POCOS metros bastan para que llegue la fatiga. El asma bronquial, que en la juventud podía controlar, hoy deviene contrincante cada vez más fuerte. Dámaso González Barbieri inspira aire profundamente. El pecho sube agitado y baja despacio… Los médicos dicen que ya es casi una Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC), pero no quiere prescindir de esa corta caminata diaria.
«Aquí me siento como en un refugio: amparado, protegido. Paso el día en colectivo y tengo todos los servicios y atenciones que en casa se encuentran distantes», manifiesta este septuagenario, seminterno en el hogar de ancianos (HA) Hermanas Giralt, del municipio de Cienfuegos.
Cada tarde vuelve a su morada porque aprecia su autonomía, pero también se siente anclado a la residencia. En una cantina lleva el último alimento del día. Dice que la sazón no es tan buena porque escasean los condimentos, pero la dieta es balanceada, como el candor con que sirven su comida y la de sus 168 compañeros, «siempre a su hora».
Alimentación y control de las patologías son los puntos más importantes en la rutina diaria de 155 centros a lo largo del país a disposición de la población envejecida, que en Cuba ya rebasa más del 20 por ciento.
Para quienes padecen diabetes, hipertensión, cardiopatías o desnutrición por desgaste del organismo, las seis comidas del día son diferenciadas, explica Reina Mercedes del Sol, jefa de Enfermería de este HA cienfueguero. Y quienes no pueden valerse por sí solos tienen asistencia directa a sus necesidades, precisa el epidemiólogo Augusto Suárez González.
Bien lo sabe Miguel Ángel Sibaldi Padilla, de 75 años. Cuando las úlceras lo aquejan, entra en un régimen alimentario especial para mitigarlas, orientado por la nutrióloga. En sus siete años en este centro ha aprendido al dedillo la dinámica del servicio médico, de enfermería y fisioterapia, sus horarios y a quién corresponde cada responsabilidad. Como debe hacer un buen presidente del Consejo de Ancianos.
Las medidas de prevención ante la COVID-19 no caen de golpe sobre las cabezas entrecanas. En audiencias sanitarias presididas por directivos de las instituciones y expertos de las direcciones provinciales de Salud, se les desgaja el asunto, evidenciando cuánto le importan a Cuba sus mayores.
Estas manos saben como salir de cualquier apuro. Fotos: David Gómez Avila
Algunos suelen tener olvidos, se descuidan y transgreden esa distancia prudente que, sin dejar de ser fraternos, evita compartir los virus. «Toca al personal de enfermería advertirlos sobre el peligro de contagio e insistir sobre el lavado de las manos», comenta la jefa de enfermeras cienfueguera y lo ratifican muchos entrevistados por Juventud Rebelde en otras cinco provincias.
No por gusto a estas instituciones se les llama hogar, pues deben sentirse como una casa que ofrece asilo, amor y familia al que no la tiene: «Tenemos limitadas las visitas a museos y otros paseos, pero tratamos de suplirlos con actividades dentro del centro», explicó González Barbieri, a cargo de la atención cultural. El esparcimiento es vital, y si falla se quejan en la comunidad Terapéutica, mecanismo para canalizar sus insatisfacciones.
Ya algunos abuelos se han perdido un juego de dominó, las tertulias entre amigos o una película porque apareció una tos incómoda o una secreción nasal. En aras de precaver los llevaron a la salita de aislamiento habilitada en cada centro «para valorarlos mientras pasa el malestar y evitar brotes de catarro común. Y lo asumen sin miedo porque saben que los vamos a cuidar bien», dice la seño Reina Mercedes.
De lejitos
«Aquí están prohibidos los besitos y abrazos entre novios, matrimonios y amigos», dijo en tono pícaro Dinorah Mendoza Calderón, quien a sus 62 primaveras ha vuelto a enamorarse como una adolescente del «superabuelo», como ella nombra a su esposo de 67 años, Juan Miguel Ruiz Osorio. Lo que no se pierde en el HA más grande del país, el Manuel Ramón Silvas Zayas (con 363 inquilinos, cien de pasadía y 263 internos), son las ganas de reír.
La carismática Clara González Álvarez, de 82 años, llega bien temprano cada día a ese centro agramontino: «Aquí no dejamos que el pánico cunda. Seguimos los ejercicios matutinos con las profesoras Inés Montejo y Walkiria Fernández, y tenemos las charlas de enfermeras y médicos para saber cómo evitar el contagio de esa gripe que anda acabando por el mundo. Luego, a aplicar lo aprendido».
