Adriana Pérez, esposa de Gerardo. Autor: Cortesía de la fuente Publicado: 21/09/2017 | 05:25 pm
No saca cuentas. No piensa en los años que ha vivido, ni cómo. Así se salva, lucha, no se detiene. Cada mañana siente que puede lograr todo lo que se ha propuesto para esas escasas 24 horas, y avanza en el calendario. Cuando se pregunta si alguien puede borrar los últimos 14 años de su existencia, ella sabe que existe solo una respuesta. El NO se le atraganta.
Cuando Adriana Pérez O´Connor cierra los ojos, puede ver a su esposo. Ve a Gerardo moverse de un lado a otro, lo ve exactamente en la posición en que se recostaba para hablar por teléfono, del modo en que levantaba los pies para ver el televisor, puede verlo llegando del trabajo, conversando con su mamá, abrazándola… Todo eso está ahí y llega la calma.
Allí, en ese espacio íntimo, él no es el Héroe de la República de Cuba, del que tan orgullosa se siente. Allí es el hombre del que se enamoró hace 26 años. El artista que ha sabido esculpir el matrimonio desde la creatividad para sentirse el uno parte indisoluble del otro.
Más de la mitad de sus vidas juntos, es mucho tiempo. Catorce años injustamente encarcelado por salvar a cubanos y estadounidenses del terrorismo, también. Pero Adriana, cual Penélope de estos tiempos, no teje; lucha y se entrega todos los días al hombre que la enamora a cada instante en las más difíciles condiciones.
«Esto no es un compromiso político, esto es un compromiso de amor. Yo siento que lo que estoy haciendo es por algo que vale la pena, por algo que merece mi sacrificio», asegura con voz firme.
Ellos se presienten
Si en el tiempo que Adriana dedicó a conversar con los lectores de JR, Gerardo la hubiera llamado, habría sabido que ella estaba en un lugar cerrado, con alguien más en el salón. Estos dos seres se han visto forzados a desarrollar el oído para no perder ni un solo detalle de sus vidas.
«Por el tono de voz uno sabe cuando está molesto, o tiene determinada carga, aunque no te lo diga. Uno lo aprende, como si desarrollara un sentido que le falta o fuera un sexto sentido… Por la vibración de la voz puedes saber cómo están las emociones. Las conoces y te las conoce», apunta y sigue, despojándose despacio de esa coraza con la que seguramente se viste a diario en el intento de salir ilesa de sus 24 horas.
«Es increíble, Gerardo sabe si estoy durmiendo —eso es más fácil—, si hago dos cosas a la vez, si donde estoy hay un televisor, si en la casa hay alguien. Si es un lugar cerrado me dice: “¿Tú no estás en la calle, verdad? Suena hueco”».
Para ella, como han madurado juntos a pesar de la distancia y siempre han mantenido una excelente comunicación, han desarrollado el sentido de la telepatía, como la que describen las madres cuando, sin que nadie les diga, presienten que sus hijos no están bien.
«Hay momentos en que yo he sentido necesidad de Gerardo —aunque necesidad de él tengo siempre—, me refiero a una necesidad mayor, de su presencia, su voz; y de pronto él está ahí. Lo mismo ocurre al revés. Hay días en los que él ha estado pensando exactamente lo que yo estoy haciendo».
Cuando Adriana «le pone voz» a Gerardo, de alguna manera, él está más cerca. La ternura firme con que ella comenta los diálogos sabidos de memoria, le permite sentir al hombre de carne y hueso, condenado por el Gobierno de Estados Unidos, aun sin una sola prueba, a dos cadenas perpetuas más 15 años de prisión.
«Nos ha pasado que yo le digo:
—¿Oye, Gera, tú hoy no te sentías bien?, y él no me dice ni sí ni no, solo me pregunta:
—¿Por qué?
—Ah, no sé, hoy pensé que tal vez tú no te sentías bien o que te estaba pasando algo raro.
—Si tú supieras, estoy con un poco de coriza.
Contar que muchas veces ha tenido la razón, deja al descubierto la añoranza: «Y a lo mejor hacía solo un día que no hablábamos. Porque de momento te encuentras con que nos decimos algo y uno de los dos salta: Casualmente yo estaba pensando en eso, o casualmente te acabo de escribir eso.
«A veces me dice: Mi reina, ¿tú leíste tal cosa en el periódico? —Sí, Gera, lo estoy leyendo ahora mismo».
Esas cosas les pasan todo el tiempo a Gerardo y Adriana.
