La modernización capitalista no es más que la imposición de una homogeneización occidentalizante que provoca una pérdida de las identidades, baja autoestima y problemas sociales, entre ellos la aparición y proliferación de pandillas juveniles y el consumo de drogas, se dijo en el Festival. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 05:42 pm
QUITO, Ecuador.— Un festival es una fiesta de pensamiento, un intercambio de propuestas, una convergencia de ideas y voluntades, una manera de pensar el mundo que quieren los jóvenes. Por eso no es casual que por estos días Quito albergue tanto debate, tantos escenarios en los que se discute cómo construir un futuro de paz, sin abusos ni amenazas, en el que más allá de nuestras diferencias todos seamos iguales, tengamos los mismos derechos, las mismas posibilidades.
Desde estas coordenadas en las que el diálogo y la comunión de intereses se tornan centro de la agenda, jóvenes de varios continentes esgrimen sus argumentos en contra de la discriminación, la xenofobia, el chovinismo nacionalista y las posturas fascistoides, así como aquellas políticas públicas que no favorecen a los sectores sociales históricamente preteridos.
Según datos ofrecidos durante el encuentro por la Secretaría Nacional de Gestión de la Política de Ecuador, los jóvenes de entre 15 y 24 años son el 18 por ciento de la población mundial, pero representan a su vez el 44 por ciento de los desempleados. Por esta situación no les queda más opción que conformarse con integrar sectores informales de la sociedad, o emigrar de sus países de origen a otras latitudes en busca de mejor suerte.
El delegado francés Maximiliano Dudel refirió la importancia y la necesidad de contar con espacios intercontinentales como esta cita juvenil, que abran sendas hacia la participación social, ciudadana y política. «Se requieren escenarios donde primen el respeto a las diferencias, el diálogo y la búsqueda de alternativas que enriquezcan aquellos proyectos que apuestan por democracias participativas con planes de desarrollo comunitario, como el del presidente ecuatoriano Rafael Correa.
«Podemos cambiar el mundo. Y para eso debemos combatir los comportamientos egoístas, las arbitrariedades, los tratos injustos y excluyentes, que en algunos lugares se acentúan. Nos corresponde pensar en acciones que aglutinen y movilicen, para que las personas o los Estados que alientan la división entre los pueblos no nos vean como grupos aislados».
El ecuatoriano Pedro de Jesús subrayó que para quienes vienen de la resistencia indígena al colonialismo y saben de la defensa del agua en la región andina y en la Amazonía, así como de levantamientos y movilizaciones con el objetivo de derrocar a Gobiernos corruptos, se hace cada vez más urgente trazar estrategias de lucha emancipadora, estrategias que ayuden a la edificación de Estados plurinacionales, en los cuales se apliquen políticas públicas no excluyentes y se asuman mayores responsabilidades frente a la diversidad cultural y social de la población.
«Estemos conscientes de que existen fenómenos provocados por la modernización capitalista que afectan a la población joven tanto en la ciudad como en el campo. La relación con el mercado se ha vuelto un peligro y una amenaza al mismo tiempo. Además de explotar irracionalmente las riquezas naturales, muchas inversiones generan empleo temporal, y ese trabajo asalariado, que no brinda ninguna garantía, provoca disgregación en las comunidades, desarticulación».
Añadió Pedro de Jesús que «hay que tomar en cuenta también los múltiples problemas que involucran a los jóvenes, la mayoría provenientes de la modernización acelerada que impulsan las grandes potencias y organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, con el fin de beneficiar a las compañías transnacionales. Ese cambio, sin que tenga sus bases en lo que demanda el hombre en sociedad, ha generado que casi todo tienda a caer en el inmediatismo, en el consumo que anula y banaliza los referentes culturales, al mismo tiempo que destruye costumbres identitarias que por siglos han cohabitado armoniosamente con la naturaleza».
En su llamado, el delegado ecuatoriano alertó contra el uso de la tecnología por el capital y no siguiendo los intereses de los pueblos, y enfatizó que «no podemos ser ingenuos. La modernización no es más que la imposición de una homogeneización occidentalizante que provoca una pérdida de las identidades, baja autoestima y problemas sociales, entre ellos la aparición y proliferación de pandillas juveniles, el consumo de drogas, sentimientos de indiferencia en torno a la realidad social y familiar. Por causa de todo ello, muchos jóvenes se pierden en los dramas de la marginación y son utilizados por traficantes y empresarios corruptos».
Hacia un nuevo mundo sociocultural
Luego de escucharse criterios como estos, y también algunas discrepancias, hubo consenso en que las prácticas políticas de las juventudes progresistas del mundo deben conducir hoy hacia un nuevo orden sociocultural y una gestión pública que no dé cabida a la discriminación étnica, de género, generacional, racial, la xenofobia y otras formas de intolerancia.
Para ello —se coincidió también— hace falta reconocernos y construirnos colectivamente, con un enfoque alternativo que vincule varias culturas, con un protagonismo de la juventud que vaya más allá de la protesta, que rebase la indignación. Urge la formación de nuevos liderazgos y, con estos, una elaboración participativa de programas de Gobierno que sean contrabalanza del neoliberalismo y el capitalismo.
El debate, en el que intervinieron personas de varios continentes, ayudó a superar —según plantearon algunos panelistas— el muy común equívoco de creer que los conceptos de multiculturalidad y pluriculturalidad son sinónimos de interculturalidad, o que significan lo mismo.
Para Nicolás Papademetriu, de Chipre, la primera de estas definiciones, si bien reconoce la existencia de diversas culturas que conviven en un mismo espacio, no considera las relaciones que se tejen entre ellas y, por el contrario, las muestra dispersas y segregadas.
De modo convergente varios asistentes caracterizaron lo intercultural como una realidad en construcción, una meta política, ya que se trata del resultado de prácticas y acciones sociales desarrolladas por sujetos políticamente situados. No es una simple coexistencia, sino una convivencia en la que se dialogue y se cuente con visiones diferentes del lugar en que vivimos.
El ecuatoriano Pedro de Jesús insistió en el valor de conocer mejor las formas de pensar de los blancos, mestizos, indígenas, afrodescendientes, asiáticos, árabes y africanos, como una condición a la hora de entender y ver la interculturalidad. «Hay que debatir cada tema sin miedo a nada, hay que vencer las barreras geográficas y de los idiomas, hay que compartir las opiniones, que no tienen por qué ser necesariamente idénticas».
Alienta ser testigos de las maneras en que los jóvenes identifican los obstáculos y a los adversarios que, desde el poder, practican la discriminación y la exclusión. Se plantean alternativas, y trazan nuevos rumbos. Y discrepan para, finalmente, ponerse de acuerdo, porque buscan un mundo mejor, un mundo inclusivo, pacífico, diverso.