SANTA CLARA, Villa Clara.— ¿Cuántos libros buenos, regulares o malos se comercializan en esta Feria Internacional del libro? Difícil la respuesta, aunque un conformista es capaz de subrayar que todos están bien, porque cumplen la misión de expandir conocimientos. Y el radical puede martillar con aquello de que si fueran malos las editoriales jamás los imprimirían.
Cabe, entre esas dos respuestas, el razonamiento de que todo lo publicado necesariamente no tiene que constituir una verdadera obra de arte que va a trascender más allá del tiempo. Hay libros, obviamente, que cumplen una misión circunstancial, van a parar después a los archivos para utilizarlos algún día como referencia; otros tienen una vigencia más prolongada, sin desconocer aquellos que engrosan eternamente los estantes de las librerías.
Lo difícil de entender, aun aceptando esas particularidades, es el porqué de esa escasísima práctica de la crítica literaria en función del análisis y valoración razonada de las obras de ficción, históricas o de la realidad actual.
En la Feria hay libros que vuelan y otros que las gentes los manosea, pero los vuelve a poner sobre el mostrador. Influye en todo esto también la preferencia que favorece la demanda de textos dirigidos a los niños, sobre el deporte o del género de aventuras, por citar una trilogía de ejemplos.
Obviamente que nadie espere en la presentación de un libro cuestionamiento alguno, pues ese momento está destinado básicamente al elogio. A fin de cuentas a quién se le va ocurrir invitar a un colega para que vaya a hacer trizas su obra.
La Feria puede asumir también un espacio en el cual la crítica literaria tenga un mayor peso, sería un complemento ideal para potenciar el conocimiento de los lectores al exponer posibles fallos del texto y situar a cada obra en su exacta jerarquía.