En el Hogar camagüeyano saben que el ejercicio físico refuerza el sistema inmunológico. Foto: Yahily Hernández Porto
Nadie entra a esa institución camagüeyana sin pasar primero por el «área de descontaminación», como le llaman en jarana, y los pacientes de pasadía no tienen autorizada la entrada al área de los internos.
En esta institución se percibe el ambiente relajado de siempre. Vicente Taylor, de 87 años, Evelio García, de 73, y Nancy Díaz, de 74, juegan dominó para enfrentar los malos momentos con optimismo y disciplina: «A nosotros este virus no nos lleva pa’l otro mundo», asegura Taylor, optimista, y Evelio acota: «Pero hay que estar informados y no andar caminando tanto. Es mejor cuidarse para que Cuba pueda ayudar a otros países con sus medicinas, médicos y enfermeras. Nosotros apoyamos cumpliendo lo que se dice».
Para Nancy, la amapola del grupo (siempre con una flor en su cabeza), si la COVID-19 los cerca, los mejores recursos son «el jabón en la bolsa y un pomito con agua de cloro. Y no tocarnos tanto, por si las moscas».
Yuri Emilio Copa Ruiz, especialista en Primer Grado de Medicina General e Integral, dirige este coloso agramontino, donde se extrema la vigilancia con quienes tienen procesos gripales. Incluso prevén abrir otra sala de aislamiento de 14 camas, «para que nada nos coja por sorpresa».
La geriatra y gerontóloga Odalis Rodríguez Esquivel añade: «Les hicimos entender que deben permanecer en el interior del centro porque durante el día estamos rodeados de mucha gente, y hasta las llamadas por teléfono deben limitarse, porque también ese aparato facilita la transmisión».
Cuidar dentro y fuera
La población villaclareña posee el aliciente de ser la que más años vive en Cuba, lo cual supone también un reto para proporcionales cuidados especiales. Son 184 000 habitantes con más de 60 años: el 23,9 por ciento de la población, confirma Mirtha Rosa Hernández González, jefa de la Sección del Adulto Mayor de la Dirección Provincial de Salud.
Aquí tenemos una gran experiencia en la atención a ese sector, lo que sin dudas deviene fortaleza en la actual circunstancia. Como característica grupal, son personas con menor capacidad inmunológica y padecen, casi siempre, de enfermedades crónicas no transmisibles que pueden complicar su estado ante cualquier infección, explica a Juventud Rebelde.
En total, 867 personas residen permanentemente y otros 640 lo hacen de manera seminterna en las 27 Casas de Abuelos (CA) y 15 HA de la provincia. El ciento por ciento de sus trabajadores ya fue capacitado y saben que no pueden asistir con síntomas respiratorios. También se instruyó en los tres hospitales siquiátricos, porque la discapacidad intelectual limita la percepción de riesgo y compromete medidas imprescindibles para cortar el contagio.
Como en el resto del país, se extrema el cuidado de adultos mayores que viven solos, a quienes debe visitar un grupo médico y explicarles que existen guardias administrativas las 24 horas, así que no estarán desamparados.
Donde se oculta el sol
Nidia Acela Silva Almiral tiene 89 años y nunca quiso vivir fuera de su natal Pinar del Río. Su discapacidad cognitiva leve no la deja entender ciertos asuntos, pero dice que aquí está segura y que la Covid-19 es más un riesgo que una amenaza, si se cuidan bien.
Por suerte para ella, vivir en la Mayor de las Antillas hace diferente ese riesgo agravado para los de su edad, porque en países como Italia, ante el colapso sanitario por el nuevo coronavirus la propuesta fue dejar de atender a los mayores de 80 años, según refieren medios digitales.
«A nosotros nos están atendiendo perfectamente, con mucho cariño —cuenta ella—. Yo digo que ni nuestra propia familia tiene tiempo de atendernos así porque están en el trabajo y en muchas cosas a la vez».
Se siente confiada porque «las asistentes nos protegen para que ninguno caiga en ese bache, y nos dicen que en nuestras casas también debemos tomar medidas».
