencia para actualizarse sobre el estado de las familias y las batallas cotidianas.

«No sabemos cuándo nos iremos, no podemos pensar en eso. Voy a estar buen tiempo junto a mi familia», comenta Liliana.

«Cuando viajé ya estaba la enfermedad andando, tenía el pasaje comprado y me arriesgué, pero no pensé que esto se fuera a complicar tanto. Vine por unos días y mira... no tengo idea de cuándo me iré», expresa Mailen.

Ella mantiene comunicación diaria con su esposo y las imágenes de los niños en el teléfono lo hacen vibrar y suspirar en cada jornada.

Algún día él vivirá ese otro rencuentro anhelado con los tres. También en algún momento Liliana volverá a abrazar a su mamá. Entonces saldrán a relucir otros pormenores y las dos viajeras contarán, seguramente, la lluvia de gestos solidarios y amorosos que recibieron junto a sus niños cada día en Cuba, en la alegría o en la más grave tensión.

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