Los galenos cubanos son, desde el más joven hasta el más experimentado, muy competentes y solidarios. Autor: Vladimir Figueroa Publicado: 21/09/2017 | 05:15 pm
Todos los ojos los miran. Primero, porque tienen que ver con lo más preciado de la vida: la salud de los seres humanos. Segundo, porque su conducta siempre deviene cristal donde se asoman millones, pacientes o no.
Así viven en Cuba los llamados profesionales de las batas blancas: examinados muchas veces con un rigor popular que olvida sus problemas objetivos para el trabajo o sus complicaciones personales. De todos modos, la admiración suele estar en primer plano en la observación pública.
Esa contemplación constante, que mide y evalúa, crece para los más bisoños. El cartelito de «jovencitos» los obliga a obrar con suma profesionalidad. Pero ellos, ¿qué piensan?, ¿cómo se ven a sí mismos los más noveles vinculados a la Salud Pública en el país? ¿Qué les falta?
Con esas y otras interrogantes en el candelero, en el contexto del Día de la Medicina Latinoamericana que se celebró este 3 de diciembre, JR se fue a varias instituciones en las que se salvan vidas...
Paciencia y comprensión
Zaida Liliana Leyva Jiménez tiene apenas 23 abriles y es secretaria general del Comité de la UJC en el policlínico Bayamo Oeste. Se desempeña allí como fisioterapeuta desde hace cuatro años. Pero con esa edad muestra una madurez envidiable, pues sabe que su trabajo va más allá de restablecer la funcionalidad de los miembros de las personas.
«Creo que todo el que labora en la Salud y hace realidad aquello de “ser tratado y tratar a los demás como seres humanos”, dicho por Fidel, triunfa.
«Hay que ponerse siempre en el lugar del paciente porque el que acude a un hospital es porque necesita ayuda, comprensión y terminar sintiéndose bien», señala.
Para ella, en determinadas coyunturas, a algunos profesionales se les olvida eso y entonces se pueden generar nocivos criterios generalizadores.
«Es muy importante lo que hagamos en los cuerpos de guardia, porque hacia allí se dirigen miles de personas, a veces con urgencias, y tienen que encontrar el mejor servicio o al menos un clima de cordialidad. Si no sienten eso estaremos perdiendo una batalla. Aunque aclaro, todos los puestos son importantes».
Esas consideraciones las comparte su compañera Yoima Rodríguez Sabatela, con ocho años de experiencia en salas de rehabilitación. «El profesional cubano de la Salud es, desde el más joven hasta el más experimentado, muy competente y muy solidario; tiene un alto sentido de pertenencia a su sector y recibe muchas exigencias, que casi siempre cumple», apunta.
Agrega que en su criterio, «sabe sobreponerse a las dificultades materiales, se esfuerza, trabaja mucho y bien, y está muy comprometido.
«Pero cuando hay un leve desliz comienza a ser cuestionado severamente. Eso está bien; de ahí que tengamos que ser más profesionales, saber explicar los problemas».
En otra cuerda, el también granmense Eduardo Torres Arzuaga, de 26 años y licenciado en Microbiología, expone que a algunos profesionales de la Salud les falta paciencia y comprensión en determinados momentos, sobre todo con aquella parte del público que se comporta sin tomar en cuenta sus criterios, creyendo que tienen siempre la razón. «Hasta para esos necesitamos encontrar las respuestas. No se puede perder la paciencia ni la profesionalidad, como sucede en ocasiones».
Zaida acota que el ideal del profesional de la Salud es aquel «que deja todos los problemas personales a un lado, no deja de pensar en el trabajo y sabe cuánta falta hace a los enfermos.
«Yo siempre aplaudo la actitud de una recepcionista amiga mía, llena de conflictos en su casa. Llega llorando a menudo, pero antes de empezar a trabajar se seca las lágrimas y trata a cada persona con una ternura tan grande que todos la elogian y después preguntan por ella, vienen a verla… Ese es un ejemplo digno de imitar».
Al igual que Zaida, Yoima y Eduardo, la joven enfermera Mibay Martínez Novella, trabajadora del Hospital Provincial Gustavo Aldereguía Lima, en Cienfuegos, considera que el conocimiento y el rigor científico de los profesionales de la Salud Pública deben ir aparejados con una mejor preparación político-ideológica para «no ser solo bueno en la Medicina».
Por su parte, Yoima señala que para ser mejores profesionales no puede perderse de vista el concepto de integralidad ni tampoco el de la preparación constante, que va más allá de conocer solo cuestiones de la Medicina.
