El debilitamiento de los tibaracones a causa de la desmedida extracción de arena puede llevar a la desaparición de esos deltas lineales que actúan como murallas protectoras de gran parte de la ciudad de Baracoa. Autor: Haydée León Moya Publicado: 06/10/2018 | 09:43 pm
BARACOA, Guantánamo.— Como «suena» tan apocalíptica o alejada en el tiempo, es como si fuera exagerado advertir hoy la probabilidad de que, con tantas y constantes agresiones a su ecosistema costero, más temprano que tarde solo sean los libros de Historia o de Geografía los que den fe de que en el extremo oriental del archipiélago cubano, y frente al océano Atlántico, existió una ciudad llamada Baracoa.
Pero las señales están aquí ahora mismo. En el saqueo de esas acumulaciones de arena que la misma naturaleza se encargó de interponer entre el mar y la tierra. En la acelerada destrucción de esos accidentes geográficos de origen fluvial conocidos por tibaracones, en particular los de los ríos Miel y Macaguaní, situados justamente en el contorno de la primera de nuestras villas.
Los estudios que sustentan las acciones de la Tarea Vida, Plan de Estado cubano para el enfrentamiento al cambio climático, confirman el ascenso del nivel medio del mar y los cada vez más potentes y peligrosos trenes de olas en la costa baracoense, lo cual es, ante un evento hidrometeorológico extremo, un peligro potencial para que ocurran desastrosas penetraciones litoral adentro.
Pero parece que no se percibe el riesgo. Sobre este problema, mencionado de soslayo en el trabajo Después no le echen la culpa al río —un reportaje de Juventud Rebelde, del domingo 26 de agosto de 2018—, que en dos partes denunció el impacto medioambiental negativo que podían acarrear las irregularidades evidenciadas en el proceso de demolición de un paso a nivel construido provisionalmente mientras se levantaba un nuevo puente sobre el río Toa, ahora este diario regresa y pisa arenas que son de ese mismo costal.
Miel con sabor amargo
Voy sobre un potente Sinotruk que a su paso por el Miel dispara rocas ovaladas y redondas por los cuatro costados. Durísimos cantos rodados, o chinas pelonas, como les dicen por allá a esas piedras del río que «ya no es el de antes», comenta Rubert Guilarte, el chofer del moderno camión de la industria local de Materiales de la Construcción que gentilmente me da «botella» hasta el quinto paso de la dulce corriente.
Hasta allá va el camionero casi todos los días. Dice que ha dejado en el trayecto cinco juegos de neumáticos en solo año y medio. Mucho menos tiempo del que lleva observando el quebranto del río, «que se ha convertido en un hilo de agua», se lamenta.
Ricardo Suárez Bustamante, especialista municipal del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma) por más de 20 años e inspector ambiental entre los años 2000 y 2016, nos cuenta que destina el 80 por ciento de sus jornadas laborales a la gestión de la reducción del peligro de desastres, por las particularidades físico-geográficas de este municipio, donde, precisamente, tiene el país su mayor reserva de agua dulce, por solo mencionar uno de esos tesoros naturales que es impostergable cuidar.
Asegura que aunque no hace falta que ocurran ciclones para que en Baracoa tengan lugar desastres como consecuencia del elevado régimen lluvioso, las malas prácticas ambientales incrementan el riesgo en ese y otros sentidos.
Mientras avanzamos, el experto esquiva mis interrogantes acerca del empobrecimiento del emblemático río baracoense. Porque, dice, es mejor ver para creer.
Y así llegamos adonde íbamos, a un punto en el que el Miel se une al río Las Minas, a un yacimiento que toma el nombre de ambas corrientes de agua dulce y donde en vivo y en directo se aprecia una de las causas del estrechamiento del río que da vida a la leyenda popular de que quien bebe esta agua se queda en Baracoa para siempre o regresa.
Varios equipos pesados, pero especialmente un gigantesco cargador frontal, empuja una y otra vez su cubo enorme y dentado hasta lo profundo. Quienes extraen o acarrean trabajan afanosamente, y todo el equipamiento parece recién estrenado. Hay mucho apremio por el cumplimiento de un nada discreto plan de extracción de arena.
En ese escenario, Suárez Bustamante explica: «Ese es uno de los problemas, que aunque cuentan con amparo legal, es decir, poseen licencia ambiental y concesión minera, emitidas por el Citma y el Ministerio de Energía y Minas, respectivamente, aquí y en otros puntos la extracción llega hasta el manto freático, ocasiona ruptura del lecho impermeable y, como consecuencia de ello, hay excesiva infiltración del agua, mientras se alcanza nuevamente la saturación de ese horizonte de arena y rocas.
«Es por eso que ha ido mermando el caudal y también el volumen de sedimentos que acarrea el agua para alimentar el tibaracón del Miel», revela el especialista.
Pero esos obreros de la industria de materiales de la localidad no están advertidos de ello. Como nadie les supervisa su labor, siguen echando mano a la obra, aunque, sin saberlo, hace mucho tiempo le están hiriendo el corazón al río, cuya delgadez les duele.
