A su paso departen con familiares de protagonistas de aquel precursor suceso. Autor: Lisván Lescaille Durand Publicado: 21/09/2017 | 05:38 pm
Salto.
Dicha grande…
Arriba por piedras, espinas
y cenegal... Ladeando un sitio,
llegamos a una casa. Dormimos cerca, por el suelo.
ARROYO HONDO, GUANTÁNAMO.— Plomiza, cae la tarde destilando olor a tierra tras una fina llovizna. Desde las entrañas de un espeso monte asoma la Bandera cubana, erguida en la vanguardia de una tropa, que entre vítores y voces retumba en las inmediaciones del parsimonioso caserío.
A muchos les toma por asalto el arribo de los ruidosos forasteros. En cambio, la extrañeza se desdibuja cuando saben que los caminantes transitan por la manigua que desbrozaran José Martí, Máximo Gómez y un grupo de patriotas desde Playitas de Cajobabo hasta Dos Ríos, entre el 11 de abril y el 19 de mayo de 1895.
Traen sed y cansancio lógicos de una marcha de siete días y más de 150 kilómetros hasta este pequeño batey, en las proximidades de la ciudad de Guantánamo. Los 20 jóvenes del Oriente cubano que reeditan la epopeya martiana han bebido ríos de historia; tanto que las páginas del diario del Apóstol les parecen mucho más vívidas, cercanas y emocionantes.
Contra todos los demonios
Comemos naranja agria, que José coge, retorciéndolas con una vara: «¡Qué dulce!». Loma arriba. Subir lomas hermana hombres.
Trayecto difícil de Los Ciguatos hasta Yuraguana. Recorren de un golpe casi 35 kilómetros, a ratos por empinadas cuestas, a veces por llanos con el sol castigándolos todo el día.
Arrecia la fiebre de Danay Almand Solano, una de las dos féminas que hacen la ruta. Aún se le siente acatarrada y está bajo tratamiento médico por una faringitis que le sobrevino camino a Los Calderos, en las serranías del municipio de Imías. Pero supo sobreponerse a la fiebre, a los dolores musculares, y otros demonios atrapan al cuerpo en ese escabroso trayecto.
Pese al agotamiento, Danay tiene la convicción de que llegará junto al resto de sus compañeros. «Me inspira la oportunidad de recorrer los mismos lugares transitados por Martí; saber qué sintieron el Apóstol y los demás patriotas que lo acompañaban; hablar con campesinos descendientes de aquellos hombres que los ayudaron; conocer qué les contaron a sus hijos y familiares sobre el paso del Héroe Nacional», afirma Danay, vicepresidenta del Movimiento Juvenil Martiano (MJM).
La muchacha, que igualmente se desempeña como profesora de Historia de Cuba en la escuela del PCC en Granma, confiesa haber aprendido muchos detalles de la epopeya martiana, que podrá compartir con sus alumnos, además del crecimiento espiritual que supone «compartir, hacer amistades, saber de la vida del hombre de campo y comprobar la máxima martiana de que subir lomas hermana hombres».
Lo evidenciamos mientras superábamos el alto de Pavano —agrega la joven—, una pendiente de varios kilómetros que se escala por angostos trillos al borde de un precipicio. «Ese trayecto lo cumplí con fiebre de 38 y medio, y fueron muchas las atenciones de los muchachos, siempre preocupados, ayudándome con la mochila, al igual que a mi compañera de travesía, e incluso esperando a quienes se desplazaban más lentamente».
Confiesa Danay que el día más feliz fue la víspera del 13 de agosto, a la espera del cumpleaños de Fidel en el municipio de Manuel Tames, que celebramos al calor de una fogata y con una caldosa. «Sentimos que él guía nuestros pasos por la Ruta Martiana», expresó.
Escenario de mambises
«¡Qué bonito es un tiroteo de lejos!», dice el muchachón agraciado de San Antonio, un niño. «Más bonito es de cerca», dice el viejo… Murió Alcil Duvergié, el valiente: de cada fogonazo, un hombre; le entró la muerte por la frente.
