Carlos Coello (Tuma) era como un hijo de afectos del Che y uno de esos hombres silenciosos que pueden conquistar, sin lisonjas, el cariño de otros. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 05:22 pm
Su muerte dejó un amargo vacío en todos sus hermanos de armas, pero sobre todo en el jefe de la tropa, Ernesto Che Guevara.
Fue algo entendible. Carlos Coello (Tuma) era como un hijo de afectos del Comandante de América y uno de esos hombres silenciosos que pueden conquistar, sin lisonjas, el cariño de otros.
Ese 26 de junio de 1967, resultó, en medio de la selva boliviana, una fecha fatal para el Guerrillero Heroico, quien describió en su Diario: «Día negro para mí. Parecía que todo transcurriría tranquilamente y había mandado cinco hombres a reemplazar a los emboscados en el camino de Florida cuando se oyeron disparos. (…) La retirada se demoró y llegó la noticia de dos heridos: Pombo, en una pierna, y Tuma en el vientre. Los llevamos rápidamente a la casa para operarlos con lo que hubiera. La herida de Pombo es superficial y solo traerá dolores de cabeza su falta de movilidad, la de Tuma le había destrozado el hígado y producido perforaciones intestinales; murió en la operación».
Seguidamente escribió: «Con él se me fue un compañero inseparable de todos los últimos años, de una fidelidad a toda prueba y cuya ausencia siento desde ahora como la de un hijo. Al caer pidió que se me entregara el reloj, y como no lo hicieron para atenderlo, se lo quitó y se lo dio a Arturo. Ese gesto revela la voluntad de que fuera entregado al hijo que no conoció, como había hecho yo con los relojes de los compañeros muertos anteriormente. Lo llevaré toda la guerra».
El ocurrente
En la finca La Caridad, a unos diez kilómetros de la ciudad de Manzanillo, nació Carlos Coello el 2 de diciembre de 1940. En plena niñez tuvo que desyerbar guardarrayas, ordeñar vacas, cortar arrozales… para ganarse unos centavos y así suplir la ausencia del padre que lo había abandonado.
Pedro Coello, uno de sus hermanos, narró a este reportero hace varios años que Chito, como le decían sus familiares, «se iba tempranito para sus labores. La vieja le preparaba un pomo grande de café y él regresaba tarde, cansado. Nosotros lo queríamos y admirábamos como a un padre.
«Poseía una imaginación muy grande a pesar de su escaso nivel cultural. Para los 6 de enero, Día de los Reyes Magos —como no podíamos comprar juguetes—, nos hacía revólveres de palo y unos camioncitos muy curiosos. Y no solo a sus hermanos, también a otros niños de la zona. Por eso todo el mundo lo elogiaba. Aquel muchachito de la finca de Roca siempre fue para el barrio “El hijo de Angelita”.
«Era muy ocurrente; tenía un perro, Pirolo, que enseñó a tomar café, a comer caramelos y dormirse en la hamaca. También tenía una vaca, Monina, que no había quien la ordeñara cuando él no estaba».
Migdalia, la hermana mayor, me contó hace tres lustros sobre aquella etapa de asperezas: «Vivíamos en una pobreza extrema, en una comunidad de 16 integrantes en los que todos éramos familia. Nuestras casitas eran muy sencillas, todas de guano, sacos y pisos de tierra».
Abundando en otros lados humanos de su hermano, Pedro señaló que le gustaba, cada vez que podía, ir a bailar con un grupo de amigos a Manzanillo. Y le encantaba practicar béisbol. «Tenía un brazo potente», rememoró.
Asimismo dijo que «su mano era pesada; la única vez que lo vi en un pleito le dio un “mandarriazo” al otro, mucho más grande que él, que lo tiró en el suelo. Además, “tomaba mucho café y comía una barbaridad”».
Otro rasgo de su personalidad era su manera discreta de hacer las cosas. «Siempre fue reservado; daba la impresión de ser una persona tímida».
De vaquero a héroe
Cuando en noviembre de 1957 aquel muchacho ordeñador de vacas, que no había cumplido aún 17 años, partió de La Caridad, acompañado de su amigo Baldomero Arceo, para unirse a la tropa de Fidel Castro en las montañas orientales, dejó boquiabiertos a sus familiares.
«Fue una sorpresa porque, aunque con fundamento de hombre, todavía era un niño como quien dice. Supimos que estaba en el monte porque al irse se llevó la pistola de un vecino», contó su hermano Pedro.
En el contacto inicial con el Che Guevara este le dio a él y a Arceo la riesgosa misión de llevarle, bajo la metralla enemiga, varios sacos de balas a Camilo Cienfuegos.