En el trayecto se observan muchas evidencias de extracciones desmedidas, tanto que por tramos se ha desviado el curso de la corriente.
Licencia sin sueldo
De regreso al molino de piedras de Cabacú, de donde partimos, indago con Marino Columbié Soto, director de la unidad empresarial de base (UEB) Industria de Materiales, por qué se sobrexplotan ese y otros depósitos arenosos si desde 2016, luego de una multifactorial evaluación, se decidió otorgar a esta entidad licencia ambiental para utilizar el yacimiento conocido como Miel II, con un potencial estimado para explotar durante 25 años.
El directivo me confirma el dato y agrega que las reservas de dicha cantera se estiman en un millón de metros cúbicos. «Pero no nos asignaron el financiamiento para construir el vial de acceso, el tiempo fue pasando hasta que se venció la licencia ambiental, en febrero de 2017», justifica el máximo representante de la industria de materiales de la construcción en Baracoa.
«Ya están muy empobrecidos los niveles de arena en la primera y la segunda travesía del Miel. Ahora extraemos del tercer, cuarto y quinto pasos, con cierto agotamiento del material, y en este año tenemos un plan de 15 000 metros cúbicos, pero se han flexibilizado tanto las extracciones por el gran movimiento constructivo en el municipio, sobre todo después del huracán Matthew, que se ha convertido en un gran relajo», admite.
En medio de la emergencia de la recuperación tras el huracán, y en una reunión de chequeo de las inversiones a principios de agosto de este año, se decidió que la industria local de materiales de la construcción, extrajera un nivel de arena en playa Cane, pues, según valoraciones del Citma, en esa zona había una excesiva acumulación del árido empujada por el oleaje al paso de Matthew fuera de la franja costera.
Como muestra del caos que aún no cesa, Columbié Soto comenta que «cuando fuimos a realizar la extracción ya otros organismos se nos habían adelantado y, sin autorización alguna, arrasaron con toda la arena del lugar». Mientras esos desórdenes se han ido extendiendo, no parecen estar muy cercanas las perspectivas que los puedan desterrar.
Sucede que en el municipio, el único combinado de áridos existente, y recientemente remodelado, fabrica arena artificial que no satisface ni siquiera mínimamente las demandas, según aseveró el director de la industria local de materiales de la construcción, quien refuerza el criterio de la falta de proyección cuando agrega que «en estos momentos está a punto de concluir el montaje de una instalación similar en la localidad de Maraví, pero no producirá arena artificial».
Esa nueva mala la confirma y argumenta, en el molino en fase de montaje tecnológico, el ingeniero mecánico Vicente Campos Ávila, especialista en Mantenimiento Industrial e Inversiones de la industria guantanamera de materiales de la construcción.
«La línea de este nuevo combinado de áridos está diseñada para producir piedras de 3/4 y 3/8 pulgadas y polvo de piedra», dijo. «Ese material puede sustituir la arena que se emplea en el acabado de las obras, pero es rechazado por los albañiles porque fragua muy rápido y resta calidad a las terminaciones», consideró.
Como para que la gente y los organismos continúen despojando las playas de la bella ciudad, me explican allí que el polvo de piedra que producirán tiene como destino una fábrica de asfalto en caliente casi a punto de concluir su montaje, y que, aunque pudiera ser un buen sustituto de la arena fina mediante un proceso de lavado, esa zona no cuenta con ningún sistema para trasegar agua.
Entonces, ¿de dónde sacar la arena fina?, pregunto al Director de la UEB Materiales de la Construcción. «Bueno, ahí sí estamos enredados. Se coge del tibaracón, como ha sido siempre», admite el directivo.
Más desconcertante es la respuesta de Sergio Samón Toirac, vicepresidente del Consejo de la Administración Municipal que atiende la esfera de las inversiones: «La solución es la arena fina que se producirá en el molino que ya está casi terminado en Maraví, y si a usted le dijeron allí que ese árido no forma parte de la línea de producción, entonces me engañaron a mí, tengo que ver eso porque tenía entendido que era así».
Mientras, allá pegado a la costa y a la ciudad, se «escucha» el lamento del tibaracón. El empuje natural del oleaje marino y de la corriente de los ríos lo debilita, pero lo que lo está matando es la poca afluencia de los sedimentos que lo alimentan, sobre todo la descontrolada y realmente despiadada extracción de arena, un asunto del que se ha hablado mucho.
Y sin embargo se muere
El tibaracón del río Miel es una formación natural impresionante, como un barco gigante sin velas frente a un océano amenazador. Un delta lineal de arena fina en un lugar casi desértico, solitario. Hermoso como una postal nostálgica.
Sobre él y casi pegadas al mar, los pescadores construyen casitas de tablas y guanos, estrechas y largas, a las que llaman vara en tierra, y allí esperan la corriente del Atlántico que trae, entre otros, esos pececillos llamados tetí, todo un símbolo en la cultura culinaria de la primera villa fundada en Cuba por el adelantado Diego Velázquez.
