En diferentes puntos de la geografía espirituana resulta familiar encontrar a estudiantes de secundaria básica que viajan solos de un pueblo a otro para ir a la escuela. Autor: Oscar Salabarría Publicado: 11/06/2018 | 07:34 pm
SANCTI SPÍRITUS.— Aun cuando el reloj no marca las seis de la mañana y el sol no acaba de salir, al borde de la carretera que une a las comunidades rurales de Tunas de Zaza con Guasimal, dos sombras parecen estáticas. Ni tan siquiera el zumbido de los insectos espabila la modorra del amanecer.
No obstante, Talía Carrera y Adriana Iznaga, adolescentes de 14 años y residentes en Tayabacoa, un humilde caserío a la vera de ese camino, ya desde hace minutos han hecho suyo, otra vez, el lugar donde son más visibles.
«Los lunes, miércoles y viernes cogemos la guagua de Cagüeira. Los otros días es lo que pase, porque el tren de Tunas hace mucho que no sale. A veces estamos hasta tarde porque los carros vienen llenos y no paran. Desde que empezó la zafra todo se ha puesto peor», cuenta como carretilla Talía, quien sueña con ser veterinaria.
Mientras Adriana, más tímida para el diálogo, ya que prefiere la comunicación mediante los colores y pinceles, asegura que no le gusta llegar tarde a la escuela, pero aunque madrugue mucho más, el problema con el transporte le impide cruzar en tiempo los kilómetros que separan a su casa de la secundaria básica Paquito González Cueto, de Guasimal.
—¿Por qué no te becas?, insiste JR.
—Mi mamá no quiere. Mis amiguitos que están internos se quejan de la calidad de la comida y de que en invierno hay que bañarse con agua fría, responde, casi en un susurro.
Pero esas dos adolescentes no son las únicas entre los 13 412 estudiantes del nivel educativo de secundaria básica que hoy en Sancti Spíritus no se acogen a lo estipulado por el Ministerio de Educación (Mined), de que cuando se reside en comunidades alejadas a los planteles deben formar parte de las matrículas de las escuelas internas. Por ello resulta muy común que en diferentes carreteras de la geografía de esta provincia se observen uniformes blancos y amarillos, sin compañía, a pesar de los contratiempos lógicos que aparecen en los caminos.
La botella, solución obligada
Para la Dirección Provincial de Educación en Sancti Spíritus este asunto no es noticia. Tras la disposición del Mined de cerrar varios centros, ubicados en zonas rurales y reagrupar a sus estudiantes en escuelas internas, con el fin de lograr una mayor efectividad en el proceso docente-educativo, se ha analizado el fenómeno más de una vez, y se han dado cuenta de que parte de la familia.
«Predomina la decisión de no albergarse. Hemos recibido muchos criterios de que resulta un gasto económico excesivo para las familias, a pesar de que todas las escuelas cuentan con las condiciones para que los niños y las niñas hagan su vida allí. Entonces se dan los casos de cambios de dirección para las localidades con centros externos, pero la mayoría no se queda en la casa registrada, sino que viajan diariamente. Por eso resulta imposible saber cuántos lo hacen», explica Yaneysi Berroa Muñoz, jefa de departamento de secundaria básica en la Dirección Provincial de Educación.
Añade que cuando la familia presenta un documento legal que avala su nueva residencia, están atados de pies y manos, porque lo que no puede pasar es que se quede algún estudiante sin matricular.
«También tenemos casos que, aunque están en escuelas internas por presentar certificados médicos, se autorizan a viajar, y aunque no está indicado se les permite que lo hagan en la guagua de los docentes, siempre con la aprobación de los directores municipales», refiere.
Por ello, insiste en que la máxima responsabilidad de que estudiantes adolescentes viajen solos largas distancias, incluso hasta por zonas de difícil acceso, es de las familias.
Luisa Hay Fortiz, con 20 años de experiencia como directora de la ESBU Paquito González Cueto, de Guasimal, sufre diariamente de esa realidad. De una matrícula de 179 estudiantes, alrededor de 50 lo hacen.
