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La música que nos hace sordos

En las consultas médicas comienzan a reportarse a los 20 años padecimientos auditivos que solían manifestarse después de los 50. La «socioacusia», aún sin registrar en los diccionarios, provoca peligrosos ruidos en la salud de los jóvenes

 

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

¿Cuántas veces usted ha escuchado música a través de los audífonos de otra persona? No me refiero a que compartan los auriculares mientras están sentados en un parque o van caminando por la calle. Me explico mejor, ¿cuán frecuentemente usted ha escuchado la música que otra persona disfruta con sus audífonos, incluso siendo estos intraauriculares?

Sucede que, en ocasiones, quienes individualizan su gusto musical y no «obligan» a los demás a compartirlo mediante el empleo de estos accesorios, no tienen en cuenta los daños que le ocasionan a su audición, si el volumen supera la intensidad del sonido considerada, digamos, saludable.

Que estemos a su lado y podamos hasta tararear la canción es el resultado de un exceso en los decibeles de ese sonido, como ratifican muchas investigaciones realizadas recientemente.

Y esa persona que escucha la música a un elevado volumen, y que puede incluso someter a sus vecinos a ello, tal vez ignore que en los últimos tiempos se reportan en las consultas médicas padecimientos auditivos que solían manifestarse después de los 50 años, en quienes apenas tienen 20 años.

La socioacusia, aunque no es un término registrado en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, hace referencia precisamente al ruido al que, de manera habitual y en el entorno social, estamos expuestos sin darnos cuenta.

Cuando nos exponemos a niveles elevados de ese ruido, es decir, a esa contaminación sonora, tenemos altas probabilidades de sumarnos al tercio de la población mundial y a más del 70 por ciento de quienes residen en ciudades industrializadas que padecen algún grado de sordera o pérdida auditiva, provocada por esa razón.

Oye, ¿me oyes bien?

Tal parece que a los seres humanos nos encanta el ruido, porque son muy pocas las ocasiones en las que nos alejamos de él. Sin embargo, aunque nuestra vida se hace cada vez más bulliciosa, la literatura médica advierte que nuestro organismo no está diseñado para soportar el ruido y, por lo tanto, puede activar mecanismos de defensa para protegerse.

Para los habitantes de zonas cercanas a aeropuertos, estaciones ferroviarias, fábricas y otras fuentes emisoras de ruido, puede parecerles no peligroso ese ruido al que se «acostumbran» con el tiempo, que en la mayoría de los casos, supera los 70 decibeles, el límite máximo establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ese «acostumbrarse» es un riesgo porque mientras se aprende a convivir con ese factor ambiental, el organismo tal vez deja de percibir conscientemente el ruido, pero a nivel inconsciente lo sufre.

El especialista en Neurofisiología, Alejandro Torres, del Centro de Neurociencias de Cuba, alerta en torno a esa socioacusia que se multiplica en nuestro entorno y que no está siendo tomada en cuenta, ni siquiera por los que «desde afuera» nos percatamos del exceso de ruido al que se expone otra persona.

La pérdida de la audición no es cosa de viejos, aclara luego de precisar que justo los jóvenes son los más vulnerables a este padecimiento.

La OMS registra que alrededor de 1 100 millones de jóvenes en el mundo, que tienen entre 12 y 35 años de edad, corren el peligro de perder su audición por exponerse de manera sistemática al ruido en entornos recreativos.

Además, subraya Torres, son los jóvenes los que más disfrutan los altos volúmenes de música durante largos períodos de tiempo mientras realizan deporte, caminan, van en una guagua, estudian o simplemente se divierten con amigos.

Un experimento reciente en el instituto Harvest Preparatory Academy, en Ohio, Estados Unidos, arrojó que el 12,5 por ciento de sus 385 estudiantes presentaba una importante pérdida de audición, debido al consumo de música alta, a partir de lo cual les resulta difícil, incluso, oír a sus profesores durante las sesiones académicas. 

Ese sonido que nos resulta desagradable, que no es más que ruido, puede afectar nuestra salud de diversas formas, explica Torres. La OMS lo destaca como la segunda amenaza ambiental con mayor significación, solo antecedida por la  polución.

Por ello, enfatiza el especialista, deben respetarse de manera estricta las normas establecidas para la protección del sistema auditivo de los trabajadores en los entornos laborales en los que es inevitable exponerse a la contaminación sonora.

Sin embargo, y es realmente muy preocupante, no se toma en cuenta a nivel social, tanto como se debería, la puesta en vigor de normas en otros ámbitos para evitar que padezcamos las consecuencias de un exceso de ruido, acota Torres.

Aunque en algunos países, para evitar exponernos a esa contaminación sonora en las ciudades, se ponen en práctica algunas iniciativas importantes, como el empleo de asfaltos absorbentes, limitaciones en el horario para el uso de los vehículos, la supremacía de autos eléctricos, e incluso rodaduras más silenciosas en los neumáticos, ¿quién puede garantizar que quienes usan MP3, Ipod, MP4, teléfonos celulares y otros dispositivos, no les conecten audífonos y excedan, entonces, los decibeles saludables para sus oídos?

No se trata de que reneguemos de los avances y comodidades tecnológicas, refiere el doctor Torres, sino de que nos protejamos de manera consciente de los daños que pueden causarnos. «La audición, si se pierde, no se vuelve a recuperar».

Si además de lo perjudicial de la socioacusia, desde el punto de vista médico, somos capaces de analizar otros peligros, entonces es muy probable que los audífonos se guarden en una gaveta, o que en todo caso, se usen respetando niveles muy bajos de decibeles.

Por ejemplo, ¿cuántas veces no nos hemos «sorprendido» al cruzar la calle y ver que un auto está casi encima de nosotros? No es culpa del conductor, si no nuestra, porque mientras la música inundaba nuestro tímpano, él accionaba el claxon de su vehículo para avisarnos, y nosotros, ni cuenta nos dimos. Si el accidente pudo evitarse al final, respiramos aliviados, pero pudo  haber sucedido lo peor.

Entonces el envejecimiento prematuro de nuestro sistema auditivo y, por consiguiente, la sordera, ya no sería la única preocupación, sino la vida toda.

Para proteger nuestros oídos es recomendable…

•Utilizar audífonos en dispositivos portátiles a un volumen menor a la mitad de su máxima capacidad, y hacerlo también durante un período no mayor a dos horas diarias.
•Reducir el número de aparatos ruidosos que funcionan al mismo tiempo.
•Bajar el volumen de la televisión, la radio, el equipo de sonido y el reproductor MP3.
•No exponerse a ruidos fuertes y en caso de que sea inevitable, usa protección auditiva.
•Marcharse de un lugar si el ruido es muy alto.
•Evitar el uso de bocinas o parlantes que nos inciten a elevar el volumen del sonido.
•No residir en zonas cercanas a fuentes de contaminación sonora severas.
•Respetar las normas de seguridad auditiva en los centros laborales

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