Las huellas frescas del andar de camiones, bicitaxis y carretas me recibieron. Y bajo un pequeño arbusto de uvas caletas de la playa La Pasada, Luis Mario Correa Frómeta, un experimentado salvavidas de esa zona de recreación, dice no mentir cuando afirma que «cualquiera viene y de donde le parece coge un poco de arena, lo mismo a pie con un cubo al hombro, que en coche o bicitaxi. Pero los que más cargan son los camiones de las empresas del Estado, que dejan esas furnias que usted ve por todo esto, y eso es a diario», atestigua quien desde hace casi 20 años vela por la seguridad de los bañistas en la también conocida como playa Caribe.
«Si pusieran multas de esas que se sienten de verdad, o tomaran medidas más severas con quienes están acabando con el tibaracón, se frenara un poco el daño», sentencia visiblemente molesto.
Mientras habla, apunta hacia el Ateneo de la ciudad, ilustra lo que para él es consecuencia de la desordenada extracción de arena en ese lugar: «Entre el mar y aquella edificación grande que ves allá, hace muchos años había una franja de arena o playa, un muro de malecón, una acera con contén y badén, y mire ahora, el mar toca el fondo del estadio», asegura.
Al actualizar la información contenida en un detallado estudio sobre peligro, vulnerabilidad y riesgo de desastre en este tibaracón y en el del río Macaguaní, los más debilitados de los seis existentes en Baracoa, el especialista municipal del Citma en el territorio se refiere a las consecuencias de todas esas agresiones del hombre a un componente de la naturaleza que lo protege de posibles adversidades.
«La franja transversal de esos deltas lineales se ha reducido significativamente, lo que podría ocasionar cambios en la dinámica costera y dramáticas consecuencias para buena parte de la ciudad de Baracoa, en caso de producirse intensas y gigantescas penetraciones del mar.
«También en el tibaracón del Toa el polígono de extracción se ha debilitado tanto que el caudaloso río encontró una nueva desembocadura con un ancho de más de cien metros.
«El hecho de que cada vez más constituyan escenarios críticos de riesgo, ha provocado el éxodo masivo de sus pobladores. En el tibaracón del Macaguaní, antes se asentaban 122 casas, hoy quedan 21, incluyendo ocho viviendas que en carácter de facilidad temporal se construyeron luego del paso del huracán Matthew; mientras que en el del Miel, de 45 enclavadas en su porción este, desde 2003 no habita nadie», detalla el especialista.
Todo ello sucede como si, por el hecho de que el Citma en Guantánamo haya prescindido desde hace dos años de un inspector ambiental estatal, no existiera otra autoridad para frenarlo, o no sea posible aplicar el Decreto-Ley 200, vigente desde 1999, que en su artículo 9 considera contravenciones, respecto a la zona costera y su zona de protección, extraer arena de las playas sin contar con la autorización correspondiente. O el Decreto-Ley 212, que prohíbe, así tajantemente, la extracción de áridos en la zona costera.
Jesús Martín Pérez, delegado del Citma en la provincia, reconoce la ardua labor del especialista municipal de ese ministerio en Baracoa y el reconocimiento de que goza por su contribución a la preservación del medio ambiente, «pero él solo no puede frenar lo que sucede con la extracción de arena en ríos y playas.
«Se requiere por parte de todos los organismos y autoridades involucradas, acciones efectivas que dejen clara la percepción del riesgo que tal práctica implica», aseveró.
«Al Citma a nivel provincial, nos toca seguir asesorando a las entidades, el Consejo de la Administración Municipal», comentó finalmente.
Fotos:Haydée León Moya
Ricardo Suárez Bustamante, especialista municipal del Citma en Baracoa, explica que el problema no es la extracción de arena, sino la manera desordenada de hacerlo.
Toneladas de arena gruesa procedentes del río Miel van a parar diariamente al combinado de áridos ubicado en la localidad baracoense de Cabacú, mientras esa dulce corriente se resiente.
¿Qué son los tibaracones?
Los tibaracones son accidentes geográficos exclusivos de Baracoa y de todo el Caribe insular, establecidos entre el oleaje del mar y la orilla norte de la desembocadura de los ríos.
En su formación, según los geógrafos, fue necesaria la rara concurrencia de varias condiciones naturales, entre las que destacan que en esta parte de la Isla los ríos son cortos y de gran pendiente hidrológica, las llanuras costeras resultan muy estrechas, y el régimen pluviométrico es elevado. También influye en su formación, la existencia de arrecifes coralinos de cresta próximos a las costas.
Según un estudio presentado en el 15to. Encuentro de Geógrafos Latinoamericanos, celebrado en abril de 2015 en La Habana, la sección transversal o ancho del tibaracón del Macaguaní se había reducido de unos 80 metros en la década del 70 del pasado siglo, a unos seis metros en su segmento más vulnerable. Por su parte, el del río Miel que llegó a unos 70 metros en su parte central, alcanzaba unos 30. Actualmente, según fuentes del Citma en Baracoa, debe ser mucho más grave la realidad.