Gerardo todo
Como Washington le ha negado en estos 14 años la posibilidad de visitar a su esposo, la voz de Gerardo se ha convertido en un elemento cardinal. La voz que la halaga, que le dice piropos, que la mima…
Todavía recuerda espantada que, cuando lo detuvieron en el 98, pasó más de dos años de absoluto silencio. Los Cinco estuvieron 17 meses en confinamiento solitario, en el hueco, y no fue hasta el 30 de diciembre del 2000 que él pudo llamarla por primera vez. Fueron 12 minutos.
Ese día, recuerda, «empezamos a escuchar la voz igual que siempre, a sentir el ánimo igual que siempre, las mismas preocupaciones… Nos dimos cuenta de que todo había estado como dormido, pero latente ahí. Como los conocimientos, que afloran cuando escuchas de ellos. A partir de ahí la comunicación fue mucho más fluida, un poco más frecuente, con todas las limitaciones que impone la cárcel».
Para que entendamos mejor el drama diario y el por qué de la importancia de la voz, se detiene en lo difícil de la comunicación y los mil inventos para hacerla lo más efectiva posible.
«El máximo de una llamada son 15 minutos. Ellos cuentan con 300 minutos al mes y tienes que pagarlos. Aunque tengas el dinero no puedes tener más de 300 minutos. Si está castigado, encerrado por lockdown de la cárcel, ese tiempo no es acumulativo. Uno puede sacar una cuenta rápida, son diez minutos al día… Se podría pensar, bueno, no está mal para saludarse… pero no. Son 300 minutos para hablar con el resto de la familia, con los abogados y cónsules… realmente es muy pequeño el margen.
«Uno busca anotar los detalles que quieres contar, hay momentos en que te centras en la relación o en detalles generales: ¿cómo tú estás, cómo te sientes, qué estás comiendo, te dieron alguna asistencia médica, qué hiciste hoy, cómo está el día, hiciste ejercicios, está lloviendo, está nevando?... Y tratas de establecer una comunicación ajena al reloj, pero sin lograrlo del todo, porque tú no puedes dejar de estar pendiente de que debes decirlo todo en breves minutos».
Sonríe levemente por primera vez en el diálogo, como si reviviera lo que cuenta:
«Gerardo es el más creativo. Siempre busca una chispa humorística… él es quien controla los minutos de la llamada por un cronómetro, para que así la computadora no le tumbe el minuto o se lo cobre si nos pasamos unos segundos».
«Creamos mecanismos, como hablar siempre lo necesario… Me dice cosas bonitas, halagos, siempre trata de mantenerse arriba anímicamente. A veces nos damos instrucciones, recados: “tú tienes tal información, mándamela; llama a fulano… Llama a la niña tal, este es el número, y dile que yo no he podido escribirle. Pero que lo haré en cuanto pueda”».
—¿Y cuando hay malentendidos?
—Cuando hay malentendidos te quedas con la insatisfacción esperando que él te llame, porque nunca puedo llamarlo a él. Pero tratamos de evitarlos, porque nos roba tiempo. Hay cosas que uno deja en el tintero para, el día en que nos encontremos, poderlas conversar. No tienes tiempo para descargar o para pelear… La llamada es para el romance, tipo novios, enternecidos hablando de cualquier bobería… así.
«Aunque hay parte de la campaña que necesita tiempo y tienes que contarle adónde fuiste, con quién te reuniste, a qué medio le diste la entrevista… si hay un comentario en la calle…».
Después de todo, el enigma de la voz de Gerardo subyace. ¿Será la voz lo que más la enamora? Adriana lo aclara con naturalidad.
«No. Es Gerardo en sí. Una voz, sin todo ese espíritu, sin todo ese optimismo, sin todo ese amor, no sería importante… La voz es lo que tengo hoy, pero me encanta oírlo reír, Gerardo tiene una sonrisa lindísima y lo disfruto muchísimo. Lo que más me gusta de él son las manos y su sonrisa. Sin embargo, la voz de Gerardo te transmite todo lo que necesitas. Hoy yo me conformo con la voz, pero extraño a Gerardo todo. Todo».
Con los cinco nada es casualidad
Cuando lo visitan otros familiares ella quisiera saber, pero reconoce que es difícil la comunicación a través de terceros. Esa impotencia por no encontrar los detalles que ella quisiera en la voz de otros, la insatisfacción por no poder ser ella quien esté a su lado esas horas, la hacen tomar distancia.
«He aprendido en estos años que esa no es mi visita. Trato de satisfacerme con lo que me cuentan, pero no busco más allá», apunta y aclara que ahora lo visitan la hermana y un sobrino.
