A punto de un nuevo viaje. Han visto de todo, han sufrido, han llorado en silencio y seguirán haciéndolo. Autor: Luis Raúl Vázquez Muñoz Publicado: 25/04/2020 | 09:27 pm
Ciego de Ávila.— Pedrito, miembro de la tripulación de una ambulancia, terminó su turno de trabajo al amanecer. Había sido una noche, como dicen los de su oficio, «tranquila, pero de madre». No hubo machetazos ni accidentes ni gente infartada. Pero mover a un paciente con síntomas de coronavirus, por muy tranquilo que se haga, siempre genera una tensión fuerte.
Pedrito tenía deseos de estar en casa. Todos los que habían terminado el turno estaban locos por irse, así que completaron pronto las filas para el matutino en la Base Regional Sur de Ambulancias, los brazos a la espalda y, como también dicen, «conectaron el piloto automático» para escuchar los datos de la pandemia en el mundo, Cuba y la provincia; las incidencias de la noche, la organización del día…
Cuando pensaban «romper filas a la velocidad de un cohete», oyeron: «Bueno, ahora vamos a aplaudir». Maquinalmente, despacio, como un autómata, Pedrito empezó a chocar las palmas y preguntó al de al lado: «Oye, ¿por qué estamos aplaudiendo?».
Carlos Hurtado Nápoles (Carlitos), jefe de asistencia médica de la Base, se echó a reír: «Por todo, Pedrito. Por los médicos, por nosotros. Por ti y por las vidas que salvamos».
Toma uno....anécdota de un jefe
«Pedrito y su equipo no sabían nada de los aplausos porque el primer día que empezó la iniciativa ellos no estaban —explica Carlitos a JR—. Por eso los tomó por sorpresa.
«Los ambulancieros aquí viven cada experiencia… Mire, un día ellos llevaron a una enfermera que había vencido el aislamiento. Al llegar a la casa, su niño salió corriendo para abrazarla. Ella lo rechazaba, no podía cargarlo, y el niño empezó a llorar y a insistir. Ella también lloró, pero mantuvo la distancia. El muchachito se calmó, pero en ese tiempo, entre si se calmaba o no, la escena no fue fácil».
Toma dos... a metros de distancia
El enfermero José Manuel Almenares Alemán confiesa: «¿Que cómo es cuando te dicen que debes salir? ¿Cómo te pones…? Mira, tú sientes… No es juego, póngalo ahí si usted quiere: sientes que se te fue el estómago.
«Estás en el hospital, aquí en la base o en el Centro de Aislamiento del Hospital Van Troi, donde están los más sospechosos. De pronto avisan: “Dale, hay que trasladar a uno y parece que sí está cogío”. O “Dale, hay que mover a un confirmado”. Ahí viene el frío: respiras hondo. Aprietas los dientes y nadie imagina lo que tienes dentro… Nadie».
«¿Sabe qué es lo que pasa? —dice el enfermero Alexis Córdova Carmounze—. Este virus se pega por cualquier lugar. Con el dengue dices: bueno, ese paciente tiene fiebre, lo picó un mosquito: hay que correr… Pero este virus, ¿dónde está? El ambulanciero debe tocar a la gente. Cuando llegas a un lugar, ¿vas a estar con aquello de que sí, que no, pero sí?
«No: tienes que meterle cerrado —precisa Alexander García González, chofer-paramédico—. Hay que cargarlos, tomarlos del brazo para que no se accidenten al subir o bajar de la ambulancia. Aguantarlos firme, que ellos no sientan tú preocupación. Luego arrancas y ya, con la policía delante.
«Tú sabes que este es un trabajo de riesgos. No te puedes distraer y ponerte a pensar si me coge o no. Claro, hay cosas inevitables. Cuando llegas a la base, te quedas mirando el carro en silencio y piensas: ¿dónde estará metido ese bicho?».
Toma tres.... baños de seguridad
Después de transportar a cada paciente, las ambulancias se dirigen directo a la base (a la hora que sea) y las «pintan» de hipoclorito: Cada hendija, cada recodo, hasta los guardafangos y las gomas se bañan en la química de la esperanza. Mientras, la tripulación se quita las batas y las echa en un cesto hermetizado, que también recibe su desinfección, y después se dirige a las duchas.
