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GUANTÁNAMO.— Jóvenes soldados de la Brigada de la Frontera, Orden Antonio Maceo, ratificaron que no fue en vano la sangre derramada por el primer mártir y militante póstumo de la UJC en las FAR, Ramón López Peña, el 19 de julio de 1964, mientras cumplía su misión de custodiar el perímetro fronterizo con la base naval norteamericana instalada aquí contra la voluntad del pueblo cubano.
En la ceremonia de evocación del 50 aniversario de la muerte del tunero de 18 años, combatientes tan jóvenes como él, oficiales en ejercicio y fundadores del otrora Batallón Fronterizo, patentizaron que «donde cae un revolucionario nace la convicción de no rendirse nunca ante el imperialismo». Así lo expresó el primer teniente Emilio de la Paz López, dirigente juvenil de una unidad de esa institución armada.
El coronel Luis Lores Moreira, jefe de la Brigada de la Frontera, visitó, junto a funcionarios del Partido, la UJC, combatientes en activo y fundadores, la tumba del mártir en el cementerio San Rafael, en la ciudad del Guaso, y una escultura enclavada en el mismo sitio de la entrevista individual a López Peña, el 15 de julio de 1964, como parte del proceso de inserción a las filas de la UJC.
De la autoría del joven sargento Yordanis Escobar, la obra, hecha con ferrocemento a relieve, recoge a los protagonistas de aquel momento en que Ramón López Peña defendió su anhelo de ser un comunista, a la vera de un vetusto guayacán cerca del cual crece uno nuevo, expresión de la continuidad generacional de la Revolución Cubana.