«Es muy difícil, porque lo ven desde un punto de vista distinto. Siempre pregunto cómo lo ven de peso, de salud, de color, de ánimo, de qué hablaron… pero no es lo mismo. Son puntos que convergen en un mismo interés, pero al mismo tiempo te quedas insatisfecha.
«A veces he preguntado: “¿te has fijado si el ojo que él agacha un poquito se le nota más?” “No, no se lo noto, pero yo nunca se lo he notado”… Sin embargo, en la foto se lo he notado, porque son detalles. Igual le pasa a él conmigo.
«Por otra parte, las visitas son complejas. Los familiares de Gerardo, como los de los otros cuatro, tienen que pedir visa, esperar a que se las den, pasar todo el trámite migratorio. Además, tienen que llegar a la cárcel y, después que llegan, puede que encuentren que la cárcel está cerrada o que no hay acceso familiar».
Así ocurrió en 2010, recuerda Adriana: «Su hermana estaba visitándolo y no lo pudo ver en ese momento, y cuando pudo, estaba con el uniforme del lockdown, que es un uniforme diferente. Gerardo no se había bañado, tenía un aspecto físico diríamos que impactante, estaba en un momento en que necesitaba asistencia médica y no se la habían dado, donde había una ola de calor y su celda no tenía ni ventilación natural. Quizá el familiar de otro preso habría podido permanecer más tiempo y haberlo visitado en otras condiciones».
Adriana no puede dejar de denunciar las violaciones contra su esposo, manifiestas en las visitas frustradas, en la demora de la correspondencia. Devela detalles que demuestran ese ensañamiento de las autoridades.
«La correspondencia existe para todos los presos. La jurídica, la del caso legal, debe ser entregada al recluso y abrirla en ese momento, no debe ser violada previamente, y tiene un tiempo de entrega; sin embargo, a Gerardo se la han demorado, tanto la legal como la ordinaria, e incluso, correspondencia certificada por sus abogados; o le ha llegado tarde, como para que no pueda participar en las decisiones».
El caso más reciente todavía la indigna, aunque ese comportamiento alevoso ha sido usual desde el principio. Se trata de la visita que no pudieron realizarle los cónsules cubanos en julio, supuestamente por un error administrativo.
«Los cónsules llegaron un sábado y el lunes debía ir su nuevo abogado. Los cónsules debían ver con Gerardo la última parte del documento que se presentaría días después. La idea era que pudiera leer el documento en inglés en la visita consular y el lunes, estar en condiciones de darle sus criterios al abogado y hacer más ágil la visita.
«El lunes al abogado no lo dejaron entrar como abogado, tuvo que entrar como familiar, con derecho a la visita en el área familiar, pero no puedes entrarle ningún documento, nada. Con la visita legal, tienes derecho a un cuarto donde puedes establecer una comunicación privada con tu abogado y revisar todos los documentos que te lleva. Así que el abogado tuvo que explicarle de memoria en qué consistía el documento y escuchar las opiniones de Gerardo. Cada vez que ha tenido que enfrentarse a una fase del proceso legal ha sido obstaculizado.
«En 2003, él tenía que presentar los documentos el 7 de abril. De forma arbitraria, los cinco simultáneamente, aun en cárceles diferentes, fueron al hueco el 3 de marzo. Los amenazaron con hacerlos permanecer en ese confinamiento solitario, como mínimo, un año. Sin tener contacto con abogado alguno, sin llamadas telefónicas. En el caso de Gerardo, en plantillas de medias, durmiendo sobre el cemento de una supuesta cama, a la que le caían encima las aguas albañales de la celda de arriba, con la luz encendida todo el tiempo y sin contar con la asistencia legal.
«Su abogado, en ese momento Leonard Weinglass, logró verlo después de más de 20 días en esas condiciones, por lo tanto, se podía retrasar la presentación de los documentos. De hecho, para Gerardo no se retrasó porque su abogado decidió presentarlo, pero para Antonio sí se retrasó.
«Cada vez que se fueron a presentar documentos a la Corte Suprema, Gerardo fue llevado a confinamiento solitario, igual ocurrió en julio de 2010, otra vez al hueco. Y ahora esto, que finalmente hizo que se tuviera que posponer la entrega de los documentos hasta agosto».
Adriana no olvida que su esposo está en una prisión de máxima seguridad. Pero menciona que, aunque el resto de los Cinco estén en prisiones de media o baja seguridad, con ellos las reglas son iguales de estrictas.