Como una experiencia formidable que engrandece el alma califica su expedición por la Ruta Martiana, Félix Manuel Carlobaraujo, de 31 años de edad, que dirige el MJM en Holguín. «Tenemos una oportunidad excepcional: poder intercambiar experiencias con parientes de personas que conocieron a Martí. Por ejemplo, con familiares de Francisco Pineda, un campesino que apoyó a Martí y su comitiva; conocimos al bisnieto y a la nieta de Pineda; fuimos al cementerio donde reposan sus restos.
«En Arroyo Hondo tuvimos un emotivo encuentro con Bernardo Pérez, nieto del capitán mambí Modesto Pérez, nativo de este lugar, quien supo anticipadamente que el Ejército español pretendía emboscar a Martí y sus hombres en este sitio y con su oportuna intervención evitó que se consumara el plan.
«Aquí evocan con orgullo la figura del coronel Arcid Duverger Lafarge, veterano de la guerra de 1868, quien muriera precisamente en el cruento combate de Arroyo Hondo, donde los generales José Maceo, Pedro Agustín Pérez y otros mambises llegaron a enfrentar a los españoles que pretendían aniquilar la avanzada martiana», diserta el joven Félix Manuel.
«Con esta caminata estamos bien cerca de la historia; conocemos nuestras raíces, aprendemos de nuestros héroes y trasladamos su legado a la vida diaria para elevar nuestros conocimientos. Nos hacemos más hombres, desarrollamos la tenacidad para conseguir un propósito y reafirmamos lo que significa «revolución»: no cansarse, no desistir, continuar a pesar de las dificultades con un pensamiento, con convicciones, remata Félix Manuel.
Salimos 20 y llegaremos muchos más
A formar, con el sol. A caballo, soñolientos. Cojea la gente, aún no repuesta. Apenas comieron anoche. Descansamos, a eso de las 10, a un lado y otro del camino. De una casita pobre envían de regalo una gallina al «general
Matías», —y miel. De tarde y noche escribo, a New York, a Antonio Maceo que está cerca e ignora nuestra llegada.
La crisis de asma repite por tercera vez en la anatomía de Vismar Núñez, dirigente juvenil en Bartolomé Masó, en Granma; mas ello no acalla la voz ni el espíritu del entusiasta expedicionario, que según dice es «el encargado de las pachangas, las bromas, la cocina y las maldades del grupo». Cuenta Vismar que a veces duermen a la intemperie en hamacas, colchones, en círculos sociales, salas de televisión, en casas que les ofrecen en las comunidades en construcción, o a la orilla del río, próximo a los campamentos de la Ruta Martiana.
Sin embargo, remarca, se siente ante un verdadero curso de verano, porque es como vivir la historia calcada de los libros; es la mejor manera de aprenderla, teniendo fe de lo que vivieron nuestros héroes en campaña.
Henry Azahares Leyva, uno de los más imberbes entre los caminantes, tiene una idea fija: «Llegar hasta el final». Naturaleza e historia los acompañan en un recorrido permeado por la alegría de ese equipo y la sabiduría de la gente a su paso.
«Aquí no se rinde nadie», es la máxima. Salimos 20 y llegaremos mucho más, porque se suman jóvenes en los tramos de la marcha.
Esta es la décima ocasión en que Orlenys Leyva sirve de guía a personas que hacen la ruta. Antes la hacía solo en los siete campamentos dentro del municipio de Imías. Ahora tiene muchas expectativas, pues llegará a Dos Ríos, «con o sin zapatos; esta tropita está muy animada. Subieron el Alto de Pavano con tanta energía que me motivé a seguir con ellos».
Mientras uno supera, como el Che, los ataques del asma, otra lidia con la fiebre y el de al lado pelea con los latidos de una caprichosa muela, todos empiezan a acostumbrase a los rigores de la caminata por escarpadas montañas de gloria, formando parte de una expedición que busca y encuentra valores en quienes se hicieron al monte por la independencia definitiva de los cubanos.
(Todas las citas son del Diario de Campaña de Martí)