La ciudad es un sitio sagrado para cada una de las personas que residen en ella. Autor: Frank de la Guardia Rondón Publicado: 14/01/2019 | 06:18 pm
TRINIDAD, Sancti Spíritus.— Heredera de una familia con raíces fechadas alrededor de 1870, cuando su bisabuelo llegó al centro de la isla desde Alemania en busca de engrosar sus bolsillos con los negocios del azúcar y se casó con una descendiente de la pudiente prole Cantero, María Mercedes Méyer Zayas mantiene intacta la vivienda testigo de gran parte de su árbol genealógico.
«Hemos decidido conservar la casona para que no pierda el valor de la época y porque mi familia ha sido muy apegada a Trinidad. Apostamos porque no pierda jamás su valor y sus características peculiares», afirma la estomatóloga de profesión.
Ubicada en la céntrica calle Gloria, número 111, del centro histórico trinitario —que abarca 50 manzanas e incluye más de 200 edificaciones, 83 de las cuales están reconocidas con el Grado de Protección 1— y donde se enfrentan constantemente las indisciplinas y las deformaciones que atentan contra la condición de Patrimonio de la Humanidad, la vivienda construida en la primera mitad del siglo XIX presenta en su fachada un ritmo de vanos muy frecuente en la arquitectura colonial de la región.
Al cruzar el umbral de la casa, un ambiente pretérito sobrecoge cuando se disfruta de sus pinturas murales así como de valiosos muebles y objetos decorativos de las épocas colonial y republicana en perfecto estado, como un fonógrafo que regala aún música y el reloj que con exactitud marca la hora.
«Trinidad es todo para nosotros porque es donde nacimos, crecimos, estudiamos, hicimos nuestra familia y quisiéramos que se mantuviera como hasta ahora», confiesa.
Como María Mercedes, no son pocos los que aman esta villa, cuyo primer asentamiento, según consta en varios documentos históricos, fue en un punto cercano al río Arimao —hoy perteneciente a la provincia de Cienfuegos—, que poco después se trasladó hacia su actual sitio, por lo que no se registra una fecha exacta de fundación y se asume como tal enero de 1514. La fundación se celebra en la segunda semana del primer mes del año; por ello este domingo 13 tuvo lugar una Asamblea Solemne en áreas del parque principal de la localidad.
María Mercedes Méyer Zayas
Centinela del tiempo
Con la misma pasión por mantener intacto los elementos adquiridos por quienes le legaron sus apellidos, Carlos Enrique Gil Lemis es otro trinitario que al abrir su hogar en la arteria Jesús María, número 263, regala un pasado prendido en el presente.
Su casa es una construcción que constituye ejemplo significativo del período ecléctico en Trinidad, por la gran eficacia y calidad compositiva que presenta en cada uno de sus elementos arquitectónicos, razón suficiente para que unido a su perfecto estado de conservación recibiera en 2013 mención en el Premio Nacional de Conservación y Restauración de Monumentos.
«Mi madre nos inculcó que debíamos conservar lo que tenemos. Me gusta mucho la restauración por lo que trabajé en la Oficina del Conservador de Trinidad y el Valle de los Ingenios. Los conocimientos adquiridos allí los he incorporado en el cuidado de la casa», refiere quien cada día retoca algunos de los objetos familiares con raíces en Cataluña.
El quehacer de Carlos, como el de otras muchas familias de la urbe, debería multiplicarse por todos en la tercera villa de Cuba, para desterrar lo detectado en abril de 2018 por una inspección del Instituto de Planificación Física (IPF): violaciones en cambios de fachada, mutilaciones en la carpintería o las rejas, instalaciones de medios técnicos como equipos de climatización y contadores eléctricos en los frentes, cambios de color sin respetar los tonos originales establecidos, carteles lumínicos sin adosar a los muros y crecimiento de plantas en segundos niveles que resultan visibles desde el exterior.