«La mayoría son descendientes de familias con situaciones sociales complejas a las que les resultaría más factible que estuvieran en nuestro centro. Igualmente casi todos tienen interés y son muy preocupados, por lo que es muy penoso regañarlos cuando llegan tarde porque sabemos que el transporte está crítico», dice la experimentada educadora, quien asegura, además, que en su centro no se viola el horario. Mas, en las encuestas realizadas con estudiantes de otras escuelas y que viajan, expresaron que los profesores los despiden antes, sobre todo en los días de lluvia.
«Vivimos en una zona donde casi todo el mundo tiene vínculos sanguíneos. Por eso en las reuniones de padres insistimos en que dejen al estudiante en alguna casa de aquí. A veces un docente los acompaña hasta la línea para cerciorarse de que se monten en un carro seguro. Aunque fuera de estos perímetros le toca a la familia, ellos son nuestra responsabilidad», añade.
En un recorrido realizado por algunas carreteras de la geografía espirituana, JR dialogó con varios inspectores del transporte, los llamados «amarillos», quienes aseguraron que no únicamente los estudiantes de secundaria asumen solos el riesgo de la botella, sino que suman con ellos a no pocos de la enseñanza primaria.
«Hay que regañarlos, porque se ponen a jugar de manos; gritan, muchachos al fin… Tratamos de embarcarlos en carros seguros, pero si para un camión grande te das cuenta cuando ya subieron y muchos de esos vehículos van sin seguridad», alega uno de esos trabajadores que prefiere el anonimato.
Deportistas en probeta y prematuros
Otra de las tendencias en Sancti Spíritus es matricular a los adolescentes de zonas intrincadas en la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) Lino Salabarría Pupo, y de esa forma garantizar sus estudios en la capital provincial.
María Torres, vecina de Managuaco, desde que probó esa opción opina que es la ideal.
«A mis tres hijos desde que llegaron a séptimo grado los puse ahí. Para visitarlos no era igual viajar a Banao, donde les tocaba la secundaria, que a Sancti Spíritus. Ahí, además tenían el preuniversitario. Sabía que no serían deportistas, pero les evité que pasaran más trabajo», expresa.
Pedro Torres, con 20 años y vecino de Vega Grande, otra localidad rural del municipio espirituano, en su momento también fue objeto de una decisión familiar similar.
«Hice séptimo grado en la ESBU Ramón Leocadio Bonachea, de Los Olivos, en Sancti Spíritus, pero el viaje acababa conmigo. Daba tanda para levantarme porque llegaba de noche y me tenía que ir de madrugada. Entonces mi mamá me dijo: “Esto se acabó”, y como mis primos estaban en la EIDE para allá me llevaron. Aguanté hasta terminar el noveno porque no me gustaba el kayak, pero era mejor estar ahí por la cercanía a la casa», concluye.
Melissa Pérez, adolescente de 13 años, asegura agradecer la decisión de su familia de mudarse de Tuinucú, localidad del municipio de Taguasco. Atrás quedaron los viajes de madrugada a la ciudad del Yayabo para recibir clases.
«Me tocaba por la dirección de la Esbec Marcelo Salado. Pero eso, además de que está en el medio de un monte, donde cuesta trabajo llegar, no tiene dormitorios y baños con condiciones y la comida jamás es como la de la casa. Además, en las escuelas en el campo pocos son los que cogen las mejores opciones para continuar los estudios», precisa.
En los caminos de la vida
De acuerdo con Yaneysi Berroa Muñoz, de la Dirección Provincial de Educación, en los 40 centros de la enseñanza secundaria no se registran quejas de las familias por los viajes.
«Hoy no tenemos ni condiciones económicas ni cobertura docente para abrir nuevas escuelas. Para responder a las características de cada territorio, lo que se ha hecho es mover, por ejemplo, de centro mixto a ESBU y viceversa», asegura.
Este tema resulta complejo y nos compete a todos, porque la seguridad de la infancia siempre ha sido una de las máximas de nuestra nación.
Cada familia que tenga a uno de los suyos en esta situación debe revaluar los pros y los contras de esa determinación, sobre todo cuando los índices de accidentalidad en Sancti Spíritus parecen estar sin frenos.
Para nadie es un secreto que las carreteras no son sitios seguros para que el futuro y la inocencia de este país viajen solos.