Con igual parecer, Mibay insta a ser consecuentes con el momento histórico que vive Cuba, en medio de un mundo bastante complejo en términos económicos, políticos y sociales, por lo que no se pueden divorciar las esencias ideológicas de la Revolución de las esencias humanistas que han de caracterizar el calor de cada consulta.
Sentirnos útiles dondequiera
De jugar a las casitas, al doliente, el médico y la enfermera, con apenas una cinta flexible que simulaba el aparato de auscultar, sin mucho más que un pedazo de palo con extraña apariencia de jeringuilla y la rugosa mitad de una cuchilla que servía de bisturí, Yainerys Tamayo Díaz atesora aún recuerdos encontrados.
Mientras evoca entre lejanas imágenes aquellos días infantiles en los que, sin soñar demasiado con la cofia y el vestido blanco, imitaba curar bajo la seductora quietud de los trillos del Escambray, por los que todavía sube y baja casi a diario desde su caserío natal, allá en La Sierrita, esta joven enfermera del Centro de Emergencia Médica del Gustavo Aldereguía Lima desgrana con facilidad una sonrisa bonachona que, por sí sola, alivia.
Con los desvelos y las anécdotas que ya va sumando a sus 26 años, Yainerys atribuye un altísimo valor al hecho de no desatender el componente emocional de la persona aquejada y su acompañante, algo que quizá no tengan que velar con tanto esmero quienes desempeñan otras faenas o trabajos. «Pero los profesionales de la Medicina, sí.
«Creo que ahí radica una de las claves esenciales de esta labor: que uno está para servir calmando las molestias del propio ser humano, por lo que siempre ha de tratar de sentirse útil en lo que hace, lo mismo en un laboratorio, un salón de curaciones, un consultorio que un quirófano. Lo mismo en la sala de un centro hospitalario que en la consulta en una zona recóndita. Hay que entregarse por el otro con la misma pasión y el mismo cuidado que lo haría por sí mismo.
«A veces el personal médico de un centro de urgencias, al cual llegan el paciente y sus familiares a la expectativa, se enfrenta a situaciones extremadamente dramáticas, muy duras, inolvidables algunas. Sin embargo, no hay gesto más reconfortante que ver a la persona recuperada, que luego por la calle te salude y te diga “seño, ¿se acuerda de mí?”; o en el peor de los casos, que la familia, a pesar de llevarse el mayor dolor, se marche al menos con la satisfacción del buen trato.
«Cualquier esfuerzo por salvarle la vida a alguien o proceder con agilidad para aminorar una dolencia —por simple o pasajera que parezca—, resultará siempre poco en tiempo y recursos si se ha asumido con claridad el verdadero sentido de esta profesión, que no es el compromiso de unas horas de guardia, sino de casi toda la vida.
«Es un deber, más bien un encargo social que, de tan amplio e incondicional, muchas veces se conjuga y se decide por encima de cualquier aspiración personal y de familia. Cuando el médico y la enfermera salen del hospital o de su clínica, puede que hayan concluido una jornada de trabajo, pero no por ello pueden olvidar o echar a un lado lo que son».
Un profundo orgullo por ser doctor también embarga al joven holguinero Yonny Oliva Suárez, de 29 años, quien considera que acercarse a la Medicina es lo mejor que le ha sucedido en su vida.
«Cuando escogí mi profesión, en duodécimo grado, tal vez no lo hice por una vocación real. En la medida en que comencé a estudiarla sentí una profunda inclinación hacia ella, y fue cuando comprendí que este iba a ser el sentido de mis días», revela Yonny con la alegría de haber obtenido recientemente un segundo título como especialista de primer grado en Cardiología.
«Dentro de las tantas razones por las que me siento alentado desde mi puesto de trabajo está la de combatir las enfermedades del corazón, las cuales tienen una incidencia muy alta de mortalidad en la población mundial. Eso prueba mi utilidad y me hace bien», concluye.
Profundos, éticos y receptivos
A sus 37 años, con una fresca experiencia a cuestas, animado más por la sensatez que por los complejos episodios de su profesión, el máster en Urgencias Médicas Camilo Rodríguez Pérez, jefe de Enfermería del Centro de Emergencias de la principal institución hospitalaria cienfueguera, confiesa haber soñado desde pequeño con la Pediatría y sentirse atraído por los estetos, los esfigmos y las batas blancas.
Por virajes del destino ancló su futuro en una labor cercana al quehacer del doctor, al cual define como un «entrenamiento interesante que no tiene hora. Es tarea de todos los días, de cualquier momento.