«Pienso que la clave de lo que ha logrado mi familia está en la pasión que sentimos. No ha sido resultado de un día, sino de varios años. Por eso, llaman la atención a quienes nos visitan el estado del falso techo, las rejas, los pisos, la caja fuerte que se usa, la fuente con su conjunto escultórico en metal compuesto por delfines…», describe.
Y es que, como Carlos y María de las Mercedes, a todos los hijos de Trinidad les toca defender con garras y dientes la herencia de 505 años y evitar doblegarse ante las veleidades del consumo y la modernidad que todos los días se asoman sin pudor. No todo puede recaer en la Oficina del Conservador, Planificación Física y la sede del Gobierno local porque la ciudad es un sitio sagrado de cada una de las personas que residen en ella.
«A Trinidad realmente la amo, incluso cuando visito La Habana, por ejemplo, comparo su centro histórico con el de aquí y confirmo que me siento orgulloso de formar parte de esta villa. Pienso que las nuevas generaciones y nosotros debemos crear conciencia sobre la necesidad del cuidado y conservación de una villa que es estupenda», afirma.
Carlos Enrique Gil Lemis
De Tarragona a Trinidad
No exageró el historiador trinitario Francisco Marín Villafuerte al expresar sobre su ciudad que «La historia está unida a las viejas mansiones; y la leyenda las envuelve y aviva, perdurando así en el torbellino de los tiempos».
Un linaje propio que, junto al amor por su actual esposa embelesó a Héctor Civit Contra, español de cuna y trinitario por adopción.
«Soy de Tarragona, una ciudad Patrimonio de la Humanidad, por lo que me eduqué en los preceptos de mantener una arquitectura homogénea. Cuando compré el sitio donde hoy está mi casa, allí todo estaba en ruinas y la levanté trabajando.
«No se trata de una réplica, sino de mantener la misma aura. La idea fue no violentar el concepto inicial, y aprovechar las posibilidades y el uso que tendría. Me propuse vivir como me lo permite esta ciudad», refiere quien funge en la lista de los 86 residentes foráneos aplatanados en la urbe calificada por la doctora Alicia García Santana como «un don del cielo».
Aunque totalmente diferente a lo que tenía antes, Héctor se adaptó de forma natural al bullicio que transpiran las empedradas calles, aunque apuesta por que se haga cumplir lo establecido por la ley, se regule el impacto de los visitantes —miles anualmente— y se ordene la diseminación de trabajos privados en un espacio reducido y muy vulnerable.
«Cuba es un país totalmente diferente, sobre todo por la amabilidad de su gente. Puedes hablar con todo el mundo, por lo que resulta una vida socialmente más rica. En un principio no quiero irme de Trinidad, aunque eso nunca se sabe. Se me haría difícil volver a lo que tenía antes», declara.
Héctor Civit Contra
Enamorada del mar y el monte
Como Héctor, la canadiense Danielle Delorme dejó su tierra natal y cargó sus maletas con destino al centro-sur de esta Isla, enamorada no solo de otro ser humano, sino seducida por la tercera villa de Cuba, definida como especial en uno de los escritos del uruguayo Nelson García Serrato: «ciudad en que el pasado habla, palpita y vive».
«He arreglado mi casa con técnicas antiguas. Lo más importante es salvar el inmueble porque sus paredes y pisos hablan. Trinidad es una ciudad suspendida en el tiempo que supo escapar de la modernidad, tenemos la playa, la montaña y el valle», opina mientras recorre la mirada por los ladrillos desnudos de su cocina.
Desde el segundo piso de su morada, la vista encanta: a un lado el azul del mar Caribe y al otro un verde con un brillo especial que se abraza con las inquietas nubes. Debajo, el bullicio de una ciudad comercial, estremecedora por la cantidad de propuestas musicales y donde en ocasiones se sustituyen las antiguas estructuras por otras carentes de valores culturales y, por ende, de interés turístico.
«Vivo aquí y a diario trato de saborear el presente que es muy difícil de hacer en otro país. Ayudo, con mis modestos esfuerzos, al Conservador a preservar este rico patrimonio, el mágico sonido de los caballos sobre las piedras de sus calles y la limpieza», expone extasiada.
Danielle Delorme