Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Con el aroma de Vilma

Este 7 de abril cumpliría 90 años la Heroína de la Sierra y el Llano; su impronta es aliento y acicate para las cubanas de hoy

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

Santiago de Cuba.— Fue la niña audaz y amorosa, que compartía lo mismo la experiencia de trepar un árbol que una clase de francés con sus hermanos y vecinos. La adolescente espigada y de maneras elegantes, pero también  estudiosa, amante de las ciencias, especialmente las matemáticas y la resolución de problemas, con una bella voz de soprano y cualidades para la danza, que amaba con la misma intensidad el ballet y el carnaval.

La muchacha transgresora que cuando en septiembre de 1948 le llegó el tiempo de ir a la universidad, escogió entre todas las carreras posibles la de Ingeniería Química Industrial, un terreno por aquel entonces exclusivo de hombres, decía que para contribuir desde su especialidad al futuro tecnológico del país.

La universitaria que hoy pudiera definirse como un ejemplo de integralidad: la capitana del equipo de voleibol femenino, la soprano de la coral universitaria, la joven que afianzó su conciencia política en las batallas por la oficialización de la Universidad de Oriente y el rechazo al golpe militar del 10 de marzo de 1952.

«Nos hicimos muy amigas porque pensábamos igual en muchas cosas —contaría varias veces su eterna compañera de luchas Asela de los Santos—. Pensábamos que las personas valían por sus valores, no por la posición económica y social que tuvieran. A ella no le gustaban las banalidades, las mentiras. Por eso yo creo que después fue tan revolucionaria, porque reunía en ella muchas cualidades».

Como escribiría la hija de otra de sus hermanas de lucha, Haydeé Santamaría, lo tuvo todo para ser princesa: cuna de seda, belleza, inteligencia, pero prefirió recibir una clase de Historia de Cuba de aquel maestro hijo de un ayudante de Antonio Maceo  y ser consecuente con la educación que le dieron sus padres.

«Me tocó hacer en aquellos días», explicaría luego Vilma. Y entonces hizo; tanto, que su huella, intrépida y delicada, aún nos alcanza. Todavía nos parece verla desenvolviendo ardores e ideas en pos de la oficialización de la Universidad de Oriente, el centro de altos estudios que necesitaba la región; irguiéndose decidida ante la noticia infausta de que Batista había tomado el poder: «Ha llegado la hora, queremos cumplir con lo que nos toca».

Imprimiendo y distribuyendo volantes con versos de José María Heredia, «para que la población leyera del clamor de la libertad desde la belleza de la poesía»; retando a la cara a un esbirro sanguinario en una manifestación callejera, en nombre del luto de las madres.

Decidiendo e imponiéndose al dolor ante la pérdida del jefe, del amigo: «le mandé a poner el uniforme con el grado de coronel, la boina sobre el pecho y una rosa blanca sobre ella…»; suavizando jornadas difíciles de monte y guerrilla en las montañas del II Frente con un manojo de viejas canciones cubanas: «Dame un beso y olvida que me has besado; / yo te ofrezco la vida si me la pides…».

Sobrecoge, a pesar del tiempo, su testimonio de jornadas memorables para nuestro devenir como la del amanecer del 30 de noviembre de 1956. «Recuerdo vívidamente cada uno de los pensamientos que bullían en mi mente; la preocupación y ansiedad por Fidel y los compañeros que creíamos arribando a nuestras costas, el cuidado por cumplir eficientemente las misiones a mí encomendadas por Frank y, sobre todo, la intensa emoción que nos embargaba, genuina euforia motivada por saber que aquel día podíamos ofrendar la vida a la Patria».

Con la misma fuerza que enfrentó un ejército en el llano o la Sierra, se levantó contra siglos de discriminación y prejuicios hacia la mujer después del triunfo del Primero de Enero, una batalla más difícil que las propias luchas libertarias. Demostró con su ejemplo que el hogar y la Revolución no eran incompatibles; convirtió en leyes, instituciones, proyectos, sus concepciones acerca de una verdadera cultura de la igualdad y fue el alma de la familia cubana.

Nada le fue ajeno, desde la ropa cómoda y la sillita adecuada que debían llevar los niños en un círculo infantil, hasta cambiar la historia de una bailarina de cabaret discriminada; enarbolar las razones de las mujeres en Revolución en la más encumbrada tribuna internacional, y atender hasta el detalle la última voluntad de un compañero de luchas.

Más allá del tiempo y las nuevas tareas nunca alejó de su corazón a su Santiago natal y guardó para siempre los recuerdos de su casa de San Gerónimo, donde nadie se atrevía a faltar al almuerzo familiar del domingo, y cualquier momento era bueno para conversar de todos los temas. Así crió a sus hijos y enseñó a sus nietos.

Con su andar legó a las cubanas de todos los tiempos un excelso modelo de mujer. Por eso este 7 de abril florece para ella. Hoy cumpliría 90 años la Heroína de la Sierra y el Llano Vilma Lucila Espín Guillois, y el aroma de su firmeza y sensibilidad se multiplica en el gesto de las miles de cubanas que en los más disímiles escenarios increpan a la COVID-19 —como en sus tiempos supo hacerlo ella, contra toda dictadura o discriminación—, seguras de la victoria.

Está en la viróloga sin horarios frente al microscopio, que no tiembla ante el riesgo, dispuesta a descubrir primero para contener la amenaza; en la entrega y valor de doctoras y enfermeras que desde un hospital, un consultorio, un centro de aislamiento, o en diversos países en todo el mundo, plantan cara a la pandemia, sin que falte el gesto tierno, la mirada de aliento.

En la abuela de 80 años, que olvida el dolor en sus manos, abre sus baúles y se entrega durante horas a la confección de nasobucos, para ofrecerlos gratuitamente, a «todo el que lo necesite». En la decisión de las estudiantes de especialidades médicas, que se empinan sobre los temores de sus padres y desandan hoy nuestras calles, de casa en casa, pendientes de aconsejar y descubrir para acorralar cualquier contagio.

Esas, que tal vez sin saberlo, reviven aquella tarde ante la mesa de los Espín-Guillois en que las chicas se atrevieron: «Papá, mi hermana y yo estamos decididas». En la madre, que asume como tarea del momento la protección de sus hijos, su familia, y suma a las rutinas de casa el extremar la higiene, la desinfección de espacios, estirar las provisiones para que nunca falte una merienda en tiempos de aislamiento o revive sus días de estudiante juntos a los niños en la «telescuela» del momento.

«Vilma está hoy en cada una de las tareas que asumen las cubanas, haciendo Revolución desde la sensibilidad y fortaleza que ella nos legó», ha dicho Teresa Amarelle Boué, secretaria general de la Federación de Mujeres Cubanas. Y ese sentir lo refrendan en estas jornadas difíciles y estremecedoras, lo mismo desde la intimidad del hogar que en la fábrica, el surco, el hospital, mujeres de diferentes edades y generaciones.

En el Segundo Frente, donde se jugó la vida, conoció el amor y hoy nos ilumina desde un monolito rodeado de helechos y califas rojas, de seguro recibirá este día las flores y el tributo de las serranas a las que regaló la libertad. Pero especialmente este 7 de abril Vilma será aliento y acicate para el futuro en tiempos de pandemia. Su huella es savia de niñas audaces, adolescentes espigadas y estudiosas; universitarias transgresoras, luchadoras con nombre de Vilma. Y ese será el mejor regalo de cumpleaños.

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