«El enfermero es vital para cumplir las indicaciones del facultativo, aunque no es el más importante, pues en la asistencia médica todas las personas que de un modo u otro intervienen, desde el camillero, la secretaria de la sala y la encargada de la limpieza, han de integrarse como un equipo de trabajo. Si no, las cosas no fluyen bien.
«Para ser un buen profesional de la salud tienes que llevar contigo la inquietud de que siempre se puede hacer más; de que el sacrificio, en un trabajo como este, se premia con la sonrisa del paciente; de que uno sabe cuándo inicia los estudios, pero jamás se conoce cuándo se termina. Tanto el médico como el enfermero han de andar permanentemente actualizándose, preparándose, ya que la tecnología y el desarrollo científico están en constante evolución, en constante cambio.
«Si fuésemos a preguntarnos por aquellos aspectos no tan felices en los que se puede hacer más, habría que poner la mirada cuestionadora en la necesidad de ser cada vez más dialógicos, más abiertos en la comunicación con el paciente y sus acompañantes, en un espacio en el que las relaciones profesionales y los procederes asistenciales deben ser claros, entendibles, oportunos, sin demoras.
«En eso pienso que todavía se debe ganar. Hay que saber explicar de manera cortés y bien argumentada, con la ética que caracteriza a nuestra profesión, lo que lleva cada persona, y si es necesario también lo que no necesita de acuerdo con lo que presenta. Si no somos lo suficientemente certeros a la hora de decidir lo que se va a hacer, pueden quedar vacíos o grietas que innecesariamente laceran y hasta incomodan.
«De no tener claro cómo encauzar al paciente a partir de su enfermedad y no valorarlo como un ente biopsicosocial, nuestras atenciones como profesionales no serán las esperadas», señala también con acento enfático el enfermero camagüeyano Bárbaro Agüero Mesa, del policlínico Julio Antonio Mella, institución que aplica y desarrolla el tratamiento con Heberprot-P en pacientes del pie diabético.
En opinión de su colega, la doctora Mailet Morales Tarajano, especialista de primer grado en Medicina General Integral de este mismo policlínico, «cada profesional de Salud, desde sus perfiles y puestos de trabajo debe desarrollar su actividad con amor, vocación y profesionalidad. Porque tenemos que ser responsables desde que atendemos a un paciente en el consultorio o en el cuerpo de guardia del policlínico, hasta en un hospital o instituto», comentó la especialista.
Pensar con racionalidad
Practicar una atención directa, integrada y particular al paciente, que consolide el método clínico como primera opción, despierta en el doctor cienfueguero Nelson Fernández Quintana un marcado interés por la racionalidad, sin descuidar la necesaria eficacia de cualquier diagnóstico.
«Cuando se conversa y se examina al que viene con un dolor, ayudamos a recuperar y potenciar la Atención Primaria de Salud, una necesidad de la Medicina en nuestro país, lo cual se revierte en el perfeccionamiento del sistema».
A juzgar por su experiencia, este galeno perlasureño destaca que los avances de la tecnología y los exámenes en los laboratorios hacen que algunos profesionales obvien muchas veces este método e indiquen desde un primer momento la tomografía, los rayos X o el ultrasonido.
Optimizar recursos basados en el ejercicio de la medicina familiar ayuda a ahorrar reactivos, señala Nelson, quien también sugiere no exponer demasiado a los pacientes a las radiaciones, auque esto no quiere decir que en algunos casos no sea preciso acudir a un análisis complementario, que aunque resulte negativo permita descartar un diagnóstico equivocado.
Con semejante parecer sumó sus reflexiones a este diario la médica agramontina Mailet Morales, quien considera la responsabilidad, tanto en el diagnóstico como en la eficiencia de todo lo que se hace, un principio de cabecera para los que visten batas blancas.
Sus colegas del policlínico Julio Antonio Mella destacaron además, la necesidad urgente de rescatar acciones que se han deprimido en la Atención Primaria de Salud, como los terrenos focalizados en la comunidad y las consultas programadas y preventivas a pacientes con padecimientos crónicos de enfermedades no transmisibles, y del programa de la lucha antivectorial.
Los galenos de este centro insistieron en que la optimización de los recursos debe estar a tono con los principios por los que se rige y distingue la Atención Primaria, y reflexionaron sobre la importancia de que la distribución de estos respete las características de cada centro, a partir de estudios estadísticos y casuísticos que posee cada unidad asistencial del país.
