Ahora que los delegados al 7mo. Congreso del Partido ya han llegado a casa, y el cansancio comienza a ceder ante la agitación de jornadas bien intensas, se abren y revisan, como las propias maletas del viaje, las experiencias de una cita que es punto de partida y, al mismo tiempo, expresión de continuidad, de flujo en movimiento, de fibra corriente.
Si hubiese que definir de modo ágil lo que nos deja este evento, más allá de erigirse en una aguda plataforma programática, sería razonable ubicar, como franca ganancia, el hecho de compartir puntos de vista de toda naturaleza, y el interés vivenciado y manifiesto por los sobresaltos de una realidad social que es cada día más diversa y compleja, algo que se manifestó sobre la base de la comprensión y el logro de un consenso que integró los hilos de discrepancias legítimas, para seguir cimentando la unidad.
Para Cuba, que no ha dejado de desplazarse durante todos estos años, han quedado trazadas otra vez las coordenadas para responder a determinadas urgencias y complicaciones, en términos tanto económicos como ideológicos, por las que pasa la consecución y el avance del proyecto de país. Se tuvo meridiana claridad de los riesgos de todo tipo que emanan hoy desde nuestro ámbito más doméstico y de los que comprenden también a toda la especie humana, como lo apuntó Fidel cuando afirmó que el peligro mayor que se cierne sobre la Tierra deriva del poder destructivo del armamento moderno que podría socavar la paz del planeta y hacer imposible la vida humana sobre la superficie terrestre.
Hubo madurez de pensamiento, pero de pensamiento activo, intolerante a la queja estéril. Se conocieron historias descollantes por sus particularidades y hasta por sus formulaciones exitosas; pero se trataron también hondos problemas, todos con un acento responsable para que ahora volvamos a la base con herramientas, no solo para la operatividad, sino también para la mejor táctica con la gente, pues como alertó Raúl, la Revolución jamás encontrará solución a sus dificultades si anda de espaldas al pueblo.
Y todo ello fue posible porque el Partido, autocrítico y visionario desde sus propias esencias, volvió nuevamente a fundir las más genuinas tradiciones que lo sostienen, con la fidelidad para con el futuro, ateniéndose de manera invaluable al principio, sostenido como letra viva en nuestra Carta Magna, de que él constituye la fuerza rectora y de vanguardia de la sociedad cubana.
A este Partido que, sin llegar a suplantar funciones no le puede ser ajeno nada, le cabe el orgullo de la experiencia y la autoridad moral que acumula en sus líderes y dirigentes, de las que se nutren, cual ejemplo fecundo, las nuevas generaciones, que de manera progresiva van inyectándole bríos a su fuerza militante como muestra de prolongación renovada de los mismos valores. Hoy, lejos de establecerse rompimientos, se dan fusiones que abren nuevas posibilidades de hacer en conjunto.
A quienes aspiraron o creyeron, bien lejos de la fe en el socialismo, que este Congreso sería una estación de rupturas, como si algún día la fuera a haber, les cuesta trabajo creer en la continuidad, vista cual potente fuerza que, como la energía misma no se destruye, sino que se transforma.
Pero Fidel, que sigue siendo Fidel a sus casi 90 años, estuvo allí para despejar cualquier tipo de dudas y ponderarnos el legado eterno de las ideas, ante tantas voracidades imperiales disfrazadas de «buenas intenciones».
Por ello, ahora que hemos vuelto a casa y que las experiencias comienzan a compartirse en el trabajo o en el barrio, el Congreso amerita cobrar un nuevo inicio, en el que ha de interpretarse lo discutido y analizado a base de acciones que favorezcan un cambio paulatino y necesario, siempre con precisión de orfebre, porque nuestro tiempo es preciso y el desafío, alto.