En la base se han tomado varias medidas de seguridad, que se revisan diariamente en los matutinos. Hay que andar siempre prevenidos y revisarlas constantemente, porque el contagio aparece si bajan la guardia. Tampoco se puede olvidar algo: todos son profesionales de la Salud y no pueden ser portadores de informaciones falsas. Deben ver la Mesa Redonda, los partes del país y de la provincia y estar al tanto de los nuevos casos.
Hay otras previsiones: casi todo el mundo anda con un espray. Cuando entran a una oficina, si están conversando, al subirse a un carro, cuando hay un llamado del Centro de Coordinación (el famoso número 104, por el que se reciben todas las solicitudes de ambulancia en la provincia). En todo momento se oye un silbido suave e insistente: el sonido del líquido al salir bajo presión. Una presión que descabeza al coronavirus.
Toma cuatro....preguntas, con sus respuestas de rigor
Con ellos hay otra prueba de rigor: la PCR en tiempo real. Como todos son contactos de sospechosos o pacientes confirmados, a cada momento se someten a un chequeo. Ellos saben que de esas pruebas puede llegar una mala noticia.
No obstante, asombran ciertos detalles de la conducta de estos ambulancieros cuando (después de tomadas las muestras en la boca y la nariz, dos de los lugares donde se aloja el virus) se acomodan delante de Carlitos para responder el cuestionario.
«A tus órdenes, mi vida —se oye en medio de las carcajadas— A ver, pregúntame». «¿Edad?». «47». «Estado civil casado, ¿no es cierto?». «Aclara que fue a punta de escopeta». «¿Sexo?». «Ambos. El que tú quieras. Con cualquiera estoy cómodo». «¿Mujeres?». «Una sola, mi esposa: no inventes». «¿Personas con peligro de contacto?». «Mi mujer, lamentablemente». «¿Quién más?». «Mi suegra, afortunadamente».
Toma cinco....aplausos por una ley no nescrita
Detrás de esa irreverencia está el aguante frente a las contingencias. En estos días los ambulancieros han movido a todo tipo de personas: de adentro y de afuera. De las que agradecen la atención y otras que desprecian lo que han hecho por ellas, incluso salvarles la vida o a su familia sin pedir nada a cambio.
Han tenido que transportar para Camagüey a familiares conmocionados por el luto y la incertidumbre de estar contagiados o no. Vieron a un niño de seis años que viajaba feliz, apenas con una tos, pero confirmado, y la madre del pequeño, que no pudo resistir la presión nerviosa y casi se desmayó al abrirse la puerta de la ambulancia.
«Una vez debimos transportar a una familia completa —cuenta Miguel Pérez Cruz, enfermero intensivista con 37 años de experiencia—. Eran parientes, todos sospechosos, y a esa hora no querían subirse juntos en la ambulancia. Empezaron con un “Tú sí estás infectado y yo no”… Bueno, ¡para qué fue aquello! La suerte es que en los cursos nos enseñan a lidiar con situaciones de ese tipo. Mire (se apunta a la cabeza), mucha sicología. Al final, después de mucho hablar, se montaron; pero óigame, compadre, no fue fácil».
«Le voy a decir una cosa —interviene el doctor Gerinerdo Montes de Oca Morera, jefe de la Base—. Para mí los ambulancieros son héroes. Todo ellos se exponen. Trabajan siete días seguidos bajo un control sanitario constante y después deben permanecer 14 días aislados. Sin embargo, hay otra cuenta. En la medicina intensivista existe una ley no escrita: los diez primeros minutos entre el aviso de una gravedad y la llegada ante el médico son decisivos. Los llaman los minutos de oro. Ahí se puede decidir todo.
«Yo digo que parte de esos minutos nos pertenecen a nosotros. Cuando se escucha hablar de los pacientes confirmados, los que permanecen estables y los graves que se pueden salvar, junto con el número pienso: ¿Por qué están vivos? Por los médicos y enfermeros, es cierto; pero también por los ambulancieros que los pusieron en tiempo en el hospital. Esa es la cuenta calladita que saco. Ellos viven gracias a nosotros y por eso aplaudimos todas las mañanas. Por las vidas que salvamos».
Como todos son contactos de sospechosos o pacientes confirmados, a cada momento se someten a un chequeo.
El aplauso por las vidas que salvaron.
Miguel Pérez Cruz, enfermero intensivista: «A veces el ambulanciero debe tener mucha calma y sicología».
El Centro de Coordinación recibe todos los pedidos, de día y de noche. Fotos: Luis Raúl Muñoz