Santiago de Cuba, domingo 26 de julio, noche de carnaval y mañana de la Santa Ana. Una parte de la ciudad baila cuando en cierta medida «el músculo duerme y la ambición descansa», como reza el tango antiguo. La hora del ataque al cuartel Moncada se proyectó para las 5:15 a.m. Pero minutos antes el convoy comando se enfila por la avenida Garzón. Las armas en la mano. El corazón al galope. Las mentes fijas en el noble empeño de que no se derrame ni una sola gota de sangre. Los dos primeros autos del grupo de Abel Santamaría Cuadrado van rumbo al Hospital Civil Saturnino Lora y siguen adelante.
El que ocupa Raúl Castro Ruz continúa la marcha para alcanzar el Palacio de Justicia, es decir, la Audiencia santiaguera.
La máquina que guía Pedro Marrero Aizpurúa, donde va la vanguardia inicial del asalto a la segunda fortaleza en importancia del país, aminora la velocidad, dobla por la avenida Moncada y se encamina hacia la posta tres.
Junto a Marrero va Jesús Montané, y pegado a la ventanilla Renato Guitart. Detrás, muy apretados, de izquierda a derecha, Pepe Suárez, Ramiro Valdés, José Luis Tassende, Carmelo Noa y Flores Betancourt.
Fidel detiene por segunda vez el Buick que maneja con sumo cuidado, en la avenida Garzón, para dejar que el primer auto entre con cierta distancia en la calle que lleva directamente a la posta tres del cuartel, que necesitan sorprender a todo riesgo, sin disparar un solo tiro.
Hay que dar un breve tiempo al grupo de vanguardia que dirige Renato Guitart para neutralizar a los centinelas, despejar oportunamente la entrada y facilitar que el auto que viene en segundo lugar —el de Fidel— pueda entrar en el campamento, seguido del resto del convoy.
La calle desde la avenida Garzón a la posta tres tiene aproximadamente cien metros de largo y ocho de ancho. Montan guardia tres soldados con fusiles, al mando del cabo Isidro Izquierdo Rodríguez, hermano del comandante José Izquierdo Rodríguez, jefe de la Policía en Santiago.
Segundos antes salen dos soldados con un sargento, quienes integran la guardia volante de esa posta principal, en la dirección en que viene el carro de la vanguardia de los asaltantes, que —muy concentrados en sus propósitos— pasan por el lado de los tres militares hacia su objetivo.
Surge una azarosa e inesperada coincidencia: El carnaval había aflojado la disciplina en el inicio de la acostumbrada ronda militar, y a esa hora no tocaba la salida de la moto con la «posta volante». ¡Desagradable e impertinente «vuelo» en tierra que no debía escenificarse a esa hora exacta allí.
Los revolucionarios, bien entrenados y ya psicológicamente preparados para el asalto, no se inquietan, pero los tres guardias, al ver sus uniformes y galones de sargentos, por un lógico y natural reflejo condicionado, se ponen en atención y después se vuelven para verlos llegar a la posta de entrada al cuartel.
Esta casualidad hizo fracasar el factor sorpresa, que hubiera sido esencial en la toma del cuartel Moncada.
Fuente: El Grito del Moncada, Mario Mencía, pp. 545 y 546. Tomo II, Editora Política, La Habana, 1986.