En esta CA para pacientes con discapacidades mentales de Vueltabajo se vela por el bienestar de casi 30 ancianos. Yunaimi Martínez Suárez, trabajadora social del centro, refiere: «Estas personas dependen mucho de sus asistentes para realizar las actividades de la vida diaria. Cuando llegan a la institución les lavamos las manos y luego las sentamos en el portal y los salones, sin hacinamiento.
«En estos días se está limpiando con más frecuencia. A los sillones les pasamos un paño con cloro diluido a media mañana y antes de cerrar, porque es donde más contacto tienen durante el día», explica.
Similares medidas se aplican en las otras 15 Casas y Hogares del territorio, el cuarto más envejecido del país. Miriam Acosta asiste diariamente a la Casa del reparto Hermanos Cruz, en la cabecera provincial: «Aquí me hablan de lavarme las manos más frecuentemente, sobre todo después de ir al baño y antes de ingerir alimento, y hay jabón, hipoclorito y suficiente agua para hacerlo bien. Ah, y nos advierten de no tocar por gusto los ojos, la boca o la nariz».
Sobre las medidas para evitar el contagio con la Covid-19 se dialoga con los ancianos en Vueltabajo. Foto: Zorileydis Pimentel
Juana Arencibia agrega: «Ya no damos besos ni abrazos: nos saludamos de lejitos porque nos cuidan mucho para evitar el coronavirus, y la verdad, me siento muy segura». Por su parte, Argelio González cuenta que en el HA Carlos Castellanos tienen «toda la preparación necesaria por los médicos que llegan a la institución y por el director, que conversa mucho con ellos».
Según Daniel Posada Lóriga, jefe de la sección de Adulto mayor, Discapacidad, Asistencia social y Salud mental, de la Dirección Provincial de Salud, en este territorio el 20,9 por ciento de la población es mayor de 60 años: unos 122 557 ciudadanos, y se cuenta con todos los recursos humanos y materiales para garantizar su seguridad.
Cuando la amenaza de la Covid-19 nos hace volver la mirada a Italia, recordamos El relato de marzo «El enfermero del Taita», del libro Corazón, de Edmundo de Amicis, y sentimos gratitud por los muchos Cecilio que asisten larga y amorosamente a los ancianos en Cuba, como si fueran sus propios abuelos.
Las charlas educativas con los ancianos figuran entre las medidas que se adoptan en Pinar del Río. Foto: Zorileydis Pimentel
Son estrellas
José Argelio Sánchez (91 años de edad) se enorgullece de su trayectoria antes y luego del triunfo revolucionario, y de su trabajo agrícola en las márgenes del holguinero Cerro de Yaguajay. Casi una década atrás se vinculó con el HA Pedro Vázquez, de la Ciudad de los Parques. Él perdió a su esposa cuando el dengue tuvo el primer apogeo en los años 80 y aún se entristece al mencionarla.
Terminada su partida de dominó, Sánchez nos detalla su día a día: «Llego a las siete de la mañana y me voy tras comer en la tarde. A mí me han dado algunas isquemias transitorias que me provocan caídas y enseguida me asisten. “Hará días” me fui al suelo y me cogieron cinco puntos encima de una ceja en el policlínico allá enfrente. A veces vamos a turnos médicos, pero evitamos otras salidas por las infecciones respiratorias.
«Sabemos la situación que atraviesa el país a causa del bloqueo y agradecemos las gestiones de la Revolución para encontrar medicamentos que frenen la COVID-19», opina.
Su contrincante en fichas René Silva (73 años) afirma sentirse seguro en este Hogar, uno de los ocho de la nororiental provincia. Es oficial retirado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y está en régimen interno porque toda su familia reside ahora en la capital.
«Las enfermeras reparten medicamentos en la mañana y la tarde. Eso no falla, y no es solo por la amenaza del nuevo coronavirus. Te los llevan hasta la cama si tienes alguna limitación para trasladarte. Esta gente llega a mimarte. Son cariñosas y nos dan leche dos veces al día», agradece.
A las 11:00 p.m. Silva espera el té caliente, y a descansar. El televisor permanece prendido un tiempo para que sigan lo que ocurre nacional y mundialmente. Por el día se sienta en el parquecito del centro a ver gente de lejos.
«Nos examinan por cada cubículo, y ahora más. Los doctores son unas estrellas, se puede decir; bellas personas que buscan cuanto medicamento haga falta».
