Bayamo, Granma.— Dos recipientes —con agua jabonosa y solución clorada— están a la cabeza del mostrador de El Néctar, por donde pasan cerca de 3 500 personas cada día para comprar batidos, refrescos, dulces y agua. Antes de consumir, varios clientes acuden a los «pomos mágicos», otros pasan de largo, como si no viviéramos en riesgosos tiempos de COVID-19.
«Lo que está para ti viene como quiera», comenta una mujer a la entrada de esta cafetería, conocida como la Casa del Batido. Razonamiento «determinista» que también, por desdicha, defienden otros ciegamente.
«Es una lucha constante, nos desgastamos diciendo que, por favor, se laven las manos y siempre alguien que dice que las tiene limpias o que no hace falta», comenta Rayner Cedeño Montes de Oca, administrador de esa entidad.
Tal batalla parece ser hoy uno de los nuevos platos de la gastronomía en la nación, cuyas precauciones serán fundamentales para contener el nuevo coranavirus.
¿Es posible obligar a un cliente a que se lave las manos? Ojalá fuera disposición oficial, dicen algunos, mientras otros creen que no debe ser ley vertical lo que se supone necesidad moral.
«No existe ninguna indicación escrita que prohíba dar el servicio», dice José Enrique Serrano Mustelier, director de Gastronomía en Bayamo, y subraya que se ha orientado en todos los centros hacer una labor persuasiva extrema. La mayoría acepta, pero cada día aparecen algunos contra la corriente. «Es una lástima que suceda así cuando deberíamos tener conciencia plena del momento en que estamos viviendo».
¿Qué pasaría si nadie adopta, entonces, el buen hábito de lavarse las manos antes de consumir alimentos? Mejor ni pensar en ese escenario. A la heladería Las Torres van más de 3 000 usuarios diariamente y si un tercio deja a un lado las medidas sanitarias, serán cientos los que andarán con probabilidades de contagio propio y ajeno.
¿Cuántos dejan de desinfectarse a lo largo del país por capricho o por ver el SARS Cov-2 demasiado lejos? Cuando este redactor pasó por Las Torres vio cómo algunos ni siquiera miraron los recipientes al lado de la caja donde se hacen las notas con los pedidos y enfilaron raudos a las mesas.
Para Lodisbel Rodríguez Fuentes y José Alexander López Viltres, principales administrativos de ese Coppelia bayamés, se precisa paciencia, hablar con cortesía y no buscar imposición a ultranza.
«Tenemos que informarnos más, tener muchos argumentos, saber por qué el lavado de las manos es fundamental. Eso se aplica a todos, pero de manera especial a los que atienden directamente a la población», señala Lodisbel.
Esta verdad es angular, pues aunque se ha hablado con abundancia sobre la necesidad del autocuidado —y de la famosa responsabilidad individual— nunca será ocioso intentar meter en razón a los incautos, y en eso todas las iniciativas para el convencimiento son válidas: desde la charla hasta el pequeño cartel a la entrada de cualquier unidad. En el Capitolio, principal hamburguesera de Bayamo, hay en cada mesa un cartel informativo, en colores, sobre la COVID-19 y algunas maneras de «ahuyentarla».
«Sabemos que con cartelitos no basta, pero es un grano de arena», dice Odalis Carrillo, jefa de brigada, y tiene muchísima razón: si los dependientes pasillan sin nasobucos, si no se lavan bien los utensilios o no se desifectan las superficies contactadas con suma frecuencia, la «campaña» para que las personas se laven las manos no dará los frutos esperados.
Son justamente los clientes los primeros que deberían exigir esos requirimientos. La lucha contra el virus de corona maléfica es en varias direcciones, «de parte y parte», como decimos muchos en nuestro argot cotidiano.