«Con los Cinco nada es casual», sentencia.
Nuestros inventos creativos
Gerardo no le puede regalar a su esposa una rosa todos los días, como siempre hizo, pero se vuelve mago para sorprenderla. Cuando Adriana habla de sus inventos se le suaviza el rostro, vuelve a sonreír.
«Me regala halagos, los mismos que iban acompañando a la rosa, siempre es algo diferente: un piropo, una broma, un poema, una canción, la llamada en sí, si no me regala eso me regala la risa, siempre es algo. No hemos perdido eso.
«Me sorprende todos los días, con una postal que me llega de momento, o con un mensaje a través de otra persona, o con un regalo que le pide a alguien que me compre. Todos los días… es como si estuviera. Por eso nuestra convivencia no se ha borrado, ni se ha dañado, se ha ido alimentando, ha ido creciendo.
«Yo no lo puedo tocar, no lo puedo besar, no lo puedo ver, no lo puedo oler, no le puedo dar todas esas atenciones, todos esos mimos, como yo quisiera. Pero algo inventamos.
«Nosotros jugueteamos con el doble sentido, con el romance, con esa cosa pícara de las parejas. Todo eso nosotros lo vivimos... por teléfono, a nuestra manera. Hemos aprendido a hacerlo así, porque si no nos hubieran robado todo lo que teníamos. Y es lo que nosotros no permitimos».
Pareciera que va a estallar en un llanto largo. Pero las fibras de su garganta se tensan. Ella es más fuerte.
«Nos han robado el tiempo, la posibilidad de la maternidad. Nos han robado el contacto, vernos, pero no nos han podido robar la creatividad, la permanencia de ese hombre en casa. Eso a mí no me lo han quitado, y lo han intentado por todos los medios, con todo tipo de incomunicación, pero no lo han logrado».
Respira y, como si volviera a su película favorita, cuenta cómo se las arregla su esposo para estar presente en los detalles más mínimos. Participa, incluso, como hacía cuando estaban juntos, en la ropa que usa.
«Si Gerardo ve una foto me pregunta: ¿y ese pulóver dónde lo compraste, qué le hiciste en el escote, es el color que se ve en la fotografía y para qué cosas lo usas?
«Otras veces le digo que “me regalé” tal o más cual prenda y entonces él me responde: “qué bien hiciste”, “¿de qué color es, pero ya tu no tenías una pieza de ese color?”».
Baja la voz, y comparte las sorpresas que ella le da a él.
«Trato de comprarle las cosas que Gera quiere, que le gustan o pueden servirle en un futuro. Le tengo millones de cosas.
«Por ejemplo, se acerca el 20 de octubre, que es la fecha en que nos conocimos. Nosotros celebramos todas las fechas. Y el 7 de noviembre nos hicimos novios. Y ya yo le tengo los regalos. Yo se los anuncié, pero no le he dicho cuáles son. Ahora cuando llegue la fecha, le comento y ese es el regalo.
«Cuando salgo de Cuba, nunca falta algo para él. Y con eso jugamos, porque Gera empieza como los muchachos: “¿Qué me trajiste, pero qué cosa es?, pero dime chica, anda no seas mala”; y empieza a adivinar… increíblemente, a veces adivina».
Una anécdota reciente provoca la más amplia sonrisa.
«Cuando estuve en Brasil en abril, él hacía tiempo que me había dicho que le gustaban las camisas de cuello chino que son bordadas delante, como las que usa (el presidente) Correa. Las mujeres que participaban en el evento hicieron una feria de artesanía de sus países para recaudar fondos, y ahí estaba la camisa. Me gustó y además tenía un precio asequible. Se la compré.
Después vino este diálogo:
—Te compré algo como regalo por tu cumpleaños.
—¿Qué?
—Ah, no sé, algo que tú querías.
Él me había dicho que quería varias cosas, pero dentro de tantas, respondió:
—¡Compraste la camisa!
—Ay, chico, qué autosuficiente eres, ¿por qué tú piensas que vas a adivinar?
—Dale, vamos, que yo sé que compraste la camisa, seguro que me compraste una cualquiera para salir de mí.
—De eso nada, te compré una camisa como la que querías. A ver, ¿cómo lo adivinaste?
—No sé, suponía que me la ibas a comprar.
Abre los ojos, sorprendida por esa capacidad del hombre que ama.
«Entonces le tomé una foto a la camisa y se la mandé como regalo. Él no puede usarla, pero sabe que la tiene.
