La prédica independentista de Martí conquistó a los tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso Autor: Tomada de CubaEduca Publicado: 21/09/2017 | 06:54 pm
En secreto —con la sabiduría de un oráculo y la paciencia de una piedra— José Martí se puso a diseñar la agrupación que preparara y dirigiera la futura revolución libertadora, y fundara también la república nueva que había soñado.
Concibió y estructuró las Bases y los Estatutos de lo que llamó el Partido Revolucionario Cubano (PRC), documentos que se aprobaron en silencio por los principales revolucionarios cubanos exiliados en Cayo Hueso y Tampa, el 5 de enero de 1892. La constitución oficial se hizo el 10 de abril de ese año, hace un siglo, dos décadas y un lustro.
El carácter radical de tal asociación la transformó en poco tiempo en la promotora de la revolución más democrática y profunda del continente en todo un siglo.
En Martí recayó afianzar y consolidar la unidad revolucionaria indispensable para el combate, aunar voluntades, unificar criterios, explicar la obra y la trascendencia de la asociación creada, vertebrar esfuerzos en torno al común anhelo de la independencia y hacer que los intereses de la patria fueran puestos por encima de los impulsos personales.
No era una agrupación humana con fines electorales, sino un partido de connotación especial dentro del siglo XIX latinoamericano. Entre sus objetivos —aparte de la liberación nacional cubana y auxiliar y fomentar la de Puerto Rico— estaba impedir la expansión de los Estados Unidos hacia el sur y rechazar cualquier vínculo con el Gobierno y la política estadounidenses.
Su estructura era sencilla: una base, los Clubes, y órganos intermedios, los Cuerpos de Consejo. En la cima, un delegado, Martí; un tesorero, Benjamín Guerra, y un secretario, Gonzalo de Quesada y Aróstegui. Pero eso no era todo: la mujer cubana fue clave en las funciones de tal partido y en los preparativos y la lucha de la revolución.
Tampoco se trataba de una agrupación excluyente, sino un frente amplio libertador. El PRC lo integraban quienes apoyaran sus bases y estatutos (por desear la independencia de Cuba y Puerto Rico) y los que pagaran la cotización establecida, sin importar raza, nacionalidad, religión o sexo.
En verdad toda Latinoamérica estuvo presente en las proyecciones del Partido, pues la liberación antillana era para Martí inconcebible sin la libertad efectiva continental.
La base social del PRC eran los obreros de la emigración, en lo esencial los tabaqueros. Y los sectores más débiles económicamente de la pequeña burguesía, en su gran mayoría intelectuales al servicio de Cuba.
Teóricamente la gran burguesía no estaba excluida, pero en la práctica el Partido martiano funcionó —según sus bases programáticas— como el de las masas populares cubanas.
Sirvieron mucho al Apóstol su enorme poder de persuasión y convencimiento, su carisma personal, su historia rebelde temprana, sus relaciones con otros revolucionarios y el respeto total de que gozaba en la emigración.
Hubo asociaciones del Partido en muchos países. Su centro estaba en Estados Unidos, pero se extendió paralelamente por casi toda América Latina, sobre todo en Centroamérica y las Antillas, y también en Europa.
Martí viajó a Santo Domingo, explicó a Máximo Gómez los fines, las proyecciones y las perspectivas del PRC. Los dos acordaron trabajar juntos por la independencia cubana.
Previamente, por solicitud del propio Héroe Nacional, los oficiales de las dos contiendas anteriores (1868-1878 y la Guerra Chiquita), en un gran proceso democrático, escogieron al insigne mambí dominicano como General en Jefe.
El 14 de marzo de ese año 1892, el Maestro fundó igualmente el periódico Patria, y en él dijo que «en Revolución, los métodos han de ser callados, y los fines, públicos».
Sin embargo, no fue en los tiempos de Martí el órgano oficial del PRC, por razones de delicadeza patriótica y de utilidad práctica que aconsejaban no vincular orgánicamente la publicación del líder continental con el Partido que había fundado y encabezaba.
El 13 de septiembre de 1892 Martí, a nombre del nuevo Partido, ofreció a Gómez la dirección militar de la lucha, y el valiente dominicano aceptó, a sabiendas de que, como le dijo el propio Maestro, no tenía más remuneración que «el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres».
Numerosos altos oficiales mambises se unieron a la obra revolucionaria común en Estados Unidos y otras naciones, y Juan Gualberto Gómez en Cuba. En 1893 se sumó al proyecto el general Antonio Maceo con otros grandes jefes independentistas. Así se garantizó la arrancada del combate.
Fuente: «El Partido Revolucionario Cubano», en Historia de Cuba 1492-1898, formación y liberación de la nación, de Eduardo Torres Cuevas y Carlos Loyola Vega, Editorial Pueblo y Educación, 2001. Además, archivo de JR y del autor.