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La paz sigue su marcha irrefrenable

Palabras del Comandante Iván Márquez, jefe de la Delegación de las FARC-EP, en el acto de firma del nuevo Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera en Colombia. / La Habana, 12 de noviembre de 2016

Autor:

Juventud Rebelde

Nuestro saludo cordial al Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez, y por su intermedio, a los comandantes Fidel y Raúl que generosamente ofrecieron su territorio y la logística necesaria para que los colombianos resolviéramos nuestras diferencias; saludo a los representantes de los países garantes, Noruega y Cuba que estuvieron siempre al lado de los plenipotenciarios en los momentos más difíciles y los de satisfacción impulsando contra viento y marea los avances de la Mesa; saludo a los “ángeles de la guarda” del proceso de paz, como denominara Roy Chaderton a los acompañantes de la República Bolivariana de Venezuela y de la República de Chile. A nombre de Colombia, gracias por ayudarnos durante tanto tiempo a encontrar la senda de la reconciliación y la paz. Gracias por su inmensa solidaridad.

Doctor Humberto de La Calle y representantes del Gobierno de Colombia

Compañeros de la Delegación de Paz de las FARC

Compatriotas:

Hemos trabajado de manera incansable día y noche para entretejer en un solo cuerpo de consenso los elementos del nuevo acuerdo final sobre el que empezaremos la edificación de la paz estable y duradera para Colombia.

En el día de hoy, como resultado de la inquebrantable voluntad y decisión de las partes, de su perseverante búsqueda de una solución política a la dilatada confrontación armada, presentamos a la nación colombiana el nuevo Acuerdo de Paz DEFINITIVO, que preferimos llamar el ACUERDO DE LA ESPERANZA, poderoso instrumento para la democratización del país y para la materialización de los derechos de la gente.

Han sido semanas de arduo trabajo, de audiencias sucesivas, de ejercicio humilde de escuchar con interés y respeto, de interlocución con el más amplio espectro del movimiento social y político, y de las iglesias. Han sido semanas de muy difíciles pero fructíferas conversaciones con la delegación gubernamental que han permitido reafirmar la vocación de paz y reconciliación de un país, al tiempo que han posibilitado comprender y aclarar dudas e inquietudes razonables de diversos sectores de la sociedad, y también desvirtuar tergiversaciones y falacias respecto del acuerdo suscrito el pasado 26 de septiembre en la Ciudad Heroica, Cartagena de Indias.

El resultado del plebiscito del 2 de octubre produjo un impacto, que además de atascar los mecanismos de implementación previstos, pusieron en serio riesgo cinco años de esfuerzos en la búsqueda de la reconciliación.

Pero para fortuna de millones de compatriotas, la paz sigue su marcha irrefrenable, IRREFRENABLE. Las espontáneas y multitudinarias movilizaciones sociales de apoyo a la paz activadas por la juventud, las numerosas manifestaciones de organizaciones sociales y populares, de partidos y movimientos políticos, y el reiterado acompañamiento de la comunidad internacional, nos incitan pensar que se ha iniciado el gran cambio histórico hacia una sociedad auténticamente democrática, pacífica y justa.

Los resultados de octubre también nos llevaron a pensar en sentido más reflexivo acerca de los límites de la democracia liberal y de la regla mayoritaria, particularmente cuando esta se establece bajo las condiciones de mayúscula abstención y cuando están de por medio decisiones de semejante trascendencia, como las que conciernen a la posibilidad histórica del buen vivir y en paz para las nuevas generaciones.

Recordamos, en ese contexto, nuestras visiones de democracia discutidas en la Mesa, que apenas alcanzaron a ser recogidas de manera muy parcial en el acuerdo sobre “apertura democrática”. Y reforzamos nuestras certezas acerca de la necesidad de luchar por nuevos entendimientos, diseños y procedimientos democráticos que trasciendan el simple sufragio, a fin de garantizar una verdadera participación social y ciudadana en los asuntos que inciden sobre la vida nacional.

Aún en condiciones de esa precariedad democrática, en la medida en que accedimos al procedimiento de refrendación plebiscitaria en la búsqueda de la paz deseada, entendimos que pese a la débil mayoría, teníamos el compromiso político de aceptar el resultado adverso y de atender las múltiples voces que lo habían propiciado, distinguiendo entre aquellas que manifestaban preocupaciones sinceras por un nuevo y mejor acuerdo, y otras que tenían la pretensión de erigirse en obstáculo para el logro del propósito superior, aunque dada la coyuntura se cobijaran también con el manto y el discurso de la paz.

Comprendimos mejor, entonces, el sentido del pluralismo y de la diversidad, de los intereses particulares y de grupos y sectores específicos del conglomerado social, que —en medio de la conflictividad que es inherente al orden vigente— merecen respeto y reconocimiento. El mismo que demandamos hacia nosotros.

Así es, que, en atención a ello, nos dimos a la tarea, junto con el Gobierno Nacional, de reabrir la discusión en la Mesa de La Habana, para considerar -—con el rigor exigido por las circunstancias— todas y cada una de las propuestas de precisión y ajuste del acuerdo suscrito el 26 de septiembre, bajo el entendido de que se trataba de un perfeccionamiento de lo ya convenido, teniendo en cuenta lo manifestado por todos los sectores políticos y sociales que participaron en un plebiscito cuyos resultados no debían comprenderse como una negativa al acuerdo de paz, sino como un llamado a su mejoramiento.

