El paisaje siempre sorprende en las cúspides de una Isla con muchas bellezas naturales. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:21 pm
Descubrir a esta Isla contemplándola desde sus alturas más sobresalientes, allí donde habita el silencio y la belleza en un exquisito contrapunto, constituye un privilegio tremendísimo que no siempre se tiene. Tampoco todos los días se encuentran aventureros dispuestos a desafiar cuanta dificultad o cansancio suponga llegar a una cima.
Pero hay edades en las que uno lo intenta y crece amando ese tiempo, como dijera el poeta. Sí, porque desde lo más alto de una colina, desde esa estatura física en la que todo parece pequeño, con ese verde policromático que define el verdadero paisaje de las lomas y montañas de nuestro archipiélago, se alcanzan también dimensiones simbólicas que filtran sueños, que edifican y agigantan el espíritu.
No importa que los años sean 15 o 30, 28 o 45, como cumplirá el próximo 6 de diciembre la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM), cuyos miembros, a lo largo y ancho de todo el país, decidieron ascender hasta puntos bien crecidos de nuestra geografía, en busca de esas inspiraciones que aleccionan, a las que JR se suma con este apretado anecdotario que recoge lo vivido en algunas provincias.
Las nubes y el Turquino
Partieron cargados de bríos, sueños, expectantes, poco después de las 3:50 de la madrugada del pasado 14 de noviembre. Les retaba el Turquino, la mayor elevación cubana, con sus 1 964 metros sobre el nivel del mar, su paisaje de ensueños y su estela de historia.
Desde que conocieron que vivirían aquella experiencia sus neuronas de adolescentes comenzaron a acelerarse por la emoción de poder realizar el sueño de vencer la mayor altura cubana.
No siempre hay aventureros que desafían cuanta adversidad suponga llegar a una cima.
Iban dispuestos a desandar esas sendas que conocieron del paso de guerrilleros y supieron de las hazañas de bisoños de otros tiempos en naciente Revolución. Así, camino a la hazaña salió de Las Cuevas, en la costa sur santiaguera, la columna de 45 muchachos. Acompañados por un historiador, un biólogo, dos guías y personal de salud, partieron anhelantes, a pesar de que la gran mayoría enfrentaba el recorrido por primera vez.
El frío y la brisa de la madrugada les darían la bienvenida en aquel viaje singular, en el que se sumergían, cual divertidos descubridores, entre bromas, caídas y manos solidarias.
Todo: el Paso del Cadete, el de las Angustias, cada piedra, cada árbol, cada trillo, la tierra húmeda, la neblina, les parecía segmento de la más pura arqueología, tan alejada de sus días de tabletas y celulares.
La rica fauna de zunzunes, helechos rojos, flores y grandes rocas, el reencuentro con la historia en su propio escenario, fue la mejor gratificación para el cansancio, las incomodidades de los cambios de presión, el fango, los farallones.
Por eso, cuando después de recorrer más de diez kilómetros loma arriba, sobre las 11:30 a.m., pudieron abrazarse ante la imagen del Maestro en la cima del Turquino, hasta aquellos que pensaban que no llegarían, coincidieron en que valió la pena.
Gratificante, inolvidable, histórico, concordarían los participantes, a pesar de que solo 35 lograron llegar hasta lo más alto.
Josefina Prospert, estudiante del Instituto Preuniversitario Urbano Rafael María de Mendive, cuenta que cada momento de dolor, de agotamiento, de fatiga, tensaron su voluntad, pusieron a prueba sus capacidades físicas y estrenaron la solidaridad que solo aparece en momentos difíciles.
Con la neblina pegada al rostro, emprendieron entonces el descenso poco después del mediodía del pasado sábado, sin duda la parte más difícil de la faena. Habían colmado un sueño. Se habían hecho a sí mismos un regalo de vida inolvidable.
Tocando caballete de casa
Apenas el sol estaba espabilándose y el bullicio usual que nace cuando se reúnen varios jóvenes despertó la falda de la montaña que tiene su punto más alto en Caballete de Casa, un estratégico paraje fomentense, testigo de la lucha de liberación en 1958, en el Escambray, a más de 650 metros sobre el nivel del mar.
«El asunto no es cosa fácil», alertó Yasser Mario, quien ya conocía lo intimidante que es no divisar la cima por lo tupido de la naturaleza y la neblina que se empecina en ocultarla.
Pero nadie apagó la alegría y comenzaron una travesía, que desde su propia arrancada, convocó la ayuda de los más avanzados para que nadie se quedara varado en el camino. Bien lo sabe Rocío Toledo, quien temerosa de su epilepsia, necesitó de las manos de unos cuantos cuando las fuerzas parecían perdidas.