Periplo capitalino
Una anciana pregunta qué deseamos, y al decirle que somos de la prensa indica sonriente que nos enjuaguemos las manos con hipoclorito en la entrada; luego ella nos guiará. En ese momento los abuelos reciben una charla por parte del sicólogo que frecuentemente los visita, mientras, con esmero, en la cocina les preparan la merienda.
En la CA número 11 del Vedado capitalino, 49 personas de la tercera edad permanecen desde las 8:00 a.m. hasta las 5:00 p.m. de lunes a viernes, y los sábados en la mañana. «Yo me cuido muchísimo, no solo por mí, sino por los demás. No puede haber un contagio por no cumplir con la higiene», asegura Lilia Gómez Porro, presidenta del Consejo de Abuelos.
Xiomara Wong Téllez y Luis Fernández Valdés expresan estar bien atendidos, sentirse seguros, acompañados, y sobre todo informados de lo que sucede. Ella practica Tai Chi, ese milenario arte de relajación que reduce la ansiedad, ahora fundamental porque el temor a enfermar puede causar daños.
Luis remarca: «Esta Casa la inauguró Fidel con esa visión que tenía de futuro. Hoy somos muchos los de edad avanzada en el país. Hay que agradecerle porque todo lo que hizo y fundó es útil y por eso Cuba es diferente, y su sistema de salud, una garantía».
El trabajador social Erick Rodríguez Rosabal dirige esta CA, donde no faltan desvelos: «Los trabajadores utilizan los medios de protección y tanto el médico y la enfermera del área como especialistas del policlínico Moncada hacen el pesquisaje diario de los abuelos y el personal.
«Si alguien está enfermo no debe venir, sino dirigirse al médico; y si los síntomas comenzaran aquí (que no ha pasado aún), inmediatamente se aislará a ese paciente y se llamará a su familia y a especialistas para que lo valoren».
La licenciada Mariela Benítez González, trabajadora social que dirige la CA número dos en Plaza de la Revolución, coincide en que el vínculo con la familia es esencial. Allí atienden a 21 adultos mayores y explican a sus allegados cómo protegerlos en el hogar y la calle. Ella pasó un seminario en el hospital Manuel Fajardo sobre el nuevo coronavirus y luego explicó detalles a sus trabajadores y abuelos, que son muy disciplinados.
Berta Blanche Díaz es una abuela muy activa. Viene a pie todos los días porque le gusta caminar: «Hay que estar siempre sonriente, elegante, y extremar la higiene. Ser mayor no es sinónimo de estar terminado. Y muy importante: exigir que se nos respete». En casa pide a sus nietos que se laven las manos si tocan a su perrita y antes de comer.
En el HA Alfredo Gómez Genda, de Centro Habana, atienden a 63 adultos mayores en régimen interno y a 25 seminterno. La licenciada en Enfermería Mileisy Evans López, su directora, explica que han limitado las visitas por su seguridad.
«Si les traen algún regalo lo recibimos en la recepción, pero nadie pasa adentro. Y si alguien viene del exterior, hasta 14 días después no podrá ver a su anciano interno. Las familias han entendido; saben que es por su bien.
«Yo vivo aquí desde 2005 y mi novia Genoveva, que tiene régimen seminterno está muy cuidadosa con el asunto del coronavirus. Llegó y se lavó enseguida las manos y tiene su nasobuco, que ella misma hizo para la guagua».
Así cuenta Alfonso Borroto Soa, y asegura estar «informado y atento con las noticias. Aquí nos atienden muy bien, la higiene es extrema. Todos los días vienen médicos y si me siento algún síntoma respiratorio puedo avisar enseguida».
«Periodista —dice sonriente—, quiero aprovechar para felicitar a nuestro Presidente Miguel Díaz-Canel por lo que hizo Cuba con el Crucero. Eso estuvo muy bien», subrayó este hombre de 82 años, que no se deja vencer por el tiempo.
El dominó es lo único que quisieran pegarse. Fotos: David Gómez Avila
Envejecer con seguridad
Actualmente hay en Cuba 155 hogares de ancianos, con una disponibilidad de más de 11 000 camas, y 293 casas de abuelos con régimen seminterno. Para ser atendido en estas últimas es preciso tener 60 años o más, tener autonomía en sus actividades diarias, no poseer deterioro cognitivo avanzado y tener alguna problemática social, como que la familia trabaje y deje a la persona mucho tiempo sola, o haber enviudado en un matrimonio de muchos años, algo que afecta en esas edades de manera especial.