«A veces me leo un libro y lo discutimos. Como hace poco, leí El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura, y le mandé mi criterio. Luego él se lo leyó y me dio el suyo. Lo discutimos a distancia. Y así hacemos con otras cosas.
«Es buscar algo diferente, no caer en la monotonía, en la tristeza, en la nostalgia, en la incertidumbre que tenemos, que existe. Cuando te digo “no caer”, es no darle rienda suelta, porque ellas están ahí. Depende de uno».
El futuro está a contracorriente
«Si yo no tuviera confianza en ese regreso, no haría las cosas que hago. Si yo no tuviera confianza, seguridad en que eso va a suceder, quizá no hubiera preparado un grupo de cosas.
«Por ejemplo, yo pinté mi apartamento no solo con la ilusión de disfrutar mi rincón, sino con la añoranza de que él llegue y lo vea… pero, sobre todo, para que no tenga que hacerlo él, porque si se pone a pintar es un tiempo que no estamos disfrutando los dos.
«Ahora, si yo te digo que ese futuro es mañana, dentro de un año o dentro de tres meses, me estoy engañando. Yo sé que ese futuro va a llegar, pero no sé cuándo.
«Cada día construyo un piso sobre el que me paro para emprender el siguiente. Yo sé que voy a llegar a ese último piso, no sé si el edificio va a tener 15, 20 pisos…, (que serían años), pero lo voy a terminar. ¿De qué forma no lo terminaría? Que me muera antes… y eso no está en mis planes. No está en mis planes morirme antes de ver a Gerardo».
Su realidad duele, pero nadie mejor que ella misma para hacerla distinta…
«Mi realidad hoy es que Gerardo está condenado a cadena perpetua. Mi realidad hoy es que Gerardo permanezca toda su vida en la cárcel y yo permanezca toda mi vida esperando por él. Esa es mi realidad de hoy. ¿Dónde la empiezo a ver diferente?, en lo que hago todos los días, y eso es el futuro… Lo que hacemos, la campaña política, la legal, para que las acciones tengan éxito en función del regreso.
«Si hoy siento que emocionalmente no me he deprimido después de 14 años, si hoy siento que mantengo mi alegría, mi optimismo, mi sentido de vivir, es porque me he fortalecido con la realidad que me impuso la vida… Si no, estaría en cama, avejentada, sin proyectos…
«Esto tiene un costo, que estamos pagando. Lo estamos pagando con la maternidad, con la juventud que hemos dejado atrás».
Cuando siente que inevitablemente se está cerrando un capítulo en su vida, vuelve la impotencia y al mismo tiempo el coraje.
«Ese capítulo está escribiendo sus últimas etapas. Porque el reloj biológico está ahí y hay cosas que no me gustaría cuando tenga 50 años… es un costo, pero es un costo que vamos a asumir, y no tirada por un rincón, porque entonces no lo estaría asumiendo, me estaría aplastando… El momento en que me toca asumir que no voy a poder tener hijos está por llegar. Una más que no tendrá hijos, pero no por nuestra responsabilidad, no por mi salud, es algo más que le debemos a la política hostil. Es el costo del sacrificio que tuvo que hacer Gerardo por el bienestar de los demás.
«Tampoco quiero estar de un país a otro, que mucha gente podría decir: ¡Ay, qué rico, cómo viaja!... Adriana no quiere viajar, Adriana quiere a su esposo en casa».
Por suerte para ella, su vida es muy rica…
«Gerardo está en mi vida hace 26 años, y en esos 26 años yo he hecho todo por Gerardo; pero mi vida se compone de otras cosas también, en las que él no está ausente, cosas como familia, amigos, mi profesión que es lo que me sirve para seguir…».
De hecho, ella prefiere que la llamen Adriana, la esposa de Gerardo, y no solo lo segundo. Antes de unir su vida a ese hombre ya era Adriana, así que también, en esas 24 horas cada vez, lucha por defender su identidad, una cualidad que él admira. Como ella admira en él su gusto por el debate, su interés constante por saber si la otra persona está satisfecha con las decisiones tomadas.
Adriana conoce y defiende al hombre, el de las caricias de antaño, el de sus amaneceres.
«Cuando nos conocimos él no era el Héroe de la República de Cuba, ni era una figura pública… tenía dos camisas Yumurí y ni un centavo en el bolsillo. Yo me enamoré del hombre, del que conocí en la parada de la ruta 32, no del héroe.
«En mi casa él no es el Héroe. Es el héroe de mi vida, el hombre que yo elegí, con su valores, con sus defectos, con sus cualidades… con lo que hemos aprendido de vivir».