Aunque la X Conferencia Nacional Guerrillera refrendó el texto de un acuerdo que para nosotros ya estaba cerrado, comprendimos la importancia de reformularlo con un mayor consenso que incorporara muchas voces que estuvieron ausentes durante el proceso de conversaciones, y que incluso habiendo dicho No tienen su sentimiento del lado de la reconciliación.

Somos conscientes de que la posibilidad real de desatar la potencia transformadora de los acuerdos descansa sobre su legitimidad política y social. Por tal razón, nos produce una inmensa satisfacción anunciar que al tiempo que el nuevo Acuerdo alcanzado preserva la estructura y espíritu del primer acuerdo convenido, incorpora un sinnúmero de ajustes y precisiones, que recoge observaciones y nuevas propuestas de redacción, que formula aclaraciones y despeja dudas donde se consideró necesario. Por ejemplo, en materia de Jurisdicción Especial para la Paz se incorporaron no menos del 65% de las propuestas provenientes de los diversos sectores que votaron NO en el plebiscito; casi el 90% de las iniciativas referidas al polémico tema de género; y algo más de 100 variaciones que tocan los temas concernientes a Reforma Rural Integral, Participación Política, Nueva política antidrogas, Víctimas, Fin del conflicto e implementación y verificación.

Al respecto, de nuestra parte hemos cedido, incluso extendiendo fronteras que nos habíamos trazado, desplazándolas hasta los límites de lo razonable y aceptable para una organización político-militar cuyas armas no fueron vencidas; que acudió por tanto a la mesa de diálogos a una negociación y no a un proceso de sometimiento; y que ha tomado la decisión de participar en la vida política legal, si se cumple un conjunto de condiciones que lo hagan posible.

Le decimos a la sociedad colombiana que hemos realizado nuestro mejor esfuerzo por responder a los anhelos de paz, y podemos afirmar con la frente en alto que hemos cumplido y que al nuevo acuerdo, el único camino que le espera, es su implementación, teniendo en cuenta que con él quedan sentadas las bases para comenzar una tarea aun más difícil y compleja: la construcción de una paz estable y duradera, a la que esperamos se puedan sumar, con nuevos aportes, fruto de su negociación, los compañeros del Ejército de Liberación Nacional, y que toda la institucionalidad del Estado, el poder Ejecutivo, el Congreso de la República, la altas Cortes, la Fiscalía General de la Nación, las Fuerzas Militares y de Policía, asuman su respaldo.

Con el nuevo Acuerdo Final se generan condiciones para iniciar el difícil proceso de la reconciliación nacional, propósito que compromete a las diferentes clases sociales, al empresariado nacional, a los sectores medios de la población, a la clase trabajadora urbana y rural, a los intelectuales y artistas, a los trabajadores de la cultura, a las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes, a la comunidad LGBTI, a las mujeres y hombres del común, y desde luego a nuestros guerrilleros, que con expectativa han estado en paciente y disciplinada espera; y también a todos los partidos y movimientos políticos y sociales.

La firma de este nuevo acuerdo debe dar inicio a la construcción del país de la concordia que llevamos en el corazón y con el que hemos soñado durante toda la vida. Pero el solo acuerdo no es suficiente, porque un papel florecido de promesas y buenas intenciones, sin veeduría ciudadana, fácilmente puede ser arrastrado por el viento de la desidia hacia el desierto de la nada y la frustración de la esperanza. Lo reiteramos: el principal garante del cumplimiento y la implementación de los acuerdos, además del componente internacional, es el propio pueblo y sus organizaciones, porque nadie mejor que él puede sentir la urgencia de su concreción, porque toca con su dignidad y su derecho a vivir en paz.

Está triunfando la paz, no lo dudamos. Nos sentimos orgullosos de que Colombia siga siendo referente mundial de paz.

Reiteramos el llamado que hiciéramos con el Gobierno a concertar con todas las fuerzas vivas del país, “un gran ACUERDO POLÍTICO NACIONAL encaminado a definir las reformas y ajustes institucionales necesarios para atender los retos que la paz demande, poniendo en marcha un nuevo marco de convivencia política y social”.

Es tiempo de paz; de despliegue de una contienda política que admita, sin el ejercicio estructural de la violencia y el recurso de las armas, la existencia de diversas visiones de sociedad y en la que se pueda luchar por ellas por la vía democrática. Que la contienda se traslade al campo de las ideas enarbolando en lo más alto de las conciencias, la bandera de la verdad y de la honradez.

Que nadie trunque los sueños y las esperanzas de millones de almas. Hagamos de la paz una condición estable y duradera sobre la base del respeto a los derechos del pueblo y la justicia social. Nuestro futuro está fuertemente ligado al derecho a la tierra, a la salud, a la educación, a la vida digna, para que nadie en Colombia recaiga en la desesperanza. Ha llegado el momento de la construcción de sueños y de darle vida a la esperanza mediante la lucha política, llenando nuestros corazones del más inmenso amor por la patria.

Con la voz del tribuno del pueblo Jorge Eliécer Gaitán, digamos una vez más: “Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio...”.

Que renazcan, entonces, de la luz de este Acuerdo de Paz, las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia para que invadan con su amor y reconciliación todos los rincones de este gran Macondo que es Colombia.

Amamos la paz, amamos a Colombia. Que Dios y el comandante Manuel Marulanda Vélez, bendigan este acuerdo.

Muchas gracias.

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