Tan naturales como el propio entorno de la montaña, nacieron inmediatamente las risas, los cuentos, las bromas y las canciones que amenizaron la subida de los espirituanos a uno de los parajes en los que estuvo el Comandante Guevara para vencer al ejército de la tiranía a finales de 1958.
¿Cómo se pudieron sortear los obstáculos de la naturaleza y el enemigo? ¿Qué hizo el Che para dominar el asma, cuando a cada paso parece que el oxígeno se agota?, se preguntaron muchos.
Para los que ya conocían el camino, esta vez, el fango y el cruce de riachuelos «correntones» hostigaron aún más la marcha. Pero nada impidió que todos llegaran al lugar donde los combatientes del Frente de Las Villas, guiados por el Che, prepararon el terreno con la construcción de instalaciones rústicas como enfermería, cocina y anfiteatro para alistar a quienes se incorporaban a la lucha.
Justo en el punto más alto, cuando las nubes parecen más alcanzables, Edilén, Talía, Lianna María, Roberto Carlos, Luis Manuel, algunos de los jóvenes que ascendieron, confirmaron que la experiencia es agotadora, pero oxigenante.
Después de la sección de fotos y la visita a cada rincón de Caballete de Casa, comenzó el descenso, que tampoco resultó tarea fácil. Unas cuantas caídas, a semejanza de fichas de dominó, hicieron que el camino redujera su distancia.
Cerro joven
Apenas hubo tiempo para descansar. Por suerte el sol no castigó demasiado. El camino era escabroso, como si nadie recorriera esos trillos desde hace más de un año.
El Cerro de Cabras, la elevación más alta del municipio de Pinar del Río y de las pizarras del sur, se tornó joven este domingo. Unos 50 caminantes, muchos miembros de la FEEM, apostaron por ascender los más de 300 metros sobre el nivel del mar de este lugar. Hubo piedras que rompieron zapatos, pero lo más importante era llegar a la cima.
Subieron juntos estudiantes de las diferentes enseñanzas. Hasta una pionera quiso acompañar a su hermano, y una niña de preescolar no dejó solo a su papá.
Hubo de todo: a campo traviesa una parte, un guía que se perdía a ratos y un campesino que indicó la dirección correcta. Flores y guayabas al borde del camino. Vegetación abundante en una parte del trayecto y escalada de verdad en otra.
A los pies quedaba el veguerío y el horno de carbón, el riachuelo y un perdiguero que conoce estos sitios. Se cae uno, vomita otra. Los hombres tienden la mano, la niña va en los hombros y la pionera le da su mochila al hermano, pero todos suben. Nadie queda en el ascenso. Dos horas después de iniciado el periplo bastaron para estar en la cima.
Un grupo de jóvenes recibieron allí el carné que los acredita como miembros de la UJC de manos de miembros del Buró Provincial de la organización.
Nadie quiere bajar tan rápido. Se hacen fotos y comparten la merienda, hasta los almuerzos, pero el frío comenzó a arreciar. De regreso algunos desafiaron el agua de la montaña y se sumergieron en el río. «¿Y cuándo volvemos, profe?», dice uno de los alumnos, mientras propone: «Pero a acampar».
Sin darnos la cuca
Al Pico San Juan también le llaman La cuca, y no precisamente porque dé ese calambre en el camino a su cima de 1 140 metros sobre el nivel del mar.
Montaña arriba quedaron este sábado limitaciones personales, enfermedades, miedos, cuando cerca de 50 alumnos de la FEEM de Cienfuegos subieron hasta ese elevado punto del Escambray. Unos iban vestidos de pantalón y camisa, acordes para el monte; otros portaban pesqueros, blusas de tirantes y camisetas, y algunos escogieron short y chancletas para subir más cómodos.
A Marcial González Hamat no le importó subir y bajar todo el camino, de 12 kilómetros de ida y vuelta, para ayudar a quienes tenían un paso más lento. Este muchacho de 25 años, quien apenas unos días antes había donando plasma y sufre de una leve hipertrofia ventricular, es del tipo de los líderes que quiere la gente.
La travesía culminó con canciones y la evocación a quienes hicieron del lomerío cubano un escenario de luchas por y en defensa de la independencia. Con ánimos todavía tras el descenso, visitaron una de las cuevas escondidas en la montaña. Y de regreso les esperaba una rica caldosa, con todo el sabor picante que siempre llevan las buenas celebraciones.
Hay edades en las que uno lo intenta y crece amando ese tiempo, como dijera el poeta.