En la Sierra Maestra participó en los combates de San Lorenzo, Vegas de Jibacoa, Providencia, Las Mercedes y otros. Intervino, además, en el enfrentamiento a la ofensiva de las tropas de Fulgencio Batista. Finalmente integró la Columna número 8, Ciro Redondo, que liderada por el Che hizo la invasión a Occidente.
Según el testimonio de los combatientes del Ejército Rebelde, Rafael Lienz y Emilio Pla, ya en esa época Coello y Ernesto Guevara eran muy amigos y se querían mucho.
En todo el tiempo de la guerra nunca la familia supo de Carlos, hasta que alrededor del 10 de enero de 1959 llegó, con los grados de sargento, a su casa natal.
«Vino —cuenta su hermano— solo, con el pelo largo; traía un Garand y un traje verde olivo. La vieja, por las creencias de ella, le cortó mechones de cabello y los llevó para el santuario de El Cobre», relató Pedro.
Escolta e hijo del Che
En marzo de 1959, Carlos Coello pasó a ser escolta personal del Comandante de América. Solo se separó de él dos o tres veces al ir a Camagüey para participar en aquellas célebres zafras del pueblo.
El Che viajó a varios países y siempre Coello fue a su lado. Se encariñó tanto con el guajirito de Manzanillo que cierto día, cuando Carlos tuvo un incidente desagradable con su progenitor, le dijo: «¡A partir de ahora yo seré tu padre!».
El joven respondió con el mismo afecto. Se desveló por cuidar a su jefe. Tal fue su devoción y respeto que en una ocasión llegó a expresarles a sus familiares: «Che es como un padre para mí, donde vaya él iré yo; y donde muera él, moriré yo».
«Siempre que venía a la casa —explicó Pedro— nos hablaba de Guevara. Él lo nombraba El Argentino y nos decía: “El Argentino no es fácil; para andar con él hay que tener agallas”. Una vez nos llevó a mamá y a mí a La Habana y los vimos conversando con una compenetración tal que parecían familia de verdad».
El Comandante le puso, incluso, un maestro para que aprendiera a leer y escribir y poder ascenderlo militarmente. El muchacho de La Caridad, un poco reacio, expresaba que lo suyo era coger un fusil y pelear donde le avisaran. «Él por ese lado era bruto; no le gustaba el estudio», precisó su hermano.
El inefable tumaini
Carlos Coello fue, lógicamente, uno de los primeros hombres escogidos por el Guerrillero para integrar el Ejército de Liberación Nacional de Bolivia. Es en esta tierra donde nace el sobrenombre de Tuma o Tumaini.
Llegó a tierras sudamericanas antes que su jefe para preparar las condiciones de la guerrilla. Llevaba, entre otras, la misión expresa de proteger al Che.
En una de las primeras anotaciones en el Diario de guerra el Guerrillero Heroico expresa sobre Carlos Coello: «Como dato curioso el inefable Tumaini es indicado como el químico del grupo».
Ese calificativo de «inefable» (que no se puede pintar con palabras), escrito por alguien tan exacto para describir a los demás, habla de cuán grande era Tuma.
También dicen de su grandeza las letras del Comandante de América el 26 de junio de 1967, día en que cae Tumaini en la preparación de una emboscada.
Según Migdalia Coello, en aquella época la familia no sabía que estaba en Bolivia. «Él vivía de viaje; había estado un año en África (a partir de ahí comienza a usar espejuelos) y ya en esa época venía muy poco a la casa.
«Un tiempo antes de irse estuvo aquí con un gorro de esos que se usaban para el frío y cuando le interrogamos nos dijo que estaba en la Unión Soviética.
«Unos meses después le preguntamos a Esmérida, la esposa, si sabía algo y no nos dijo nada claro, que Aleida March había ido al hospital a retratar a Carlito Coello el día de su nacimiento para enviarle una foto al padre.
«¿Cómo es que nosotros nos enteramos o empezamos a suponer su muerte? Cuando Fidel confirma la noticia de la muerte del Che en octubre de 1967. Al enterarnos por la radio dijimos: “Pues si mataron al Comandante Guevara también mataron a Chito, porque él siempre andaba con su jefe. Después, al venir Harry Villegas (Pombo), ratificamos el triste suceso», narró ella.
Pero la muerte de Tuma no solo enmudeció a sus familiares. Pombo describió así los hechos: «La herida de Tuma era muy fea; se le operó en la casa del campesino Fenelón Coca, pero todo fue en vano. El hígado se le salía por la herida; murió. Con esta pérdida sentí que parte de mi vida me abandonaba, pues Tuma era para mí algo más que un combatiente; fue mi compañero, mi hermano, mi amigo y la alegría de todo el grupo por su carácter jovial».
A 45 años, ese guerrillero risueño vive aún en la pupila de sus familiares, de su tierra, de sus compañeros y de su jefe, que más que eso resultó un padre ejemplar.