Al hablar de la calidad en este tipo de atención, los médicos de este policlínico, único de su tipo en la ciudad agramontina que materializa el ensayo vacunal contra la neoplasia de pulmón, coincidieron además en la necesidad de ser sistemáticos en el mantenimiento constructivo de los inmuebles y del mobiliario de los consultorios de los Médicos de Familia.
De Cuba hacia otras tierras
Extasiado por las bondades de una nación que tras los devastadores azotes del huracán Mitch en Centroamérica abrió sus facultades e instituciones médicas para la formación de nuevos profesionales de la salud en este continente, llegó hace más de 12 años, desde la norteña región nicaragüense de Estelí, el joven José Alejandro Rodríguez Hernández, ahora residente de la especialidad de Cirugía General en las salas del Gustavo Aldereguía Lima, centro que ostenta por ocho años consecutivos la condición de Colectivo Moral.
«¿Ser médico? No, qué va. Eso siempre fue un sueño para mí, que crecí en medio del campo, en un lugar intrincadísimo del que jamás pensé salir y mucho menos llegar a manejar un día los bisturíes dentro de un quirófano. Para mí una operación era cosa de juego, algo tan distante que por mi mente de niño nunca pasó. Mi mamá es ama de casa; y mi papá, analfabeto. Sabía que lejos de las primeras lecciones, las de contar y escribir y algo más, no podrían ayudarme.
«Pienso que en poco más de una década he crecido extraordinariamente como ser humano, como hombre común, como alguien que poco a poco ha aprendido el valor de tratar bien y ser bien tratado.
«La formación humanista y científica de la escuela cubana de Medicina es impresionante, alentadora. Uno se forja al calor de un sentido ético y de respeto hacia la profesión que lo trasciende casi todo. Llega incluso a tocar las esencias más profundas de cada persona, del lugar en que vivimos, y hasta alecciona a otros pueblos».
Lecciones en la consulta
«¡Ay, ay, ay, doctora...!», se queja con un hilo de voz la señora, sentada en su silla de ruedas. Junto a ella, llegan también al cuerpo de guardia del hospital Vladimir Ilich Lenin, en la ciudad de Holguín, su hija y un solícito vecino. Ambos llevan reflejados en sus rostros casi el mismo dolor de la paciente, a la cual la joven residente en Medicina, Yamila López Planas, comienza a entrevistar de inmediato.
—Buenos días, abuela, ¿Cuál es su nombre?, ¿Qué edad tiene?, ¿Dónde le duele?
Se acercaba el Día de la Medicina Latinoamericana, y uno de los reporteros de JR encaminó sus pasos hacia el escenario de este diálogo. Había acordado sostener un breve encuentro con la joven médica, justo allí donde su hermosa profesión se cubre a diario de un heroísmo muchas veces anónimo. El único interés sería que ella pudiese desentrañarle las esencias del «ser médico».
—Discúlpeme periodista, pronto conversaremos, nos prometió Yamila.
—No, no se preocupe usted, esperamos, le responde el reportero, casi apenado.
—Hay que iniciar de inmediato el ingreso de este otro paciente, indicó la doctora, de 29 años de edad, a su colega de mesa.
Sobre una de las camillas de la sala ha estado en observación la farmacéutica Olivia, a quien la sorprendió un desmayo en plena jornada laboral: «Doctora, ya me siento mejor; me voy para la casa», dice la paciente aquejada de decaimiento.
—No, no, no se me puede ir. Está usted todavía muy pálida, le responde con dulce voz la residente.
Los enfermos llegan unos tras otros, y casi se agolpan de una vez ante la mesa de Yamila. Los minutos pasan implacables y auguran que transcurrirán horas.
En efecto, transcurren, y el periodista, junto a sus demás colegas, teme no llevarse a la redacción las notas esperadas. Por sobre los hombros de sus pacientes, descubrimos una y otra vez la mirada bondadosa de Yamila. Hay una que es casi definitiva, que expresaba sin palabras que la entrevista quedaría inconclusa.
—Ya ve usted, periodista. Así es mi profesión. Para esto fue que estudié, expresó entonces Yamila, y una sonrisa de orgullo se quedó nuevamente colgada en sus carrillos. Y con esa estampa feliz, que se teje a diario a lo largo y ancho de esta Isla, nos decidimos a escribir a varias manos estas líneas en las que va un sinfín de desvelos compartidos.
Entonces, entre todos asentimos. En realidad, no hacían falta las palabras: ¡Es tan noble y humana la profesión de médico!