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A barriga llena…

La obesidad en edades cada vez más tempranas, con el consiguiente riesgo de padecer enfermedades como la diabetes mellitus, es evitable con adecuados hábitos de alimentación, asegura especialista en Endocrinología Pediátrica

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

«¡Mira qué grande y lindo se ha puesto Luisito! Cuando crezca, seguro será buen mozo, alto y fuerte… Le lloverán las noviecitas», decía una señora mientras le acariciaba la cabeza al pequeño. La madre, orgullosa, sonreía ante la celebración, y mientras detallaba cuánto y cómo comía su hijo, dejó bien claro que se trataba de un caso excepcional, pues con solo seis años, ya pesaba 105 libras y estaba «macizo».

Quienes presenciamos la escena tampoco dejamos de asombrarnos ante la estatura, y sobre todo el peso del niño, que apenas comenzaba en la escuela. Algunos, con certeza, compartían la opinión de la madre y de la señora y otros no dejábamos de asustarnos ante el imaginable futuro de Luisito, quien estaba «muy ocupado» con sus dos barquillos de helado.

Como él y como su mamá y su amiga, abundan las personas que consideran que un niño «de buen comer», que está subidito de peso y luce pronunciados cachetes y rosquitas en sus piernas, es un niño hermoso. Vaticinan que será fuerte, y en el caso de las niñas, que lucirá un cuerpo bien dotado.

Sin embargo, en el siglo que transcurre, estos pensamientos no dejan de ser peligrosos, cuando son más los pequeños que a edades cada vez más tempranas tienen un diagnóstico de obesidad, enfermedad que se identifica, en la actualidad, como la epidemia de estos tiempos, sin contar los trastornos psicológicos y emocionales que pueden padecer las personas que la presentan.

Hermosura VS. salud

La obesidad es una enfermedad que, a su vez, puede aumentar el riesgo de padecer otras y como tal debe ser tratada, sobre todo en los pequeños, que cada día llegan a las consultas con menos edad, afirma la especialista en Endocrinología Pediátrica Annia Ladrón de Guevara Casals, del hospital pediátrico Juan Manuel Márquez, en la capital.

Hace unos años, apunta la Doctora, era común diagnosticar la obesidad en niños en edad escolar y en adolescentes, pero en los últimos tiempos, en los que la incidencia de esta enfermedad aumenta, se recibe con frecuencia en la consulta a niños de hasta dos y tres años o un poco más con índices de masa corporal, es decir, con la proporción de su talla y su peso fuera de lo normal.

«Frecuentemente atendemos a niños que, luego de terminar la etapa de la lactancia materna y comenzar con la alimentación orientada por los esquemas de ablactación (incorporación progresiva de alimentos a la dieta del bebé), padecen obesidad. Son los padres, por supuesto, los primeros responsables de este asunto, pues no velan por la alimentación adecuada de sus hijos y favorecen la ingestión de productos no recomendados.

«Esa es la parte más difícil de nuestro trabajo. Generalmente los padres no reconocen que el sobrepeso de su hijo puede ser una enfermedad, y que a causa de ella el pequeño tiene mayor predisposición a padecer otras complicaciones como la hipertensión arterial, la diabetes mellitus y trastornos lipídicos, entre otros», explicó Ladrón de Guevara.

Muchas pueden ser las razones por las que, aún así, los padres acuden a consultas de esta especialidad, agregó. En muchos casos, llegan preocupados por los resultados de algún análisis de rutina al que fue sometido el pequeño o porque no saben controlarle su ansiedad, la que ha estado influenciada por los malos hábitos de alimentación.

«En el caso de los varones, algunos padres acuden a consulta preocupados por el desarrollo de los genitales, pues es cierto que tiene lugar un pseudohipogenitalismo, es decir, una disminución de estos órganos. Se trata de un efecto secundario de la misma obesidad, lo que puede constatarse fácilmente cuando los pequeños comienzan a perder peso y sus genitales se desarrollan normalmente», añade la galeno.

No obstante, insiste, sea cual sea el motivo de la consulta, debemos atender al paciente de forma integral y si vemos que es obeso, no podemos ignorar esa situación e inmediatamente iniciamos el tratamiento en esa dirección. No puede ignorarse, por ejemplo, que un niño puede ser hipertenso a causa de ese sobrepeso.

«Después de establecer el grado de obesidad del niño en relación con su edad y peso ideal, orientamos una dieta. El problema radica entonces en que la dieta no siempre es respetada al pie de la letra, en particular por los abuelitos o, como sucede en la mayoría de los casos, que se abandonan las orientaciones al cabo de cierto tiempo. Se corre el riesgo entonces de padecer la llamada obesidad de rebote, por la que podemos engordar casi el doble de antes», explicó Ladrón de Guevara.

—Como parte del tratamiento, ¿no está incluida la actividad física?

—Sí. La actividad física influye también en la obesidad, aún más en estos tiempos en que los niños son cada vez más dependientes de los videojuegos, la computadora, las películas y seriales y se alejan de juegos que garantizan un gasto energético considerable como la pelota y el fútbol, montar bicicleta y patines, correr y saltar, entre otros.

«Lo más difícil es que los padres reconozcan la obesidad de su hijo y su responsabilidad en ella, además de incorporar la dieta, no como dieta, sino como alimentación adecuada y saludable. Introducir frutas, vegetales, modos de preparación de los alimentos que no incluyan tanta grasa, entre otras recomendaciones, debe ser un hábito cotidiano».

—¿Ha atendido en su consulta a niños que, debido a la obesidad, padezcan otras enfermedades?

—Sí, principalmente la diabetes mellitus. Aunque es un padecimiento con un elevado componente genético, que no puede evitarse, inciden en él también factores ambientales como los hábitos de alimentación.

«La sustitución temprana de la lactancia materna por una artificial, la ingestión de

chucherías o alimentos llamados «chatarra» que contienen muchos preservantes y productos químicos como las gaseosas y los refrescos en polvo; así como la ingestión alta de carbohidratos simples como dulces, helados, caramelos y el incumplimiento de los horarios de comida durante el día, son algunos de esos trastornos de la alimentación que, unidos a la predisposición genética, favorecen casi en un ciento por ciento el desarrollo de la diabetes mellitus», acotó la especialista.

Es normal diagnosticar esta enfermedad, explicó, sobre todo del tipo I, en niños menores de cinco años, debido a las infecciones virales que padecen a esa edad y también en la adolescencia, etapa en la que por el aumento de las hormonas sexuales que influyen en los niveles de glicemia en sangre se favorece la aparición de la diabetes. Esto, unido a los factores genéticos, son una combinación que se nos va de las manos evitar, pero que se relaciona también con los trastornos de la alimentación.

En el caso de la obesidad, muchas complicaciones son reversibles, paulatinamente con la disminución del peso corporal, pero lo ideal es evitar ser obeso y aquellos comportamientos condicionantes de otras enfermedades, como la diabetes, con la que aprendemos a vivir, pero que preferiríamos no padecer, aseguró la Doctora.

«Mantener una adecuada alimentación en cantidad, frecuencia y elaboración de alimentos; hacerles atractivo a los pequeños el consumo de vegetales, que casi siempre presentamos hervidos y con un poco de sal nada más; favorecerles la ingestión de productos naturales y estimularlos en su cuidado físico con la realización de actividades que consumen energía, entre otras acciones, contribuyen al crecimiento y desarrollo de un niño que no será regordete, pero sí será hermoso y sano», concluyó la endocrinóloga pediatra.

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